María Prado, dramaturga, se encontró un día en el buzón de su casa una carta anónima. La abrió y sintió un impulso de violencia al leer su contenido, al tratar de digerir con los ojos la amenaza. "Eres una puta y te voy a matar", le escribió alguien desconocido. Sintió sorpresa al principio, luego un miedo evidente la abordó. Interpuso una denuncia en la comisaría y, por fortuna, resultó ser una broma de un gracioso que se dedicaba a enviar este tipo de mensajes de forma aleatoria. 

A ese vértigo ante una amenaza (ir)real tuvo que enfrentarse la directora de escena cuando estaba llevando a cabo una investigación sobre el lenguaje y la violencia, sobre el daño que se puede provocar con las palabras, con frases muy pequeñas. Ella lo experimentó en sus propias carnes. El episodio de la carta fue como el embrión de Impulsos (BPM) [Escritos en la escena II], una obra de teatro que se estrena este viernes en el María Guerrero en una producción del Centro Dramático Nacional, en la que María Prado es la encargada del texto y la dirección.

Es un ejemplo extremo, de contenido explícito, pero el lenguaje del odio está instalado en lo más cotidiano. "No sabemos ni dialogar ni expresar nuestra contrariedad sin que resulte violento. No sabemos abrir un debate en el que no estemos de acuerdo y no se genere violencia. Vivimos en un contexto cada vez más polarizado", explica María Prado a este periódico. No hay respiro para la reflexión calmada, siempre se demanda un posicionamiento social, y eso despierta otros temores internos, miedo a ser catalogados en un bando con el que no nos identificamos.

Y de ese pánico a la equivocación (impuesta) también brota la autocensura. "Hay niveles que tienen que ver con la supervivencia, la empatía. Nos comunicamos con ciertas personas y tenemos que pensar en lo que el otro va a recibir", señala la dramaturga. Pero también se pisa el freno de las opiniones en otros ámbitos, como el de las redes sociales, al atisbar las consecuencias de las palabras de cada uno, de cómo van a ser interpretadas, de si te van a apuntar con el dedo.

¿Es entonces la libertad de expresión total una utopía, un inalcanzable? ¿Cómo puede uno expresarse libremente sin que sus comentarios sean violentos para otra persona? ¿Dónde está ese equilibrio entre el libre albedrío y la responsabilidad? Son todos estos interrogantes que María Prado lanza con su obra, protagonizada por una escritora sumergida en pleno proceso creativo y que deambula entre sus propias censuras a la hora de darle forma a la novela. Escribe, tacha y reescribre; y por el medio se intercalan esos impulsos de violencia cotidiana.

"Lo diferente es plantear desde la pregunta: ¿hay límites a la libertad de expresión o no? ¿Cómo funciona el odio del lenguaje y cómo nos puede conducir a la censura? Es algo que yo no tengo resuelto e Impulsos me ha obligado a cuestionar mis propias líneas rojas", revela Prado. La suya es una pieza que combina la sátira y la ironía, que provoca carcajadas pero al mismo tiempo se convierte en un humor incómodo porque critica el distanciamiento con esa forma de violencia.

María Prado se muestra crítica con la actual situación de la libertad de expresión en España. Confiesa haber tenido muy presente la Ley Mordaza durante la elaboración de la pieza teatral, y asegura que casos como los de Willy Toledo o Dani Mateo le escandalizan. "Me preocupa cómo se pueden utilizar políticamente ciertos argumentos para censurar y poder elegir qué se dice y qué no se dice. Deberíamos tener una sociedad mucho más abierta a poder bromear y que no se intenten reprimir discursos", expone.

Es un terreno actualmente pantanoso el de la libertad de expresión, tanto en el apartado de la creación artística como en el de las opiniones: "No es lo mismo hablar por ti que hablar a través de una obra, pero las dos cosas implican responsabilidad", concluye la directora, que advierte: "Las palabras no están vacías, tienen poder".