La historia del embajador Ángel Sanz Briz, que salvó a 5.000 judíos durante el Holocausto nazi y fue apodado como "el ángel de Budapest", es ampliamente conocida en España. Muchos lo califican como el Oskar Schindler español. Sin embargo, hubo más diplomáticos españoles que también ayudaron, arriesgando sus propias vidas, a las víctimas de la Alemania nazi. Casimiro Granzow de la Cerda es uno de esos olvidados héroes.

Casimiro nació en Varsovia en 1895 y murió en Buenos Aires en 1968. Su corazón, por otra parte, siempre estuvo ligado a España y vivió allí varios años. Era hijo de padre polaco y madre española y entre 1919 y 1931 trabajó en representación de los intereses del gobierno en Polonia. La llegada de la República, antagónica a sus ideas más conservadoras y derechistas, le llevó a dimitir.

En febrero de 1939, no obstante, regresó a Varsovia como canciller del consulado de España, el cual dependía de la Embajada en Berlín por expresa petición del Tercer Reich. Permaneció en la capital polaca hasta julio de 1944, fecha en la que, ante la inminente entrada de las tropas soviéticas en la ciudad, no le quedó más alternativa que abandonarla antes de ver comprometidos los intereses de España frente a la URSS.

Defensores polacos de la Oficina Postal en Gdansk caminando con las armas en alto después de haber sido capturados por las tropas alemanas Efe EFE

Durante cinco años, y a espaldas de los nazis, que a su vez simpatizaban con el régimen de Francisco Franco, relató los horrores más inimaginables de un pueblo alemán que humillaba y aniquilaba a su paso. Ahora, Espasa reedita El drama de Varsovia, aquel libro que escribió Casimiro en 1946 tras abandonar Polonia.

Genocidio polaco

En una atmósfera de tensión donde la guerra podía estallar en cualquier momento, los nazis no podían arriesgarse a tener un doble frente en el que combatir y ver dividido su ejército. Por ello, el 23 de agosto de 1939 los ministros de Asuntos Exteriores de la Alemania nazi y la Unión Soviética firmaron el conocido como Pacto Ribbentrop-Mólotov.

El tratado contenía cláusulas de no agresión mutua y se decretaba el compromiso de solucionar cualquier controversia de forma pacífica y mediante consultas continuas. Además, se estrecharían vínculos económicos y comerciales que pudieran beneficiar a ambos países y se compartiría la influencia sobre territorio polaco.

Así, el 5 de octubre de 1939 Hitler presenció un desfile de la Wehrmacht en el centro de Varsovia y cinco años después el 90% de los edificios históricos de la ciudad estaban destruidos. Allí estuvo en todo momento Casimiro, quien contempló con sus propios ojos el genocidio de la población polaca. "Los nazis consideraban a los habitantes de estos territorios racialmente inferiores y pretendían anular su identidad, su cultura y su sentimiento de nación para convertirlos en simple mano de obra esclava a su servicio", se escribe en el libro.

Perspectiva de Varsovia al final de la Segunda Guerra Mundial Instituto de la Memoria Nacional de Polonia

Miles de personas fueron arrestadas y posteriormente ejecutados en el primer año de guerra. Con el paso del tiempo, la población judía fue recluida en guetos y enviada progresivamente a campos de concentración y de exterminio. Los cálculos hablan de hasta casi dos millones de polacos ejecutados y la cifra asciende a tres millones si hablamos de judíos. El objetivo estaba claro: germanizar Polonia.

"Casimiro Granzow de la Cerda no se conformó con ejercer la mera denuncia y, poniendo en riesgo su patrimonio, su cargo, su salud y su integridad física ayudó a cuantos estuvo en su mano, judíos y no judíos, a escapar de las garras nazis", relata la escritora Carla Montero en la introducción.

Tres terrones de azúcar

En 1942, mientras Casimiro paseaba por las afueras de la capital, una niña de unos diez años y su hermano pequeño se le acercaron en busca de algo para comer. Eran judíos y llevaban dos semanas deambulando después de que sus padres hubieran sido exterminados en un pueblo colindante. "El aspecto era esquelético. La expresión de sus ojos y de su rostro, color de cera, reflejaban el hambre y el agotamiento", narra el escritor.

El español les dio lo único que tenía en los bolsillos: tres terrones de azúcar y un poco de dinero para que pudieran comprar algo de comida y leche en la tienda más cercana. Al rato, tras perder de vista a los niños que se habían marchado una vez agradecido el gesto de Casimiro, se oyó una detonación.

Al acercarse, un uniformado se alejaba silbando y acariciando a un perro, orgulloso y realizado por haber cumplido su trabajo. Mientras tanto, "los cuerpos de los dos inocentes se sacudían frenéticamente en el suelo: eran los estertores de la muerte...".

Soldados polacos patrullando las calles de Varsovia tras el alzamiento (1944).

En un ambiente de tal crueldad y genocidio, era tan solo cuestión de tiempo que se produjera un alzamiento en Polonia. No solo se levantaron guerrilleros en contra de la ocupación alemana: las historias de niños de hasta ocho años que actuaban como mensajeros entre los puestos de resistencia o adolescentes que esperaban en las barricadas a que derribasen a un partisano para tomar su arma forman uno de los capítulos más brutales de la guerra.

En este sentido, Casimiro ayudó a todos los polacos que pudo los meses antes de la rebelión, siempre manteniendo esa neutralidad de su cargo con el propósito de no ser descubierto. "Durante estos cinco años me cabe la satisfacción de haber llevado a efecto, en nombre de España, una obra humanitaria, tratando de salvar muchas vidas, a veces con fortuna y otras sin ella, es cierto", escribe. "Me cabe la alegría de haber salvado bastantes vidas a fuerza de almuerzos y comidas con abundancia de bebida. Todo ello me ha costado bastante dinero y muchos nervios, pero he hecho lo que consideraba un deber elemental, y con ello ha salido también ganando el buen nombre de nuestra patria", añade.

Adiós, Polonia

Con Varsovia en ruinas y los soviéticos avanzando incesantemente desde el este, Casimiro se vio obligado a abandonar el país. En julio de 1944 marchó hacia Praga. Tras una breve estancia en la ciudad checa, pasó por Berlín y Lausana hasta que volvió a España.

A partir de entonces, centró su vida en el sector financiero y empresario y tuvo un hijo, Fernando, quien sería instructor del rey Juan Carlos durante su estancia en Friburgo. No obstante, jamás olvidó su estancia en Polonia durante la Segunda Guerra Mundial y ahora se publican sus memorias y sus recuerdos al alcance de todo el mundo.

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