Marie es la niña de la foto en blanco y negro medio ajada que nadie sabe quién tomó: Marie es una niña agrietada por el dolor y el tiempo. Pero también era, en 1942, una cría judía de diez años que vivía en el París que colaboraba con los nazis. Ese año, la chavalita aún estudiaba en la escuela municipal para niñas de la rue Armand Carrel, a una manzana de su casa: fue allí donde la enseñaron a escribir. Fue allí donde tomó las lecciones que le permitirían dedicarle siete misivas a su padre relatándole sus “días amargos de detención”, como cuenta la escritora Mercedes de Vega -licenciada en Sociología y Ciencias Políticas- en la biografía novelada de la niña, Una historia desconocida, Marie Jelen (Huso).

A Marie la bautizan como “la Ana Frank francesa”, pero son muy pocos los que conocen su historia, que se reveló a poco en 2003, cuando salieron a la luz sus cartas, que sólo ahora se encuentran recogidas en esta edición. Vega ha estado cinco años escrutando a la chiquilla, ayudada por un familiar de la víctima, Serge Jelen -su hermano de otra madre, fruto de la relación que tuvo el padre tras su muerte-, que le dio la información que necesitaba para completar las numerosas lagunas que se cernían sobre su vida.

Marie Jelen fue a una escuela donde hoy ondean las banderas de Francia y la Unión Europea. Junto a la entrada, hay una placa negra con letras doradas: “A la memoria de las alumnas de esta escuela, deportadas por haber nacido judías. Víctimas inocentes del genocidio nazi con la complicidad del gobierno de Vichy”. Y flores marchitas a sus pies. Como cuenta la autora, “los Jelen eran polacos, pero Marie había nacido en París, en el distrito X, aunque nunca llegó a ser francesa”: “No le dio tiempo, aunque la recordara el exprimer ministro de Francia, Edouard Philippe, durante la conmemoración de la redada del Velódromo de Invierno, el 22 de julio de 2018, como una niña judía francesa”.

Una de las páginas del libro. Maria Jelen y su madre Estera.

La niña, a finales de ese curso, ya llevaba la estrella amarilla cosida en la parte derecha de su abrigo, como su madre, “obedeciendo la ordenanza de las autoridades alemanas del 29 de mayo del 1942 que obligaba su uso en la zona ocupada”. En esa fecha, su madre -Estera- y ella ya vivían solas, porque el marido y padre -Icek, sastre de profesión- se había ido de París. Se marchó cuando en el 40 le cerraron la sastrería -“al quedar excluidos los judíos de ejercer cualquier profesión comercial e industrial, entre muchas otras”-, y buscó trabajo en una granja agrícola en Frésnois para enviarles dinero. Lo hizo, probablemente, gracias al Comité de Coordinación de Caridades Judías. Estaba explotado. Eso era la antesala de Auschwitz.

Madre e hija solas

Así pues, madre e hija se quedaron mirándose las caras en una ciudad cada vez más tenebrosa. “Puedo suponer cómo vivían, con nadas madre e hija en la rue de Meaux con miedo a salir a la calle. Bajo la prohibición de usar el teléfono y las cabinas telefónicas. Y si alguna vez tuvieron un receptor de radio, lo debieron entregar en una comisaría en el mes de agosto de 1941. Por las calles las detenciones aleatorias se convertían en el terror de los judíos”, escribe la autora.

Fueron detenidas el 16 de julio del 42, en su domicilio. Aquí la primera carta que se le conoce a la niña hacia el padre:

Querido papá:


Nos llevan al Velódromo de Invierno, pero no nos escribamos ahora, porque no es seguro que nos quedemos aquí.

Un beso fuerte y otro de mamá, tu hijita que se acuerda mucho de ti,

Marie

Y así fue. Después -a partir del 19 de julio- pasó once días con su madre Estera en los barracones de Pithiviers, hasta que la separaron de ella y mandaron a su progenitora a Auschwitz. Antes de eso, le había enviado a su padre cartas como ésta: “Querido papá: estoy enferma, tengo la escarlatina, no es nada grave, pero dura mucho tiempo. Tengo que quedarme 40 días en cama, los primeros días no pude comer, así que nos dan leche. Estoy muy bien de salud. Hace 18 días que estoy enferma. Se come bien, puré de patatas, arroz, fideos. Un beso muy fuerte de tu hijta que te quiere. Marie”.

Una de las cartas manuscritas de la niña que aparecen en el libro.

