La guerra estaba perdida. Las tropas de Franco se abalanzaban imparables hacia Barcelona, empujando a cientos de miles de españoles a la frontera, al exilio. "Es hora de que esto acabe, porque es ya mucha la sangre que ha corrido inocentemente". Las palabras del general Vicente Rojo, jefe del Estado Mayor del Ejército republicano, radiadas en la noche del 18 de enero de 1939, no fueron más que la anunciación oficiosa de la derrota final. La Ciudad Condal, rota por las bombas, caería en manos de los sublevados unos días más tarde, el 26.

Lluís Companys, el presidente de la Generalitat, se resistía a abandonar su despacho en el Palau de Sant Jaume; quería esperar a las fuerzas de Yagüe allí, sentado, en un gesto de heroicidad suicida como ya había hecho tras proclamar la creación del "Estat catalá" el 6 de octubre de 1934. En aquella ocasión fueron los hombres del general Batet, garante del orden de la República en Cataluña, quienes le condujeron al calabozo —sería condenado a 30 años de cárcel por rebelión hasta la amnistía de Azaña—. Sin embargo, la coyuntura era totalmente opuesta y Companys abandonó Barcelona el 23 de enero de 1939.

Cerca de medio millón de personas, amenazadas por un intenso frío, el hambre y la aviación enemiga, integraban la caravana que cruzó esos días la frontera con Francia. El president catalán y otros altos cargos de la República salieron de España en la mañana del 5 de febrero. Tras reunirse en Perpiñán con sus hermanos Josep, Manuel y Camil, Companys se dirigió a París, donde le aguardaba su esposa, Carme Ballester, y donde estaba ingresado su hijo Lluïset, enfermo grave de esquizofrenia; y se estableció en el área metropolitana de Neully-sur-Seine.

Companys y otros refugiados catalanes se dirigen al exilio en febrero de 1939. Efe

Con la utópica misión de prestar ayuda a los refugiados catalanes encerrados en los campos de refugiados sin disponer de los recursos económicos necesarios como tarea principal, Companys hubo de hacer frente a un profundo desgaste político que venía registrando desde los últimos meses de la Guerra Civil y que se agravó en el exilio por dos factores: las críticas hacia su figura de prácticamente todos los sectores del nacionalismo catalán y el control minucioso de todos sus movimientos y decisiones por parte de las autoridades francesas.

La creación de un Consejo Nacional de Cataluña, formalizado el 13 de mayo de 1940, fue el último intento para aplacar las diferencias internas. Sin embargo, la política catalana se vio empujada a actuar desde la clandestinidad pocas semanas después, cuando quedó instaurado el régimen de Vichy, la Francia dirigida por Hitler. La situación empeoró de forma notable para los exiliados y Companys, sobre quien se cernía la amenaza de la captura y ejecución.

El espía de Franco en Francia

El president catalán y su familia habían huido de París en junio de 1939 y se asentaron en la localidad bretona de La Baule-les-Pins. A pesar del riesgo que suponía permanecer en el territorio bajo dominio nazi, Companys se negó a abandonar la Bretaña francesa sin antes localizar a su hijo enfermo, desaparecido tras el desembarco en Francia de las tropas alemanas. Por esto y por su sentimiento de responsabilidad con sus compatriotas refugiados, rechazó las peticiones de su hija María, con quien mantuvo una valiosa correspondencia durante esos meses convulsos, de reunirse con ella en México.

Lluís Companys probablemente desconociera la existencia de Pedo Urraca Rendueles hasta que se presentó en su residencia de La Baule en la tarde del 13 de agosto de 1940 para detenerlo. Este policía vallisoletano, destinado en la embajada española en París desde finales de 1939, fue el cabecilla la red de espionaje que la dictadura franquista implantó en Francia para, en colaboración con la Gestapo, perseguir, arrestar y extraditar a los exiliados republicanos incluidos en las listas negras.

Pedro Urrraca Rendueles, a la izquierda, con su mujer en París. Archivo Nacional Cataluña

 

El hito más destacado del currículum de Rendueles, acompañado por otro civil y cuatro soldados alemanes, fue la captura de Companys, quien en el momento de la detención, probablemente para disimular, se puso a leer el libro Vies de saints —en ese ejemplar hay escrito un texto de Carme Ballester recordando los hechos—. Al president de la Generalitat lo trasladaron a la prisión de La Santé, en París, donde quedó incomunicado durante una semana. En una nota enviada al doctor Anguera de Sojo, que había sido el encargado del cuidado de su hijo, ya aventuraba su destino: España y un balazo.

El 27 de agosto, al término de los interrogatorios, el policía Pedro Urraca Rendueles introdujo a Companys en un coche e inició el trayecto hacia Hendaya después de que José Finat, el director general de Seguridad, ordenase al embajador José Félix de Lequerica que el president fuese trasladado a España. El viaje se prolongó dos días a causa de una avería. El 29, justo antes de cruzar la frontera, el agente secreto fotografió a Companys, visiblemente sucio y demacrado, fumando un cigarro. La instantánea se la enviaría a Carme Ballester, la esposa del prisionero.

