Era un buen día. Un día como otro cualquiera. No era el día mundial del beso. Era el día mundial del arte, que es menos comprometedor y deja más opciones a jugar con las metáforas y los recados cuando tu partido está a punto de irse al carajo. Imagina que debes explicar qué modelo quieres sembrar para gobernar tu partido: uno paternalista o uno transversal.

Si defiendes el primero, lo resumirás con un cuadro de un padre abrazando a su hijo y lo tuitearás celebrando eso, el orgullo de ser el padre de la criatura. Además, podrás hacer carambola metafórica si esperas convertirte en padre en breve. Si, al contrario, prefirieses un modelo menos régimen del 78, sin tanta testosterona, pensamiento único, con más confluencias políticas y mucho menos paternalista, te decantarás por un levantamiento contra el pater familias. O sea, La lucha con los mamelucos, de Goya.

Madre e hijo, de Oswaldo Guayasamín.

Pablo Iglesias salió del consejo ciudadano de Podemos el día en que se homenajean las artes plásticas y confirmó que su intento de desmontar lo pactado y firmado en Vistalegre 2, no cuajaría tal y como él habría deseado O eso parece, de momento. Y compartió con sus seguidores en Twitter un cuadro del pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín (1919-1999), titulado Madre y niño, “forma parte de su colección La Ternura, que pintó entre 1988 y 1999”.

El artista estuvo protegido por Nelson Rockefeller (que le compra acuarelas, lienzos y le invita a Nueva York con apenas 20 años), retrató en cuatro ocasiones a Fidel Castro (aunque él quiso pintarlo cada cinco años para “captar sus maneras profundas de ser”), tiene dos murales en el aeropuerto de Barajas (encargados por Felipe González), también pintó a Gabriel García Márquez, Paco de Lucía, François Mitterrand, Rigoberta Menchú, Juan Carlos I y el horror del holocausto. Era de los artistas favoritos de Miguel Bosé (antes de desprenderse de parte de su colección).

El padre sobreprotector

El cuadro que ha elegido Iglesias es un gesto. La madre arropa a su criatura. En realidad, lo sobreprotege: él mira sin miedo el mundo y ella prefiere cerrar los ojos y encerrarle bajo su influencia. Guayasamín homenajea a la madre, cuyo retrato deriva de la unión a la dependencia de su hijo. La fuerza del vínculo no reside en la confianza para dejarlo volar, sino en apresarlo contra ella por miedo a dejar de ser y existir.

La lucha con los mamelucos, de Goya.

Horas antes a esta imagen paterno filial, Íñigo Errejón soltaba un tuit con La lucha contra los mamelucos y un frase cargada de veneno: “El arte al servicio de los más humildes”. Iglesias contestaba a la humildad reclamada con el ejemplo del ínclito Ramón Espinar, su fiel escudero en la capital: “La altura en política se demuestra con generosidad y cediendo. El objetivo es ganar al PP y gobernar Madrid para la gente. L@s inscrit@s marcaron el camino: unidad y humildad”.

Iglesias ha soltado un órdago contra Errejón para debilitarlo de cara a las autonómicas de 2019: si Errejón muere en la cita electoral, él también; si Errejón triunfa, Iglesias muere también. Así que mejor descafeinarlo y maniatarlo, convertirlo en pelele sin posibilidad de actuar con libertad en el campo que más le gusta a su rival, el diseño de las campañas (no siempre con buen resultado, ojo).

Fragmento de la carga de Errejón, de Goya.

Pero Íñigo el ausente ha maniobrado y se ha opuesto, sobreponiéndose incluso a su perfil de víctima y vistiéndose de pueblo que se atreve a salir a protestar y rebelarse contra una situación insostenible. En las figuras de los vecinos de Madrid, retratados por Goya, hay mucho cabreo e indignación. La Puerta del Sol está abarrotada y los mamelucos de la Guardia Imperial francesa son arrasados por los que han perdido el miedo y el respeto al invasor, que quiere convertirse en el padre salvador.

Saturno devorando a su hijo, una de las pinturas negras de Goya, en el Museo del Prado.

El propio Errejón comentaba a este periodista delante del cuadro, en el Museo Nacional del Prado, que prefería hablar de “levantamiento”, más que de “revolución”... Ha movido ficha para no convertirse en protagonista de otra obra de Goya: Saturno devorando a su hijo. Y parece que la jugada por romper el abrazo asfixiante del todopoderoso líder le ha salido bien, aunque falta por leer la letra pequeña del acuerdo entre las dos orillas.