Julia Domna fue la emperatriz más poderosa de Roma, la que más títulos y dignidades recibió, la que llegó a ser considerada madre de los césares, de los ejércitos y de la patria. Una mujer capaz de gobernar con inteligencia y sobreponerse a las traiciones políticas que se propagaban en un mundo dominado por hombres. Fue una revolucionaria en el epicentro del Imperio Romano, la única fémina que se atrevió a desafiar la autoridad de los emperadores y logró forjar una dinastía.

Es ese "personaje inconmensurable e impresionante", esa anomalía histórica de cómo va a ser posible que una mujer dirija con mayor destreza e inteligencia que un hombre un imperio de semejantes dimensiones como el romano, lo que empujó a Santiago Posteguillo a escribir una novela sobre la vida de Julia Domna, huérfana hasta la fecha de obras de ficción o películas que la recordasen, y que le ha granjeado el Premio Planeta"No se trata de inventar a mujeres de relevancia donde no las hubiere", aseguró el escritor valenciano, "sino que se trata de revisar si las había y no han sido contadas". 

Y Julia Domna ha sido una de esas figuras femeninas enterradas por las corrientes históricas que siempre han colocado el foco sobre los grandes héroes, todos machosPosteguillo reconstruye en Yo, Julia las grandes conquistas políticas de la emperatriz romana aunque amparándose en las concesiones permitidas por la ficción. Es pertinente, por lo tanto, preguntarse quién fue en realidad esta mujer que tanto poder acaparó en un hábitat tan hostil con lo femenino.

Julia Domna, nacida en la actual Homs e hija de un sumo sacerdote de la región, fue la segunda mujer del emperador Septimio Severo. Tras abandonar Siria y después de unos años de nomadismo a consecuencia del rol intermitente de su marido en las tropas romanas, las revueltas registradas en Roma en 193 —y la lucha por hacerse con el poder— terminaron colocando a Severo en el trono del Imperio, y a ella le fueron concedidos los títulos de Augusta y madre de los ejércitos. Además, durante esta época se forjaron varias monedas con su efigie.

Lucha entre hermanos

En Roma se rodeó Julia Domna de filósofos e intelectuales de los que absorbería los conocimientos necesarios para tratar de combatir los peores vicios del sistema romano. Con la muerte de Septimio en 211, la emperatriz se enfrentó a una misión imposible para cualquier madre: mediar en la batalla fratricida por la sucesión que iniciaron Caracalla y Geta, sus dos hijos. Y el resultado no pudo ser más trágico, siendo Geta, el pequeño, asesinado por su hermano mayor.

Durante los siguientes años Julia Domna continuó siendo una fuente de sabiduría y liderazgo para el Imperio, asumiendo responsabilidades administrativas e interesándose por disciplinas culturales como la literatura y las artes. Pero esa herida que no había terminado de cicatrizar tras la muerte de su segundo hijo se agigantó cuando el emperador Caracalla, su primogénito, también fue asesinado durante una campaña contra los partos en 217 en la actual Irán.

La noticia abocó a la madre del Senado y de la patria, ya enferma se dice que sufría cáncer de pecho a una profunda crisis que terminó consumiéndola: recurrió a una huelga de hambre para quitarse la vida.