La palabra decálogo es demasiado fuerte para lo que van a ser sólo unas observaciones acerca de mi propia manera de escribir novelas, poemas y demás. No se trata, pues, de prescribir una manera universalmente válida de hacer las cosas, sino sólo contar algunas condiciones que cumplo yo cuando escribo.

Que nada moleste

Es una tarde nublada. Una tarde para escribir novelas. Otoño e invierno simbolizan mi manera de escribir: el recogimiento, la concentración, la retirada, también el silencio y la conciencia de este paisaje constante del cielo de Madrid, que disfruto desde mi pequeña terraza llena de árboles. El retiro es equivalente a la memoria. Así que recogerme y hacer memoria son condiciones naturales de mi manera de escribir. Dice Kafka que escribir es rezar. Y uno se imagina bien al Kafka de El castillo, encastillado en la soltura de su invención narrativa: a la vez, suelto y obligado. La primera condición, pues, para escribir es estar tranquilo, retirado, concentrado y suelto.

Sonríe, por favor

Una segunda condición indispensable es estar bien de salud, estar de buen humor. Cualquier texto narrativo medianamente complejo, por triste o melancólico que su contenido sea, se escribe desde una situación de alegría física. Es la alegría que Spinoza menciona en su Ética como una expansión de la sustancia individual. La determinación, la volubilidad, la energía de un texto, todo depende de un buen estado físico.

No hay prisa

Tengo que armarme de paciencia para escribir un texto narrativo de unos 300 folios. No sólo paciencia para irlo escribiendo frase por frase, folio tras folio, sino también para dejar que las ocurrencias relativas a ese texto se vayan haciendo sitio unas a otras. Rilke decía que no basta con tener muchos recuerdos, sino que hay que tener la gran paciencia de dejarlos ir y dejarlos que vuelvan. Paciencia, pues, inmediata y también paciencia de largo alcance. Paciencia con la propia memoria.

El lector virtual

Al escribir soy consciente de dos tipos de lectores: los lectores emboscados y los lectores cercanos. A mí me parece buen recurso ir escribiendo y leyendo en voz alta a los próximos. Pero no se puede leer todo del todo. Así que la presencia del lector es más virtual que actual.

A viva voz

Yo tengo gran fe en la viva voz. En contar los relatos o los poemas en voz alta, recitarlos, y trabajar luego sobre los textos resultantes. También aprecio mucho que me lean en voz alta los textos que escribo. La viva voz interactúa produciendo una viva sensación de dialogo con su teatralidad propia. La viva voz es la voz de la conciencia, pero a la vez también la propia voz y la voz de los próximos.

Deshacer el ego

Siempre he creído, como T. S. Eliot, que la poesía es escapar de la personalidad: el yo tiene que diseminarse y deshacerse para rehacerse en las máscaras del yo y de los otros, que son los personajes y las tramas, también los paisajes.

Ensayar es narrar

Los textos filosóficos, teológicos, etc., no tienen en mis novelas una finalidad ensayística, me sirven como ilustraciones y son parte de la memoria inmediata de lo que se me va pasando por la cabeza a medida que cuento una historia. La finalidad de la inclusión de textos no es ensayística, sino claramente narrativa. Yo hablo así, con textos de toda mi vida intercalándose en lo que voy contando día tras día.

Ser anónimo

Al escribir hago una evaluación continua de mis propios textos: sería falso decir que escribo sin ninguna conciencia del valor literario de lo que hago. Esa autoevaluación espontánea, sin embargo, tiene que contrapesarse con la evaluación de los amigos. Uno espera el honor y la gloria, pero hay que ser cuidadoso con esto. No se puede esperar con ansiedad. Uno escribe casi como un anónimo para un lector anónimo. Quiero ser apreciado, pero no debo contar en exceso con el aprecio ajeno.

En soledad

Escribir como si estuviésemos solos. Y una vez terminado el texto o el libro hay que esperar con paciencia a que el reconocimiento llegue. No debemos compararnos los unos con los otros. Practico un cierto solipsismo saludable que no niega la presencia de los demás, pero que evita las comparaciones con los demás. La consigna es siempre al final: noli foras ire.

Acto de voluntad

Escribir es una disciplina cotidiana. Se trata de organizar la vida en torno a las horas de trabajo, trabajar todos los días, sacar los folios más o menos presupuestados, no releerlos hasta el día siguiente, releerlos cuidadosamente entonces, corregirlos sin la angustia de la perfección. La perfección es imposible. Los frutos tienen un tiempo propio, cada novela tiene su tiempo de maduración. Una vez hecha, hay que dejar a la novela en paz. Y empezar la siguiente.

Álvaro Pombo (Santander, Cantabria, 1939) es un poeta y novelista, Premio Nacional de Narrativa (1997), Premio Planeta (2006) y Premio Nadal (2012). Miembro de la Real Academia Española desde 2004 (sillón j que dejó a su muerte Pedro Laín Entralgo), con un discurso de ingreso sobre verosimilitud y verdad. Su poesía completa está reunida en Protocolos, 1973-2003. De sus novelas destacan El metro de platino iridiado, El temblor del héroe y su reciente Un gran mundo (Destino).

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