"Fracasa otra vez. Fracasa mejor". Lo decía Samuel Beckett en Rumbo a peor (1983) y no puede canjearse en taza de Mr. Wonderful ni en imán de nevera para emprendedores. No sirve como espaldarazo para niños ambiciosos porque el dramaturgo y escritor se refería, en realidad, a la inevitabilidad del fracaso, al continuar a pesar de todo: se rebozaba en su pesimismo y golpeaba con ironía, aunque hoy quiera revestírsele tontamente de vitalismo.

La idea del descalabro como parte de la vida es, sobre todo, lo que hay, ya sea por la novia perdida o por el trabajo inalcanzable. El patetismo es patrimonio porque nos hace humanos, nos expande la lente y, de un modo casi dócil, nos agarra de los hombros y nos dice "cuidado, chaval". En algo así se basa el Museo del Fracaso, que abrirá en junio en Suecia y recogerá 50 productos fallidos hijos del capitalismo, que en su día se nos vendieron como necesarios, ¡como transgresores!, pero después de ese barniz de último hito sólo se escondía una chapuza considerable.

Lo promueve Samuel West, profesor de Psicología de la Universidad de Princeton, firme en su idea de que los fracasos son fundamentales para avanzar. Dice que Occidente está enfermo de éxito y que ya basta de adorar sólo los triunfos, que son "asquerosamente repetitivos".

Los buenos fracasos

La verdadera innovación, propone, supone aprender de las complejidades de cada fracaso, una habilidad que la mayoría de empresas no acaban de perfeccionar. El museo busca desestigmatizar las frustraciones personales y profesionales, y, es más, hasta incluirlas en nuestro currículum, como forma de archivar los proyectos que destilaron algo de genialidad antes de caer en picado.

West lleva siete años coleccionando disparates y los hay para todos los gustos: quizá el más rompedor es el dentrífico Colgate con sabor a lasaña de carne

West lleva siete años coleccionando disparates y los hay para todos los gustos: quizá el más rompedor es el dentrífico Colgate con sabor a lasaña de carne. Fue en los ochenta, con el boom de las cenas congeladas. Por alguna extraña razón, no tuvo éxito. La Coca-cola blak, por ejemplo, tenía sabor a café, y duró sólo dos años en el mercado, de 2006 a 2008.

Por otra parte, a Harley Davidson, la marca fabricante de motos de culto de EEUU, se le ocurrió crear un perfume llamado Hot Road, porque definitivamente parecía delicioso ir por la vida oliendo a grasa de motocicleta. Uno de los objetos favoritos de West es una bicicleta de plástico comercializada en Suecia en los años ochenta. Aepnas tenía estabilidad, costaba el doble que una normal y crujía y se doblaba sin parar. Era como ir en un transporte de plastilina.

Otros productos fallaron por su terrible diseño: como el Nokia N-Gage, que era un híbrido entre la videoconsola y el teléfono inteligente. Salió en 2003, pero resultaba incomodísimo: tenía que ser desmontado para ir cambiando de juego, había muy pocos juegos disponibles y había casi que abrirlo por la mitad para usar el teléfono,

Una máscara para ser guapo

El Twitter Peek era algo parecido. Fue lanzado en 2008 y proponía elegir un teléfono móvil que no absorbiese tantos datos y dedicado sólo a Twitter, pero lo cierto es que su pantalla era demasiado pequeña para contener 140 caracteres y no podía manejar más que tres o cuatro mensajes. Otro ridículo y divertido: una esperpéntica máscara promovida por la actriz Linda Evans en 1999, que supuestamente te hacía guapo mediante conexiones eléctricas. Tenías que colocártela sobre la cara varias veces al mes y hacía de tu rostro un lugar mejor.

Algunos productos fracasaron, sencillamente, porque escogieron una mala estrategia comercial, como la cámara digital de Kodak

Algunos productos fracasaron, sencillamente, porque escogieron una mala estrategia comercial. Como la cámara digital de Kodak. La empresa tenía listo el boceto de la primera cámara digital. Fue a finales de los setenta, pero lo aparcó, precisamente porque la mayor parte de sus beneficios procedía del revelado de fotografías. Lo intentaron comercializar en el futuro, pero llegaron tarde: esto sólo demuestra que la mejor propuesta, si tarde, es una propuesta incorrecta.

También Newton, uno de los mayores fracasos de Apple. Era un dispositivo que servía para tomar notas apoyando un lápiz electrónico sobre la pantalla. El error fue que, una vez en el mercado, descubrieron que no reconocía la escritura de nadie. La parodiaron hasta los Simpson. Luego recobraron el boceto y volvieron a fracasar. Pero mejor.