El primer viaje a Barcelona del comerciante francés Charles Duret como agente secreto de la inteligencia sublevada fue en febrero de 1937. Tras la tapadera de hacer negocio con sus bienes, se escondía la misión de entregar en mano una serie de cartas a un grupo de falangistas, integrantes de la Quinta Columna, que comenzaban a maquinar en contra de la República. Al llegar al edificio de Antonio Sorribas, un ingeniero de montes afiliado a la Falange, cerca del Paseo de Gracia, nadie le abrió. Tampoco cuando lo intentó cuatro horas más tarde. Volvió al día siguiente y, al tocar la puerta, varios agentes le detuvieron y le condujeron a una checa.

Duret, parisino de 39 años, había sido reclutado por la oficina que el Servicio de Información de la Frontera Nordeste de España (SIFNE), dirigida por el empresario catalán José Antonio Batlle, había abierto en Montpellier. Tras descubrir sus verdaderas intenciones, los servicios secretos republicanos le acusaron de ser un "espía fascista" por proporcionar información e instrucciones a los quintacolumnistas. "Me amenazaron con ser fusilado y tomar represalias contra mi mujer e hija", declararía el galo, cuyo nombre en clave era Pepe. No le quedó otra escapatoria que cambiarse de bando y trabajar como agente doble para el Servicio de Información Militar (SIM), una organización de influencias soviéticas creada por Indalecio Prieto.

"Durante 1937 y 1938, Charles se convirtió en un importante valor para la inteligencia del Frente Popular. Mostró cientos de cartas que el espionaje franquista enviaba a sus emboscados en Cataluña, lo que propiciaría la desarticulación de una docena de organizaciones clandestinas", cuenta el periodista Alberto Laguna, coautor de La Quinta Columna (Esfera de los Libros) —el 24 de abril en librerías—. La obra, una investigación de más de ocho años junto con el capitán de la Guardia Civil Antonio Vargas, fallecido en 2016, se sumerge y documenta un aspecto de la Guerra Civil poco nítido: el quintacolumnismo, las operaciones clandestinas que los seguidores de Franco desarrollaron en territorio republicano.

El general José Ungría, segundo por la izquierda, fue el máximo responsable del espionaje franquista en la guerra. BNE

El SIM halló en Duret, cuya historia estaba inédita, una pieza valiosísima para descubrir —y fusilar— a numerosas personas que apoyaban la sublevación; y jugó un papel muy relevante en operaciones como la batalla del Ebro. En mayo de 1938, el Servicio de Información y Policía Militar del bando franquista envió a Barcelona a Jules Bocard, alias Leblond, un joven agente francés, con el objetivo de instalar una emisora de radio clandestina con la que brindar información a la red de espionaje asentada en el país vecino. Pero nunca llegaría a su destino: el SIM le capturó, seguramente, tras el chivatazo de Duret, el encargado de acompañarle.

Mientras el joven enlace permanecía encerrado en una checa de Barcelona, los republicanos comenzaron a transmitir mensajes a sus enemigos, quienes pensaron ingenuamente, durante medio año, que la información provenía de su espía. El 25 de julio de 1938, el SIPM recibió una comunicación del falso Leblond en la que se aseguraba que el Ejército republicano ultimaba una ofensiva en Sort (Lleida), cuando la verdadera intención consistía en lanzar un ataque frontal por distintos puntos del río Ebro. Los sublevados, que habían mordido el anzuelo reforzando la zona de Sort, sucumbieron a esa primera embestida. Luego la batalla caería de su lado.

La detención del "traidor"

A finales de 1938, en plena ofensiva sobre Cataluña, varias fuentes de la inteligencia franquista hicieron saltar todas las alarmas en torno a las argucias de Charles Duret. Primero fue un joven derechista el que reveló que Leblond estaba, en realidad, detenido en Barcelona y que había sido delatado por un francés; unos días más tarde, el tío de Leblond se desplazó hasta la oficina del SIPM en Irún para confesar que la esposa del agente le había remitido una carta en la que decía que permanecía preso en la Ciudad Condal. A ella, durante una visita en prisión, Leblond le había confesado el nombre del "traidor": Charles Duret, el espía Pepe.

