La esperanza sueña con el pasado, porque parece que cualquier tiempo pretérito fue mejor y porque el futuro está endeudado. Por eso Kirmen Uribe (Ondarroa, 1970) tiene esa querencia a reconstruir la Historia en busca de historias y de respuestas mirando atrás, como hizo en Bilbao-Nueva York-Bilbao, Premio Nacional de Narrativa 2009. Preguntarse es de sabios, aunque no haya respuesta.

En su nueva novela La hora de despertarnos juntos (Seix Barral) ha recogido los rastros de una familia vasca a lo largo de un siglo y se ha incluido como narrador, que restaura las piezas del relato roto por el olvido. Es una fórmula valiente y arriesgada, porque le coloca al borde de varios precipicios, como el nacionalista y el terrorista. El escritor habla, piensa y se moja, pero no es el protagonista, ni su vida privada entre en acción. Ni gota de autoficción.

Toma partido en una narración sin certezas ni discurso único. Sin equidistancias. Respeta todas las víctimas, con los que sufren, dice. “No podía quedarme callado. Ha sido un acto de confesión y de querer decir claramente que la sociedad vasca ha fracasado. Es el momento de bajar a la calle y escuchar a todos los que han sufrido y hablar con ellos. Ese es el camino”, explica el escritor a este periódico.

Preguntas infernales

Y se pregunta. En la parte final del libro, tras tratar el nacimiento de ETA, el autor se descubre con un párrafo osado: “¿Cómo fue posible que pasáramos de un clima propicio a un infierno de indiferencia? ¿También a las conciencias las atraviesan ejes que temblaron y transformaron nuestra moral? ¿Por qué no supimos como individuos y como sociedad predecir lo que ocurriría los siguientes cuarenta años? ¿Por qué no reaccionamos ante la espiral de violencia y muerte? ¿Por qué no detuvimos a tiempo aquella inercia sin sentido? ¿Por qué nos callamos? ¿Por qué negamos el sufrimiento ajeno? ¿Por qué nos volvimos la mayoría un poco de piedra, como las estatuas medievales de la iglesia de Ondarroa?”. Y responde en blanco: “No me siento capaz de contestar a ninguna de esas preguntas y creerme que mi respuesta vaya a ser la correcta”.

Kirmen ha extraído el título de la novela de un poema de Ezra Pound, para quien el mayor momento de felicidad es el amanecer en pareja. Apenas un instante, limpio de desencuentros y malentendidos. Una hora, que es un segundo, que es una mirada en la que parece que todo cuadra. “También es una referencia al momento actual, claro. Por qué no hacemos que llegue la hora de entendernos. Es una llamada y un deseo al diálogo”, cuenta. Coincide en la reconciliación que plantea Patria (Tusquets) de Fernando Aramburu, que aparecía en el mercado mientras Uribe entregaba el manuscrito. Sin embargo, son novelas de perspectiva muy distante.

De 1927 a 1979, tres generaciones de un país, una comunidad, una familia, luchando por sus ideales y su libertad. Antes de la guerra, durante y en el franquismo. Es la vida de la familia de Karmele Urresti, una mujer más, una mujer cualquiera, con una historia increíble, en la que no falta ni Roosevelt. Podría ser una novela documental, centrada en el oficio de los acontecimientos y en la supresión de los fuegos de artificio. Es contención literaria para dejar el relato en los huesos, en el dibujo. Dicen que la pintura es eso, paradójicamente, hacerla desaparecer.

Asuntos de familia

Volvemos a cruzar las fronteras de la realidad y de la ficción, de las personas y los personajes. Kirmen advierte que ha pedido permiso a la familia implicada, que al principio pensó en alterar sus nombres, pero renunció a la idea porque no sería creíble. “Pero me parecía que no era honesto ni creíble. La historia estaba tan bien articulada siendo real, que la hubiera estropeado”. Es una historia real que la ficción no puede superar, acaso sólo retocar. “He tratado de ser veraz además de verosímil”. Sobre la base histórica va pintando, con cuidado, el contexto, escenas, diálogos. Lo justo para desentumecer la verdad.

La novela oscila entre la tensión histórica de la esperanza y la pérdida. “Hay momentos de gran esperanza y de grandes pérdidas. Los momentos de esperanza siempre vuelven, por ejemplo, con la resistencia antifranquista. Y vuelve en los sesenta, con la esperanza de que esto se acaba y que va a cambiar el mundo. Pero también, siempre, llega la decepción. Por eso las últimas páginas son un destello de luz. No podía dejarla acabar mal, porque es una novela muy dura”, cuenta. Y subraya el personaje de Manu Sota, “increíble”, y “la fuerza” de Karmele. Los considera personajes.

Sin estridencias, la historia del pueblo vasco avanza y se expande lejos de sus fronteras, mucho menos cerrada sobre sí misma de lo que hemos visto. El pasado, la esperanza. Sin esa parte final, esta novela habría sido la crónica de una decepción titulada Euskadi. Porque en ese intento de recuperar la libertad y la esperanza contra el dictador surge el error del terrorismo. ¿El pueblo se equivoca? “Bueno, se equivoca, pero no tienen otra opción. Están a merced de las circunstancias. No es lo mismo la ETA de 2010, que la de 1960”. Son asesinatos. “No justifico nada, pero hay que estar en ese momento para conocer las circunstancias y aclarar lo que sucedió y por qué”. El novelista insiste en “la reconciliación, en el respeto por las víctimas y el rechazo de cualquier lesión de los Derechos Humanos”. “Poco a poco tratar de superar lo que ha pasado y acercarnos al entendimiento”, añade.

¿Si tuviera que definir a cada una de las tres generaciones retratadas, qué términos usaría? “Sueño, impotencia y redención”. Esperanza.

Noticias relacionadas