Atentos a la sinopsis. Chico conoce chica. Se enrollan y él queda pillado por ella, así que se va a buscarla para intentar comenzar una relación. Las cosas no son fáciles, cada uno es de una comunidad autónoma diferente y las costumbres de cada lugar les separan. ¿Les suena familiar? Todo el mundo habrá pensado en Ocho apellidos vascos, pero no, es el argumento de El pelotari y la fallera, el cortometraje que Julio Medem ha escrito y dirigido para la marca de cervezas Amstel y protagonizado por Asier Etxeandia y Miram Giovanelli.

La inspiración es más que evidente, pero como diría la productora Isona Passola cuando acusaron a los Premios Gaudí de plagio, “las ideas están en el aire”. Medem ha cogido una al vuelo, la de reírse de las diferencias entre regiones y enfrentarlas en una historia de amor. Como lo de la vasca y el andaluz estaba muy visto, le ha dado un giro de prestidigitador: el vasco es él en vez de ella, y la chica en vez del sur es valenciana. Así que menos Sevilla, Los del río y calesas y más paella, falleras y costa levantina.

Asier Etxeandía y Miriam Giovanelli protagonizan El pelotari y la fallera.

La marca de cervezas ha querido entrar en el cortometraje para promocionar su producto y ha hecho un refrito del filme de Emilio Martínez Lázaro pasado por la turmix de Medem. La historia no es del todo igual. Unai y Mar son dos jóvenes que pasaron un verano de amor pero se dieron cuenta de que eran “gastronómicamente incompatibles”. Los dos son hijos de cocineros, pero mientras que a él, como buen vasco, le gusta un buen chuletón a la brasa, ella, valenciana y fallera mayor, prefiere las esferificaciones y las espumas. Algo que, como todo el mundo sabe, está por encima del amor. Pero Unai se inventa una ruta gastronómica para invitar a Mar y convencerla de que no pasa nada porque no les guste la misma comida.

Para que no sea todo tan plano y ya visto, Medem juega al cine dentro del cine, y Exteandía y Giovanelli hacen de sí mismos, que van a la lectura del guion de El pelotari y la fallera. Según leen sus líneas el romance también se trasladará al ensayo y veremos lo que ocurre en la ficción y en la supuesta realidad con ellos preparando las escenas.

Medem pasa por su turmix la idea de Ocho apellidos vascos y enamora a un pelotari con una fallera en un cortometraje para una marca de cervezas

En la presentación del cortometraje, que se podrá ver el miércoles en el canal Atreseries de Atresmedia, explicaron que se eligió a Julio Medem por tres valores: emoción, belleza y riesgo. Este último lo dejó en casa cuando optó por una historia que huele a chiste de lepe y en la que introduce toques de humor casposo y algo machista. Como si hubiera querido recuperar el espíritu de Bigas Luna y mezclarlo con Ocho apellidos vascos, Medem se saca de la manga escenas con diálogos que quieren ser picantes y quedan en lo ridículo.

Atentos a la escena. Unai (Asier Etxeandía) va a coger un mapa de la guantera. Ella le dice que si se ha inventado lo del mapa para tocarle la pierna y comienza un tour de force antológico.

- Hablando de piernas. ¿Has adelgazado, engordado?

- Estoy igual.

- Pues enséñame algo de ese 'igual'.

Y ella se levanta un poquito la falda para que él ponga cara de gusto. Para salvar el bochorno, Miriam Giovanelli dice desde ese ensayo y en off que esa parte le parece un poco boba. Tampoco pasa nada porque hay donde elegir. Ahí esta esa frase carpetera: “Quería probar tu chuleta. La del restaurante de tus padres”, un flirteo con frases sutiles como “¿estoy buena, te lo harías conmigo”, y momentos machistas como cuando ella le reprocha que se abra un poquito más y él le responde que “tú sí que podías abrirte un poquito más” para hacer un primer plano de su escote. El cuñadismo de Unai no es lo que echa para atrás a la pobre Mar, sino su incapacidad de apreciar la comida moderna. Menos mal que el gusto gastronómico se cura antes que los micromachismos y Unai se entrega para apreciar una buena reducción de Pedro Ximénez.

La tercera parte de Ocho apellidos vascos ha llegado antes de tiempo y de la mano de Julio Medem, que se ha cansado de palíndromos y romances oníricos y se ha rendido a lo que vende: el humor costumbrista.

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