Un juicio de apenas una hora

Ese mismo día, el 29 de agosto, Companys ingresó en los calabozos del edificio de la Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol. En su ficha de entrada se le conceptuaba como "separatista" y se detallaba que había sido detenido por ser un "cabecilla rojo". Serrano Suñer, el cuñadísimo de Franco y Ministro de Asuntos Exteriores del régimen, respiraba tranquilo: Companys, a quien torturaron y humillaron durante los interrogatorios, ya no podría huir a América.

Teodomiro Menéndez, un líder sindicalista asturiano que también había sido deportado desde Francia, pudo ver al president en medio de la oscuridad de las celdas y aseguró que era "un espectro". Trató de animarlo diciéndole que se volverían a encontrar, pero Companys le respondió que su futuro estaba encaminado a toparse con la muerte y que nunca más vería a nadie, tal y como sucedió.

Imágenes de Companys preso en la Dirección General de Seguridad tras llegar a Madrid el 29 de agosto. Archivo Varela

El 3 de octubre, a la cinco de la madrugada, el líder catalán fue trasladado a Barcelona y puesto a disposición del capitán general de Cataluña. Su nuevo lugar de encierro fue el castillo de Montjuic. Al día siguiente declaró por primera vez ante el juez instructor y el 7 se le comunicó su procesamiento: sería juzgado por un consejo de guerra sumarísimo. La "Justicia al revés", que diría Serrano Suñer en referencia a la ley marcial que se propagaría en ambos bandos durante la Guerra Civil.

El juicio se celebró el 14 de octubre a las diez de la mañana. Companys, vestido con un traje gris, camisa blanca y los mismos zapatos del día de su detención, había rechazado la ayuda de un abogado porque él estaba formado en Derecho y quería defenderse por su cuenta de todas las acusaciones. Sin embargo, se le asignó uno de oficio, el capitán Ramón de Colubí, leal a los sublevados. 

La vista apenas duró una hora y terminó con la lectura de la sentencia: "(...) Fallamos que debemos condenar y condemanos al ex-Presidente de la Generalidad catalana Lluís Companys Jover como responsable en concepto de autor por adhesión del expresado delito de rebelión militar a la pena de Muerte". El president, abocado al paredón pero manteniéndose sereno, se despidió así: "La historia nos juzgará a todos en nuestra intención".

El nacimiento de un símbolo

La noche antes a su ejecución, las hermanas de Companys, Ramona y Neus, pudieron pasar tres horas con él y se llevaron varias cartas, entre ellas una dirigida a la hija del president, María: "Te dejo un nombre limpio de toda mala intención y voluntad; moriré por Cataluña y por lo que ella representa". A su mujer le escribió: "No admitas, pues, condolencias, ni llores. Levanta la cabeza. Esta muerte, que afrontaré plácidamente y serenamente, dignifica".

Entre las seis y las siete de la mañana del 15 de octubre, Companys fue conducido al foso de Santa Eulàlia, el lugar donde iba a ser ejecutado. Se negó a que le vendaran los ojos y, antes de que el pelotón de fusilamiento vaciase los cargadores, exclamó: "¡Por Cataluña!". A Benajmín Benet, un brigada de la Policía Armada, le ordenaron dar el tiro de gracia porque le había temblado el pulso. A las 11 horas se inscribía en el Registro Civil número 1 de Barcelona el acta de defunción de Companys, en la que se especificaba que había muerto por "hemorragia interna traumática".

Companys, entre rejas tras la intentona de aquel octubre de 1934.

Al president lo enterraron en el cementerio de Montjuic en una tumba sin lápida, hasta que en 1985 trasladaron sus restos al camposanto de la Pedrera. El franquismo pretendió borrar todo su legado pero provocó el resultado opuesto: el nacimiento de un símbolo, de una figura que reivindica la Cataluña republicana y autonómica. Su ejecución también lo convirtió en un mártir de la democracia. De hecho, esta semana, 78 años después del juicio, el Gobierno de Pedro Sánchez ha aprobado lo que ningún otro Ejecutivo en democracia se había atrevido: una "declaración de reconocimiento" y de "restitución de la dignidad" de Companys.

A Companys, el idealista que se rebeló contra la República y murió fusilado por Franco, ya no solo lo recuerdan los versos de Neruda: "Joven padre caído con la flor en el pecho / con la flor en el pecho de la luz catalana, / con el clavel mojado de sangre inextinguible, / con amapola viva sobre la luz quebrada, / tu frente ha recibido la eternidad del hombre, / entre los enterrados corazones de España / (...) levantad una sola bandera iluminada: / unidos por la sangre del capitán Companys / reunida en la tierra con la sangre de España!".

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