Desde hace 40 años se ha librado una batalla legal entre los herederos de Max Brod, el amigo íntimo de Kafka, y la Biblioteca Nacional de Israel. Pero la batalla ha terminado, según informaron el lunes 8 de agosto fuentes juduciales a The Guardian, el Tribual Supremo israelí dictaminó que los manuscritos del escritor pertenecen a la institución cultural.

Los herederos de Max Brod presentaron presentaron una apelación que el máximo tribunal rechazó. Las disputas comenzaron desde que el escritor falleciera en 1924 cuando le pidió a su amigo Max Brod que quemase su obra cuando muriese. Sin embargo, su colega decidió no hacerlo y cuando Alemania invadió Checolosvaquia en 1939 Brod se fue a Palestina con los manuscritos. A la muerte del  albacea fue su secretaria, Esther Hoffe, quien tenía el encargo de legar la obra de Kafka a la Universidad Hebrea de Jerusalén o la Biblioteca pública de Tel Aviv.

Pero cuando la secretaria murió en 2007, desobedeciendo los deseos del albacea, legó los manuscritos a sus dos hijas. Dos años más tarde comenzó un juicio entre los herederos de Hoffe e Israel. El estado exigía que se mantuviese la última voluntad de Brod y se le entregasen los manuscritos, que tienen un valor estimado de varios millones de dólares e incluyen escritos inéditos. Por su parte, las hijas de Hoffe mantenían la posición de su madre, que ya se habían lucrado con la venta de algunos papeles a coleccionistas.