La escritora chilena Paulina Flores.

La escritora chilena Paulina Flores. EFE.

Cultura Entrevista a la autora

Paulina Flores: "En el neoliberalismo no somos libres ni cuando elegimos canción ni menú del día"

La escritora chilena lanza 'Isla Decepción', su primera novela tras el éxito de sus cuentos en 'Qué vergüenza'. "Es desafiante y hermoso usar el lenguaje inclusivo también en las novelas", cuenta, con vistas a la próxima. 

16 septiembre, 2021 01:22

A la fantástica Paulina Flores no se le ha subido la gloria a la cabeza después de la unanimidad en la crítica tras su primer libro de relatos, Qué vergüenza (Seix Barral): está claro que ya no sabemos hasta qué edad madura y a veces casi anciana llamará el mundo editorial a una escritora “joven promesa”, pero ella nació en el 88 -chilena, feminista, clase obrera- y lo cierto es que su irrupción en el panorama ha sido aplaudida, y con razón. Llegó con nueve cuentos debajo del brazo que eran nueve hostias: por impacto y por resonancia.

La Flores escribía sobre historias de supervivientes, de gente que “no se echa a morir”, de humanitos que a pesar de las frustraciones “no se doblegan, no se rebotan”. Escribía del pederasta, de la madre ante la fatalidad amorosa, de la compañera de trabajo, de los ojos que te miran desde el banco de enfrente mientras piensas que ya no recuerdas un carajo acerca de la seducción. Escribía del niño pobre que veranea con sus primas ricas y de los recortes de periódico que contienen ofertas de trabajo. Escribía desde dentro de las tensiones, desde los pliegues del cerebro o del corazón, qué más da, lo que quiera que sea que haya dentro.

Ahora vuelve con una primera novela ambiciosa y extravagante en cuanto a temática. El mar, Corea, la figura masculina: algunas obsesiones poéticas. Aquí Isla Decepción (Seix Barral), el relato de una mujer llamada Marcela que huye a la Patagonia -huye, literalmente huye de un trabajo, de un mal amor…- a visitar a su padre, con el que tiene une relación inquietante. Allá descubre a un joven coreano que su padre ha rescatado del mar y que mantiene escondido: él viene del terror, del abuso, del trauma, de la explotación. Se juntó un roto con una descosida. Este trabajo no le ha sido flor de un día: no le ha dado a Paulina por exprimir su influjo y volverse ultraprolífica para recibir cuanto antes el goce de los aplausos, sino que ha estado cuatro años cincelando una novela compleja.

“Fue arduo, arduo con la investigación, arduo con las palabras. Desde el último libro me puse a leer mucha poesía para aprender a jugar, para aprender a encontrar en las palabras un vehículo distinto. Cuando escribí Qué vergüenza estaba muy influenciada por la escuela norteamericana, por esa eficiencia en el argumento. Y ahora, con la novela, he redescubierto cómo se puede contar una historia y cómo hacerlo jugando con el lenguaje, perdiéndome en él. Harto disfrute, harto goce”, cuenta a este periódico. Saltó al vacío, dice. No sabía en qué se estaba metiendo. Pero cedió a la presión, al desafío. “Parece que si no escribes una novela no eres escritor, eso dice la gente”, sonríe. Y tiene razón.

El tarot a sus personajes

“Soy capricornio y soy bien autoexigente, pero también soy muy torpe en todo lo que toco, me equivoco mucho. Me dolía un poco generar expectativas, y por ahí va también el título dude la novela, un pequeño chiste hacia el lector. En este libro me obsesioné con los personajes, hice millón de rituales. Cuando estaba en la edición final, le dije a una amiga que es astróloga que le echara las cartas a mis personajes, que les echara el tarot”, ríe. ¿Y le adivinaron las cartas que los iba a matar pronto? “No, no”, vuelve a reír. “Yo me preguntaba mucho por Marcela, que la dejo triste en ese final, y me preguntaba por Lee, por el misterio de si llegarían a ser felices, y las cartas me dijeron que sí, que estaban preparados para el amor”.

Este libro, subraya, va de algo que le sucedió a ella misma entre los 25 y los 30: el motor que es el deseo de escapar. “Yo quería huir pero no sé, tal vez no me atrevía a hacerlo por mí misma y me tuve que servir de estos personajes. No pienso en la huida en términos de cobardía ni de heroísmo, sino como en un viaje. Tengo la sensación de que es difícil estar solo, verdaderamente solo”, reflexiona. “Eso de subir a una montaña y estar arriba y entrar en un estado sublime: lo probable es que haya al lado un envase de Coca-cola que te recuerde que hace no tanto algún ser humano pasó por ahí. Estamos perdiendo hasta la capacidad de huida”.

