Hotel Wellington, Madrid. Fernando Aramburu viste deportivo. Parece alegre. “Es mi novena novela, me faltan dos para alcanzar al Real Madrid”. Patria (Tusquets) le va a hacer quemar zapatilla. Este miércoles en Bilbao y luego en San Sebastián, su ciudad, de la que marchó en los ochenta destino Alemania. En el País Vasco presentará su novela, la tercera dedicada al dolor perpetrado por ETA, y responderá a las preguntas. “Espero lo de siempre, es decir, personas que tengan predisposición positiva con mi literatura y mi persona. También habrá dos representantes de la izquierda abertzale, sentados entre el público, camuflados”. ¿Son una figura típica? “Sí”. ¿Y preguntan? “A veces intervienen, otras simplemente escuchan y quizás pasen un informe. Lo que no espero es que me reciba la banda musical”. ¿Por qué? “Porque soy una mancha en la pared”.

El éxito de un autor minoritario

En el bar junto al hotel, alguien acaba de entrar con un ejemplar del libro, donde sólo aparece el Marca. Está llamado a romper registros. Ya le ocurrió hace diez años, con su primera intervención narrativa en el terrorismo, Los peces de la amargura (Tusquets). Fue el libro que le hizo llegar a miles de lectores que hasta el momento no se habían fijado en uno de los mejores escritores en lengua castellana. El éxito llamó a su puerta. “Es cierto que estoy expuesto a ciertos peligros. Pero tan pronto como advierta que alguna instancia del poder intenta manipularme, cortaré mi discurso. Este libro ha salido sin dedicatoria ni prefacio, no he querido intervenir en la lectura de nadie. Se da desnudo. Después de Los Peces de la amargura he publicado libros que han vendido 2.000 ejemplares. Pero no estoy dispuesto a tocar la misma nota siempre: después de Patria, no vendrá Patria 2. Eso seguro. Me he comprometido con los lectores y no los utilizo para conseguir éxito y fama. Yo vengo de una clase social baja y todo esto me resulta bastante incómodo, no he sido educado para el éxito. Pero lo asumo, porque soy parte interesada. Cómo ser leído si no”.

Los pioneros contra el silencio

Cómo ser leído desde el País Vasco, publicado en una editorial pequeña, independiente, sin medios comparables para la difusión y la distribución de la obra como en el mayor grupo editorial de España (Planeta). Hubo autores antes de Aramburu que entraron a la trama y los traumas creados por ETA, pero pocos han llegado a las estanterías más allá de su lugar de origen. ¿Qué ha aportado la literatura vasca al conflicto? “Ha aportado cosas valiosas, pero hay mucho trabajo por hacer”. ¿Qué echa en falta? “Si pienso en la estantería donde reúno mis libros sobre el tema vasco, la balda de la literatura no la tengo llena. También entiendo que la literatura necesita tiempo. Vive de la recreación del pensamiento. Es mejor el tiempo que la precipitación. El asunto no está cerrado”. ¿Alguna novela referente? “Cien metros (1979) de Ramón Saizarbitoria y la otra es Raúl Guerra Garrido con Lectura insólita de El Capital (1977). Con ellos dos se inicia la literatura sobre la lucha armada”.

Aramburu señala a Saizarbitoria y a Guerra Garrido como pioneros. Efe

Difundir con todo a favor

Pero Saizarbitoria no es un autor que haya tenido una difusión a favor. A pesar de haber sido publicado en dos ocasiones por Espasa y otra por Alfaguara, todas sus obras aparecen en Erien. ¿Habría ayudado a hacer el asunto más popular con editoriales más potentes implicadas? “No lo creo. Que un autor valioso no esté difundido es un problema para los lectores de calidad”. Pero estamos en un hotel de lujo y con Planeta detrás del lanzamiento y la promoción, quizás el autor necesita ese respaldo para llegar a todo el Estado. “Mi primera novela, publicada en Tusquets, hace 20 años, necesitó 12 años para llegar a la segunda edición. Ahora pienso en el hombre que era entonces y en el que soy ahora y no ha cambiado nada. Podría hacer un gran esfuerzo por ser desconocido, pero ahora ya es difícil”. Pero, ¿es consciente a la hora de reclamar más literatura sobre el conflicto de las diferencias entre publicar en el País Vasco en euskera, en una editorial pequeña, y publicar en el grupo editorial más importante de España? “Soy consciente, pero también hay otros elementos. Si yo ofreciese obras frágiles no me podría mirar al espejo como acostumbro”.

Con la realidad no basta

Fernando Aramburu es una persona templada y con un certero sentido de la ironía, su látigo apenas truena, pero pica. “Puedo vivir lejos, pero no estoy tan solo como algunos piensan”, en referencia a su vida en Alemania, que le permite “perspectiva y sosiego”. ¿Cree que alguien le achacará no haber vivido en San Sebastián durante los años que retrata? “Quién quiera achacarme algo puede encontrar algún argumento. Pero en el fondo creo que hago un favor al no estar allí y ser tan molesto para algunos. Y qué significa vivir allí, ¿respirar el aire que se respira allí? Yo tengo una conexión emocional con la ciudad que acaso compense la ausencia física. Y existe eso que se llama internet, que me permite leer el periódico de mi ciudad. Además, lo que hay en el libro no son datos verificables. No necesito estar en la calle y ver lo que ocurre, porque actúo sobre la conciencia lectora. Levanto una ficción”. A partir de la realidad, sobre la que además influye. “Sí, pero tengo que reservar un espacio para la imaginación. No quiero contar la historia de ningún lugar, sino desgranar la sustancia humana de las personas”.