Cuenta la escritora que lo probable es que fuera atendida por el personal de la Cruz Roja, o por voluntarios de la UGIF, la Unión General de Israelitas de Francia, una organización creada por las fuerzas de la Ocupación para asistir y reeducar a los judíos. Siguiente carta del 27 de agosto:

Querido papá:

Aprovecho mi tiempo para escribirte una segunda carta. Perdona por no escribir antes porque en la enfermería hay niños más pequeños que yo, y cuando la enfermera y la señora que se ocupa de los niños enfermos están fuera, los mayores deben ocuparse de los más pequeños. He vuelto a encontrarme con mis compañeros de París. He visto a Fanny con su hermano pequeño. Cuando no estaba mala, jugaba todo el tiempo con ella, y también me he encontrado a Robert con su madre y su padre, así que no me he aburrido.

Un beso muy fuerte de tu hijita que te quiere mucho, Marie

Una de dos días más tarde, del 29:

Querido papá:

Espero que no te aburras mucho y que las patatas crezcan bien. Yo estoy bien, pero me aburro un poco, de todas formas. Hace unos días nos lo pasamos muy bien. La señora que nos cuida nos dio pan de especias con peras y ciruelas, nos dimos una comilona. La señora es muy amable conmigo, nos mima mucho. La comida que nos dan está buena, lo único es que no podemos comer las cosas con sal y si no está dulce, no está bueno. Me acuerdo mucho de ti, ¿estás bien de salud? Yo, cuando me canso de estar todo el tiempo en la cama, me levanto un poco. No se me ocurre nada más que contarte.

Un beso muy fuerte de tu hijita que te quiere, Marie.

Escribe la autora que no menciona a su madre en las cartas. Es probable que la mujer saliese del campo a trabajar en la azucarera de Pithiviers. Puede que estuviese en los barracones. Lo que es seguro es que “dos días después de la carta fechada el 29 de agosto, Estera entra en el convoy nº 13, el 31 de julio de 1942, en la estación de tren de Pithiviers”: “Se la puede ver entre las las de un pueblo devastado, junto a seiscientos noventa hombres, trescientas cincuenta y nueve mujeres y ciento cuarenta y siete niños. Sin Marie”, relata.

Niña huérfana

“Dos días después el convoy alcanza las vías que entran en el complejo de Auschwitz-Birkenau, y vuelve a sumarse a la la de la devastación que la conduce sin paliativos a una cámara de gas, el 2 de agosto de 1942. Sin dejar rastro, en el silencio de los perdedores”. La niña parece no enterarse de su marcha, de su pérdida: seguramente le habrían contado un cuento sobre el paradero de su marcha que endulzara el asunto. Sigue sin mencionarla en las cartas. Su última misiva, del 18 de septiembre, ya comienza a lanzar malos presagios:

Querido papá:

Hace mucho que no te he escrito porque esperaba el permiso para escribir cartas. Puedes enviarme una respuesta en el otro sobre. Si puedes me gustaría que me enviaras mis fotos, de mamá y la tuya. Hace mucho tiempo que no te veo. Espero poder verte muy pronto.

Trata de sacarme de aquí para poder estar contigo otra vez, aquí me estoy quedando sin fuerzas. He adelgazado mucho, todavía estoy enferma, he cogido otra enfermedad, la varicela, hay gente que dice que van a dejar libres a los niños que tengan menos de 16 años. Espero que me llegue tu respuesta lo antes posible. Que sigas bien, sobre todo no caigas enfermo como me pasa a mí. No lo pases mal como yo, que me pongo a llorar cada vez que me acuerdo de ti.

Tu hijita que te quiere y te envía un beso muy fuerte, Marie.

El lunes, 21 de septiembre, deportaron a la niña en el convoy número 35 con destino Auschwitz. Iba con 163 niños “que brillaban como los corazones condenados a muerte”. Fue su final. Al recibir estas cartas -mucho tiempo después de ser enviadas-, el padre intentó y consiguió huir de la granja para buscar a los amores de su vida y alcanzó a llegar a París. Jamás volvería a verlas. Después de llegar al primer campo de concentración en el que estuvieron, se le pierde el rastro. Luego se sabe que huyó hacia el sur y llegó a Nontron, en Dordoña, donde se refugió hasta que terminó la guerra. Acabaría rehaciendo su vida con otra mujer y teniendo a su hijo Serge, que hoy colabora en la reconstrucción de su memoria. 

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