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    Un peine de cartuchos

    Es el objeto icónico de cualquier guerra contemporánea. Pertenece a un fusil Enfield P14, un arma muy utilizada por los británicos en la I Guerra Mundial y que luego fue exportada a la URSS tras la revolución de 1917. De allí llegó, ya anticuado, a España en octubre de 1936, como parte de las primeras remesas bélicas que Stalin envió en apoyo a la República. Este peine de cartuchos apareció en una trinchera de la Casa de Campo, justo al lado de un pozo de tirador, utilizada en noviembre de ese año por brigadistas internacionales que combatieron en la primera fase de la defensa de Madrid.

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    Un crucifijo

    Este crucifijo lo perdió algún soldado carlista o falangista en una trinchera de Belchite entre finales de agosto y principios de septiembre de 1937. Fue una ofensiva republicana que fracasó pero se cobró muchas vidas, sobre todo del bando franquista, que resistieron de forma tenaz. "Esto nos habla muy bien de cómo fue la guerra y de la ideas de los carlistas, de la conexión entre violencia y religión, de que estaban dispuestos a morir y matar por sus ideas", señala Alfredo González-Ruibal. También portaban detentes, unas medallas-amuleto que enganchaban a los uniformes para 'defenderse' de las balas. Pero los crucifijos no fueron algo exclusivo de los sublevados: se han hallado cantidad de ellos en posiciones republicanas, donde combatieron muchos soldado forzosos que eran católicos.

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    Una granada de mortero

    Es como una granada de fragmentación de gran tamaño y 2kg, hallada a los pies del Hospital Clínico en Madrid, y disparada por un mortero de espiga, pequeño y manejable, colocado en una trinchera. No llegó a explotar porque alguien se olvidó de quitarle la anilla (¿conspiración o consecuencia del pánico?). Gracias a una foto de 1938, en la que se ve a un chico de 16-17 años operando el mortero, a 300 metros de donde se halló la granada, se puede saber casi con total seguridad desde dónde se realizaban los disparos. También hay ejemplos de estos proyectiles decorados con siglas de partidos como las Juventudes Socialistas Unificadas.

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    Una botella de Jerez

    Esta botella de Jerez, con el escudo de Pedro Domecq —quien tenía un hijo luchando a las órdenes de Franco—, fue hallada junto a 22 cadáveres en una fosa común aledaña al campo de concentración de Castuera (Badajoz). "Los restos arqueológicos muestran que fueron asesinados por milicias derechistas locales que iban con una lista al campo y se los llevaban, porque no son balas reglamentarias, sino que tienen cuatro calibres distintos", señala el arqueólogo del CSIC. Los milicianos, probablemente, actuaran borrachos, fusilasen a los prisioneros y arrojasen la botella de Jerez, que tenía más graduación que el vino, a la fosa. "Esto explica que matar es muy difícil, especialmente cuando uno no ha sido entrenado para ello y cuando pones una pistola en la nuca de otra persona", añade González-Ruibal.

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    Metralla

    Un escenario de la "batalla olvidada" de la Guerra Civil fue el lugar de la Enebrá Socarrá (Abánades, Guadalajara), en la primavera de 1938. Un grupo de republicanos muy jóvenes se había parapetado en un caserío. Los sublevados decidieron terminar con esta resistencia por la vía rápida: con fuego de tanques y artillería. La metralla —trozos de metal que pueden tener más de un palmo de largo y con un montón de aristas, que cercenan la carne humana al lanzarlos al rojo vivo— alcanzó a uno de los soldados en el cuello. Era un fragmento de 25cm hallado con el cadáver. "Es el alimento de las guerras contemporáneas, el gran asesino", dice González-Ruibal. Pero esta herida no fue la causa de la muerte del chico, al que le pegaron dos balazos en el corazón para ahorrarle el sufrimiento.

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    Fundas de espoleta

    Estas espoletas fueron halladas en el Cerro Garabitas, en la Casa de Campo, donde estaban situadas las baterías de artillería de Franco que bombardeaban Madrid. González-Ruibal y su equipo han documentado las posiciones de estas fortificaciones gracias a las espoletas y otros elementos encontrados en las inmediaciones. La mayoría estaban orientados hacia Ciudad Universitaria y la zona de El Pardo, donde estaba el frente, pero otras dos apuntaban al centro, a Chamberí y Argüelles. "Esto es reflejo de un fenómeno de la guerra contemporánea: el distanciamiento de los combatientes", apunta el investigador del CSIC; y añade: "Ya no ves a la gente que estás matando y actúan 7-8 personas en cada cañón. ¿Quién es el culpable de los muertos en Gran Vía por los bombardeos? Al distribuirse la culpa, todo el mundo se siente inocente".

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    Un zapato de tacón

    Perteneció a una mujer que fue asesinada por los sublevados que tomaron la localidad de Fregenal de la Sierra (Badajoz). "Nos habla del tipo de violencia que se desarrolló sobre todo en el sur de España y que sufrieron las mujeres. Llevar tacón era una forma de rebeldía, una afirmación de identidad y política, que a la larga resultó letal para muchas", señala el arqueólogo. También se han hallado restos de otras señoras que fueron víctimas de los republicanos, como en Camuñas (Toledo). En total, de todos los cadáveres hallados de la Guerra Civil, el 8% pertenece a mujeres.

    Laura Muñoz Encinar
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    Un bote de laxante

    Fue un elemento fundamental en la guerra, sobre todo en el bando republicano durante la última etapa. Los soldados estaban subalimentados: comían muy poco y casi todo enlatado; en su dieta no se concebían productos frescos. Esto generó un montón de problemas gastrointestinales, sobre todo, estreñimiento. El laxante y otros productos, como el aceite de ricino o el Agua de Carabaña, jugaron un papel muy relevante.

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    Un frasco de perfume

    En la batalla de Belchite (verano de 1937), las trincheras estaban separadas por apenas 30 metros. En esa tierra de nadie se amontonaron los cadáveres que se habían registrado durante una ofensiva franquista. Había 40ºC a la sombra y el lugar era un paraje tórrido. En las excavaciones en esa zona, además de trozos de granadas y balas, se halló el fragmento de un frasco de colonia masculino. ¿Por qué un soldado republicano llevaba al frente, entre sus escasas pertenencias, una botellita de perfume? "El combate se prolongó durante 15 días y la colonia, probablemente, era para evitar el olor de los cuerpos humanos que se pudrían bajo el sol; hay testimonios que dicen que se necesitaron máscaras para recoger los cadáveres", señala González-Ruibal. El repugnante tufo de la guerra.

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    Un sonajero

    En una exhumación realizada en el cementerio de la Carcavilla (Palencia) por Almudena García Rubio, se halló un sonajero de plástico y de colores al lado del cadáver de una mujer. "Estaba tan nuevo que no parecía de la Guerra Civil", dice González-Ruibal. Resultó ser el cuerpo de Catalina Muñoz, fusilada en septiembre de 1936 por ser esposa de un dirigente republicano y participar en la muerte de un falangista. Tenía varios hijos en el momento de su ejecución, uno de ellos de ocho meses. Y al paredón se llevó, en el bolsillo del mandil, su sonajero. "Los arqueólogos contactaron con el hijo [el del juguete] y dijo que no quería saber nada", expone el investigador. "Eso es lo mas terrible de la historia, de que la guerra fue hace 80 años pero sus efectos siguen aquí, hoy.

    Almudena García-Rubio