Sin dolores, con molestias

Habla de la inteligencia de los lectores, del conocimiento previo del asunto que trata de las personas que se acerquen a su libro. Se enfrentará a los prejuicios más variopintos, el libro será distinto en Madrid y en San Sebastián, pero ¿a quién cree que hará más daño este libro? “Esta pregunta me descoloca porque yo tenía la ingenua pretensión de aportar algo positivo con el libro. Para que mi libro hiciera daño, debería ser leído. Cosa que no es obligatoria. Si desconcertara a algunos, me sentiría satisfecho. No quisiera hacer daño a nadie, ni siquiera a los de ETA. Mi intención no ha sido vengativa. Son vidas humanas diversas, en un paisaje cotidiano vasco. Si alguien se ha sentido dolido porque he manifestado algo que no debía decirse, lo siento mucho por esa persona”.

La reconciliación es posible

La escena final no parece que haya caído muy bien a los contrarios de la Vía Nanclares. ¿A quién molesta más la reconciliación? “No fijo una mirada de izquierdista, que es desde donde miro porque soy hijo de un obrero y una ama de casa. La reconciliación: sería maravillosa, de manera que las diferencias políticas se dirimieran en los parlamentos entre los representantes y punto. Que no se trasladase los conflictos a la calle y no se asesinase a nadie”. Si eso fuera posible usted no habría escrito este libro. Ese paradigma que plantea no es real y ha escrito tres libros sobre ello. Hasta el momento nadie había planteado la posibilidad de un abrazo en una novela. ¿Es un motivo para la esperanza o mero gesto? “El abrazo como punto final que soluciona algo no es real. Pero un abrazo siempre es algo positivo, algo se recompone y eso ya es algo que no debería desdeñarse. Un abrazo es un hecho simbólico”. Ahora que menciona los símbolos, es importante en la novela la petición de la carta de Arantxa a su hermano Joxe Mari pidiendo perdón, insiste en que no vale con la palabra. ¿Para el perdón es importante lo escrito para la reconciliación, más allá del gesto? “Eso sólo es posible en el plano personal. Creo que el tiempo irá apaciguando las cosas y se impondrá una capa densa de silencio”.

La novela contra la Historia

En esa reconciliación, en el encuentro espontáneo entre las víctimas y los terroristas y su entorno, ¿qué papel juega la literatura? “La literatura es fundamental, porque introduce el elemento humano. La gente suele menospreciar la literatura porque ha intervenido la imaginación y la imaginación no es verdad. Y eso es falso. La literatura es la que está llamada a integrar al hombre íntegro, no sólo al político. Eso permite al lector preguntarse qué habría hecho. La Historia no puede responder a eso, porque sólo da datos verificables”. ¿Y qué aporta el narrador al relato que se está construyendo, qué mirada cree que ha aportado usted al terrorismo? “No lo sé. Pero lo que sé es lo que quiero compartir: me gustaría que mis libros se interpretasen como un alegato contra el dolor. Y por supuesto mi empatía con aquellos que sufrieron la violencia por aquellos que para lograr unos réditos políticos se dedicaron a socializaron el dolor. Hay 90 asesinatos en mi ciudad. Mi respuesta es contar historias”.

Nacionalistas borregos

Aramburu explica que debería hablarse de los relatos, no de un relato oficial y único, para contar con todas las perspectivas hasta formar un dibujo más complejo. “Unos relatos completan a otros y después el sector saca sus conclusiones”. Precisamente, en Patria el lector se encuentra con la construcción de dos personajes nacionalistas aborregados, Mirem y Joxe Mari, no aparece ninguna figura que plantee argumentos de la autonomía. Hay nacionalistas inteligentes, que no apoyan el terrorismo, ¿no los echa en falta en su novela? “Sí, pero no me parece relevante. Lo que no está en la novela no está”. ¿Es casualidad? “Quizá sí. Lo que hay en el libro es lo que hay en el libro. Yo ni me había parado a pensar en esto. No se me ocurrió. Si has leído las confesiones de Iñaki Rekalte cuenta algo muy parecido, se consideraba manipulado. No me parece casual que los militantes ingresen jóvenes, por algo será. Es una época en la que no hay cargas familiares, hay mucho tiempo libre, las hormonas, la sangre caliente… Eso es así. Pero ya digo que debería hablarse de muchos relatos, no de uno. El mío es uno más”.

La literatura no presta servicios

Eso recuerda a lo dicho en campaña de las últimas Elecciones por Íñigo Errejón: “Necesitamos con urgencia novelas que nos cuenten lo que está pasando en nuestro país”. “Hablo de la cultura que lleve más allá el cambio político”, dijo el secretario político de Podemos. ¿Es posible una literatura puede estar al servicio de la política? “Adoro este tipo de afirmaciones porque inmediatamente discrepo de ellas. En cuanto me fijan el camino, en cuanto alguien pretende que mi obra o la de cualquier compañero de letras deba tener una utilidad, discrepo. La literatura es el espacio de la libertad. Cada coma la decido yo y me da igual lo que piense el político, que es una persona que habla interesadamente: su llegada al poder para modelar la sociedad según sus principios. Lo último que yo quiero es que me conviertan en una insignia de su solapa. Además, la política por fuerza simplifica la realidad, que es exactamente lo que no debe hacer la literatura. El escritor debe ser incómodo y discrepar con las instituciones o como decía Rafael Chirbes, oponerse al discurso hegemónico. Y cuanto más discrepantes sean los escritores, mucho mejor para todos. A mí no se me ocurriría pedirle al señor Errejón que escriba novelas. Si son tan útiles, que las escriba él. Por qué nos va a poner a los demás a trabajar para él”.

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