El 16 de noviembre de 1491 fueron quemados en Ávila, algunos de ellos vivos, dos judíos y varios conversos. El crimen del que se les acusaba era el de haber torturado y asesinado salvajemente a un niño en la localidad toledana de La Guardia, en 1489, con el que habrían reproducido la Pasión de Jesús, y al que habrían terminado crucificando para recogerle la sangre y arrancarle el corazón. Más tarde, lo habrían mezclado con una hostia consagrada para realizar un hechizo que atraería la desgracia sobre los habitantes del pueblo ¿La razón? Vengar el ajusticiamiento previo de otros de sus correligionarios.

Por supuesto, nunca apareció el cuerpo del niño presuntamente sacrificado (la explicación más plausible y recogida por la Inquisición fue que había sido ascendido a los cielos). La misma reconstrucción de lo ocurrido fue lenta: los primeros detenidos no lo fueron por este crimen, sino por sospechosos de judaizar (es decir, practicar los ritos hebreos a escondidas). Y en algún momento de los interrogatorios, apareció la noticia del robo de una hostia.

A lo largo de los meses de torturas, se fueron concretando los detalles. Pero toda la "investigación" recayó sobre la Inquisición, algo que no tenía ningún precedente porque esa institución sólo tenía competencias sobre los cristianos, una irregularidad más de un proceso que, como demostraron los historiadores Joseph Pérez y Luis Suárez Fernández, buscaba desde un primer momento montar un caso que pudiera servir para un fin político.

La leyenda infinita

La historia ni siquiera era nueva. Desde hacía siglos se había ido repitiendo la misma leyenda una y otra vez, en todos los países de Europa, con relatos de judíos asesinos de niños que se burlaban, además, del sacramento de la eucaristía. Y en muchos casos, habían sido desencadenantes de brutales represalias contra las comunidades judías. El mismo Alfonso X el Sabio, en sus Partidas, había consignado la existencia de esa práctica, y establecido el máximo rigor en el castigo si se producían en su reino.

Desde hacía siglos se había ido repitiendo la misma leyenda una y otra vez, en todos los países de Europa, con relatos de judíos asesinos de niños que se burlaban, además, del sacramento de la eucaristía

El momento no era gratuito. Existía una presión cada vez mayor para que la reina Isabel tomara cartas contra los judíos y los judeoconversos. El inquisidor general, Tomás de Torquemada, se involucró personalmente en todo el proceso, hasta el punto de que uno de los interrogados/torturados llegó a declarar, según consta en las actas del proceso, que "tenía mal remedio porque con los tormentos había dicho más de lo que sabía." Habiendo comenzado los interrogatorios en diciembre de 1490, no fue hasta octubre de 1491 que apareció la mención al niño secuestrado. Y entre las evidencias que se consideraron aplastantes para la acusación, se destacaba el hecho de que el paisaje en torno a La Guardia tiene muchas similitudes con Tierra Santa, de ahí su elección por parte de los asesinos.

Grabado del siglo XVIII que representa el martirio del Santo Niño de la Guardia.

Todo el suceso conmocionó profundamente al reino, y el clamor contra los judíos terminó cristalizando en el decreto de expulsión de marzo de 1492, apenas cuatro meses después del ajusticiamiento.

Limpieza de sangre

La condena se convirtió en un arma reiteradamente empleada por Torquemada y los partidarios de la extrema "limpieza de sangre": dado que la mayor parte de los ajusticiados eran judeoconversos, el caso del Santo Niño de la Guardia demostraría que los judíos eran inconvertibles, y que incluso los que se hubieran cristianizado hacía más de una generación podían seguir "corrompiendo" a aquellos con quienes convivieran. Significativamente, una vez que los judíos fueron expulsados, las mismas historias de profanación de hostias y asesinatos de niños comenzaron a contarse de los moriscos, que igualmente terminarían expulsados por Felipe III en 1609.

La leyenda del Santo Niño de la Guardia, en cuyo honor celebra el pueblo sus fiestas patronales, no hizo más que aumentar, y el relato fue adornándose con detalles cada vez más piadosos. Si la edad del pequeño se subió de cuatro a siete años para hacerle más consciente de su santidad, se incorporaron historias como la de que su madre ciega recuperó la vista en el preciso momento en el que a su hijo le estaba siendo arrancado el corazón. Lope de Vega relató la versión que se había ido fijado, adornada y llenándola de detalles escabrosos en su obra El niño inocente o el segundo Cristo (1617), escrita como exaltación de la labor de la Inquisición.

Grabado alemán de un judío torturando a un niño.

Mientras tanto, los relatos de judíos asesinos de niños siguieron reproduciéndose en toda Europa, incluso bien entrado el siglo XX. Pero quizá lo más curioso es que el origen de esa leyenda se remonta a los primeros tiempos del cristianismo, cuando eran los cristianos los que eran acusados de canibalismo porque los judíos no entendían muy bien lo de la eucaristía. Pero, como hemos visto, ha sido un relato muy útil que ha podido adaptarse a las necesidades políticas de cada momento.

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