Soledad y libertad

Recuerda la autora que “el sistema económico en el que vivimos, que viene del capitalismo y es el neoliberalismo, es un sistema en el que no somos libres”: “Creemos que tomamos decisiones, pero no es así, es una especie de fantasía. Cuando tomamos decisiones como la canción que escuchamos en Spotify o el menú del día, no somos libres tampoco. Cuando uno va a un restorán y pide una pieza de calamar frito a un precio económico es porque alguien está pescando eso a un precio mucho más alto. Está en mar abierto y no le están pagando casi nada y está arriesgando su vida. Es complicado pero me gusta entender el mundo como una simbiosis. Todo está conectado. Las cosas que comemos las pesca alguien, las decisiones que tomamos dependen de las decisiones de otros”, sostiene.

¿Cuándo consigue sentirse sola Paulina Flores, cuándo es cuando más abrumadamente sola se siente? “Barcelona, donde vivo ahora, es un lugar como raro para estar solo porque hay mucha gente y eso me encanta, pero yo me siento sola el domingo por la tarde o cuando me rompen el corazón y es domingo por la tarde”, desliza. “Ahí me siento sola y es soledad amarga. Pero otras veces me siento sola, alegremente sola yendo en bicicleta y escuchando a Kanye West, y por mí que se acabe el mundo, chao”.

¿Cómo es un corazón una vez roto, para qué sirve? ¿Se reconstruye alguna vez o siempre quedan marcas? “Es durísimo porque duele, duele de verdad como si te rompieran el pecho y te tomaran el corazón y te lo partieran en dos en tu cara. Yo soy romántica en ese sentido, me parezco a Marcela: casi que busco que me rompan el corazón para poder sufrir un poco e inspirarme. Tengo yo ese masoquismo del que busca estar en situaciones trágicas para sentir emociones”, se encoge de hombros, con graciosa disculpa.

“Pero yo estoy totalmente segura de que una se puede volver a enamorar con la misma intensidad y con la misma estupidez, sin aprender nada de nada, y eso es esperanzador en algún punto. Siempre está el amor esperándote un poco más allá. También pienso de un tiempo a esta parte que el amor romántico puede transformarse en una amistad, que el amor no tiene por qué acabarse”, expresa.

Lenguaje inclusivo

En los agradecimientos del libro usa el género inclusivo: “Estoy en deuda con todes mis amigues”, escribe. ¿Cómo vive esa reivindicación como escritora; sería posible mantenerla a lo largo de un libro entero? “Es dificilísimo usarlo, yo misma digo ‘uno’ todavía en vez de ‘una’, incluso si me refiero a mí. Como mujer me cuesta un montón hablar en inclusivo pero me parece muy interesante, y para mi próxima novela quiero repensar todo el lenguaje y hacerla en inclusivo, con muchas e, con muchas u. Se me representa como una necesidad en términos políticos: el ver cómo funciona el lenguaje en términos de identidad de género o de clase social”, comenta.

“Es desafiante y hermoso usar el lenguaje inclusivo también en las novelas. Me lo tomo muy en serio, pero también no, quiero decir: me divierte, es literatura y me gusta jugar con ella, podemos crear las reglas de nuevo y hacer chistes, esto está abierto”, sonríe. “Es verdad que una a veces se mueve en burbujas y en círculos y piensa que todo está muy bien, que el mundo ha avanzado mucho, y luego sale de allí y se da cuenta de que no tanto. Me di cuenta en un momento de que la realidad no es tan real como una cree: la realidad está hecha de discursos, de susurros, de visiones, de cultura, de perspectivas. Se construye todo el rato, la realidad”.

¿La excita poner en un brete al establishment, a las academias? “Siempre he sido un poco rebelde en ese sentido. Bueno, ya ser mujer y dedicarse a la literatura, o hacer cualquier cosa, es ser un poco rebelde, porque prefieren que no hagamos nada. Además de rebelde, sí sé que soy juguetona, tengo esa doble careta: lo que digo puede ser un chiste o puede ser verdad, pero eso es lo bonito y lo bueno o lo conveniente de ser escritora o ser artista: ya que no estamos inventando la vacuna contra el coronavirus… por suerte podemos jugar”.