Por si esto no fuese suficiente, otro rocambolesco suceso acabó por derribar la doble identidad del comerciante galo. Gubert Matas, un agente hispano-francés que la República tenía a su disposición en Montpellier, admitió ante un miembro del SIPM que era miembro del espionaje republicano en Francia; sin embargo, aseguró que sus ideales comulgaban con los de Franco. “Este individuo os traiciona. Los informes que os trae son del SIM. Se ríe de haber mandado al fusilamiento a más de sesenta fascistas en Barcelona y Figueras. Me da asco todo eso y quiero pasarme a la España nacional”, declararía.

Dos coches con oficiales franquistas entran en Madrid en marzo de 1939. ARCM. Fondo Martín Santos Yubero

Todas estas acusaciones serían relatadas al general José Ungría, el máximo jefe del espionaje franquista durante la Guerra Civil, que decidió poner en marcha una operación para dar caza a Charles Duret. El plan consistía en invitarle a la zona sublevada con la excusa de un reconocimiento oficioso por los excelentes servicios prestados. Dos agentes del SIPM recogieron al espía francés en Montpellier y lo condujeron hasta Burgos. Nada más llegar a la capital de la zona sublevada, fue arrestado y encarcelado en el cuartel Regimiento de San Marcial. Confesaría su verdadero papel en la guerra el 8 de enero de 1939, mediante una declaración escrita.

El día 15, un informe del SIPM detallaba cómo Duret, muerto de frío en su celda y redactando una serie de cartas a su mujer e hija que nunca llegarían a sus manos, era culpable del fracaso de muchas de las redes de quintacolumnistas que operaban en Barcelona: Pepe no sirve ni vivo ni muerto para salvar a nadie que él entregó con pruebas irrefutables a los rojos y que ya están muertos en estos momentos”. Dos días más tarde, el general Ungría remitió a Franco otro documento en el que aseguraba que las pruebas “son tan abrumadoras que cabe esperar que el fallo del consejo de guerra sea la última pena”.

Informe redactado por el SIPM franquista en el que se culpa a Duret de ser un espía del "SIM rojo". Cedido por el autor del libro Archivo Militar de Ávila

No obstante, la condena de Duret, que se había ofrecido a actuar como doble agente ahora para los sublevados, se pospuso sine die por riesgo a que su ejecución fuese "nefasta" para el resto de organizaciones clandestinas en Cataluña si se aireaba. Fue más de tres meses después de finalizar la Guerra Civil, en concreto el 8 de julio, cuando a Charles Duret, Pepe, se le condenó a muerte. Lo fusilaron al amanecer en el campo de tiro de Vista Alegre de Burgos. El nuevo régimen no estaba dispuesto a tolerar traiciones.

La magnitud de la Quinta Columna

El libro de Alberto Laguna y Antonio Vargas vierte luz sobre el papel y la magnitud que jugó la Quinta Columna —un término acuñado por el general Mola— en la contienda. "Nació de manera improvisada, primero con personas individuales que querían conspirar contra la República, sobre todo jóvenes falangistas; y luego, a partir de mayo de 1937, se empieza a profesionalizar", explica el periodista, fundador también del blog guerraenmadrid.com. "Tuvo una gran importancia por la cantidad de infiltrados que tenían en las instituciones republicanas", añade, poniendo el ejemplo de Juan Tebar, secretario general del Sindicato de Enseñanza de la CNT, que brindó apoyo a numerosos quintacolumnistas.

Lleno de historias curiosísimas y desconocidas, el libro relata toda una guerra clandestina mucho menos documentada que la que se registró en las trincheras o en las plazas de gobierno, como la desempeñada por los hermanos Guardiola, los nadadores del Tajo, dos héroes para el bando sublevado que lograron desmembrar una segunda ofensiva republicana sobre Brunete en enero de 1939 haciéndose con los documentos que detallaban la operación. "Es muy atrevido asegurar que Franco ganó la guerra gracias a la Quinta Columna, pero esta sumó y contribuyó mucho a la victoria", concluye Laguna.