Había otra vez… “En el verano de 2016, La Manada violó en grupo a una joven de 18 años en las fiestas de San Fermín. Mis hijas gemelas habían cumplido un año”, cuenta la dramaturga Rakel Camacho. “Que las violaciones a mujeres suceden desde el principio de los tiempos es algo que todos sabemos y que nunca acaba, como otras tantas pesadillas”. Camacho andaba preparando una lectura dramatizada sobre una obra de memoria histórica llamada Al hoyo, en la que uno de los personajes era víctima de violencia machista, cuando la actriz que lo interpretaba encontró el cuento Sol, Luna y Talía, de Giambattista Basile (1635).

Es la historia original de La bella durmiente: ahí, la joven se duerme virgen y se despierta madre de gemelos. Entonces los lazos creativos, políticos, sociales y emocionales comenzaron a unirse para Rakel Camacho y gestó La donna immobile, que acaba de estrenarse en el Teatro del Barrio y podrá verse hasta el 15 de febrero. El terror del cuento clásico del siglo XVII es idéntico al terror del relato de nuestra actualidad. “No nos pensemos que estamos tan avanzados. Ni somos tan modernos, ni denunciamos tanto. En Giambattista Basile ya había una intención de denunciar la violencia machista, pero cien años más tarde, los hermanos Grimm dulcificaron el cuento y se hizo todo lo contrario con él”, explica a este periódico.

En Sol, Luna y Talía, la protagonista también se pincha con una rueca -lo que, según algunas interpretaciones, responde al primer sangrado de la menstruación y al consecuente castigo por hacerse mujer-: “Estando dormida en un profundo letargo, su padre la aísla en un lugar del palacio. Su padre, el rey, porque el rey es el que decide, la reina no”, guiña. “De hecho a la reina en el cuento la llaman ‘la mujer del rey’. El caso es que ella estaba ahí durmiendo, aparece otro rey y la viola. Queda embarazada de gemelos y se despierta con las fuertes contracciones del parto”.

El cuento (y la actualidad) del abuso

¿Hay trauma al volver a abrir los ojos? ¿Es la protagonista consciente de lo que ha pasado? Cuenta Camacho que en relato original hablan de “recoger los frutos del amor”: “No hubo resistencia, no se habla en ese momento de violación. Se casan y son felices… hasta que se reflexiona sobre lo ocurrido”. Ahí empieza la documentación. La escena. La poética. La denuncia. “Todas hemos sufrido agresiones o abusos sexuales de los que no hemos sido conscientes, y que luego hemos ido recapitulando. Me pareció interesante darle a la obra forma de cuento. A mí el teatro documental, aunque me parece muy necesario, no me interesa como creadora. Me gusta una puesta en escena atractiva, onírica, que te saque de tu realidad y te meta en otra”.

El origen está en una religión, en un Antiguo Testamento, en unos mandatos de Yahvé sobre qué hay que hacer con la mujer y qué debe hacer la mujer consigo misma

Hay datos e información en la obra, como cuando hablan del protocolo que la víctima de una violación debe seguir: “Es diferente en cada ciudad, en cada Ayuntamiento. Ni siquiera hay una unidad en todo el país. Hablamos de determinadas cosas que mucha gente no conoce, pero el foco está puesto en la denuncia y en el discernimiento de qué es lo natural, qué es el bien y qué es el mal”. ¿Cuál es la pregunta que más se ha hecho Rakel Camacho en todo este proceso creativo? “Sobre todo, por qué. El origen está en una religión, en un Antiguo Testamento, en unos mandatos de Yahvé sobre qué hay que hacer con la mujer y qué debe hacer la mujer consigo misma. La culpa, el poder y la desigualdad que se ha ido creando”.

¿Y la respuesta? “La respuesta son las del sistema. En la obra hablamos del acceso que hay al porno, que es vejatorio, y de que en esa industria lo más buscado es ‘violaciones a mujeres’. ¡Por usuarios de una media de edad de 11 años! Los vídeos de La Manada y su violación son de lo más buscado”, explica. Su sueño, dice, es que su obra teatral la vean adolescentes, “para que les lleguen las cosas como son”. Critica que el sistema esté “podrido desde la raíz” y pide “más educación”.

No es sexo, es poder

La dramaturga celebra que el feminismo haya generado tanto debate social y sea un tema de primer orden en nuestra mesa de exigencias, tanto para mujeres como para hombres. “Ellos también se están animando. De hecho, al actor de la obra le costó mucho enfrentarse a algunas partes del texto y se ha replanteado muchas cosas… Es una persona sumamente pacífica”, sonríe, con cierta ternura. “Pero esto plantea el: ¿alguna vez has sentido ese poder sexual? Porque hablamos de que lo importante aquí no es el acto sexual, eso es secundario. Lo importante es que la violación es un ejercicio de poder”.

La donna immobile.

Cita a Virginie Despentes cuando hablaba de que la violación es “invasión”: “Es una guerra civil entre dos cuerpos. Hay imperialismo. Por eso en la obra incidimos ahí y yo necesitaba que el violador fuese un rey, para poner el foco en el poder. Es un poder político que ejerce el hombre”. Es ese mismo poder el que ejercían los jóvenes de La Manada, actuando en grupo, celebrando su misoginia, avasallándolo todo a su paso. “Debe haber muchísimos hombres así. Porque han normalizado el machismo y su violencia. Lo más peligroso de este tipo de poder es que ni siquiera sabes lo que está bien ni lo que está mal, no disciernes entre el salvajismo y lo natural”, relata.

¿Qué experimentaría La Manada si pudiese ver su obra? “Quiero pensar que tomarían conciencia. Luego cada mente, cada bagaje… estos que van en grupo y son militares, guardias civiles, etc, se mueven en entornos muy machistas. También hay violadores directores de cine, claro, y actúan con el rollo de su película como depredadores sexuales muy poderosos. Pero estos chicos no lo hacen desde ese estatus, lo hacen porque pueden, y ya está, porque se les permite. Yo creo que si vieran la función, si no han empezado a tomar conciencia ya, lo harían. Yo creo que sí, porque al final tengo mucha confianza en el ser humano. Sin duda se verían reflejados en esa violación”.

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