Antonio Colinas sabe, como Machado, que “el alma del poeta se orienta hacia el misterio”: es el poeta del enigma de la vida, el poeta que escucha el mensaje de la piedra. En En los prados sembrados de ojos (Siruela), su último poemario arrebatadoramente hermoso, el autor escarba en los símbolos para encontrar su centro, su sentido, su razón de ser; para cantar a la amada y a sus melancolías, para hundir las manos y la mente en los campos y en los pueblos y en las fuentes donde alcanza la lucidez. Le escribe también a Rubén Darío -“rotundo caracol marino”-, y a Azorín y a Góngora y a Cervantes, y le escribe al lobo y a lo invisible y a la Vía Láctea y a los pájaros de Delhi y a los monasterios lejanos.

Es casi un médium, Colinas, porque habla poseído por una voz interior que le acerca a verdades que el resto ni soñamos alcanzar; porque piensa a través de la naturaleza, porque está revelado, iluminado, bendecido por los ríos secretos. Él escribe desde el plano, como decía Juan Ramón, “de la inmensa minoría” -aunque su grueso talento le haya valido premios tan prestigiosos como el Nacional de Literatura, el Nacional de Traducción o el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana-.

Pero, ¿qué está buscando exactamente: la verdad, la belleza, la recuperación del pasado, la propia poesía en sí misma? “Esta pregunta es muy importante. Para mí en estos momentos la poesía es la búsqueda de la plenitud del ser. Hay poéticas que trabajan con la desesperación, el malditismo o el vanguardismo radical pero para mí la poesía es la plenitud: el desarrollo de la psique, el llegar a ser lo que uno tiene que ser en la vida”, cuenta a este periódico.

“No es un estado fácil, la plenitud: llega después de la prueba, de las dificultades”. Habla de la importancia de los símbolos para los seres humanos “en momentos de enfermedad, de crisis o de muerte, momentos como los que estamos pasando”: “El contemplar una montaña, un camino, un bosque o un atardecer son grandes tópicos pero a la vez grandes remedios, ¿no? Hay un subtema o un símbolo no prioritario pero sí importante: la piedra, como creía Jung, es energía indestructible. Es un elemento perenne, y de ahí viene otro concepto muy mío que es el de las ruinas fértiles”, explica.

Las grandes preguntas

“Las ruinas nos remiten a lo caduco, a lo muerto, pero cuando estamos en Pompeya, en un templo griego, nos hacemos las grandes preguntas. No pensamos en batallas ni en grandes nombres, sino que estamos en soledad, en tranquilidad, y vemos la ruina del tiempo. Nos hacemos ahí las preguntas de los poetas de la tradición: el amor, la muerte, el tiempo, lo pagano, lo sagrado”, relata Colinas. ¿Qué relación tiene el poeta con dios? Ríe al teléfono. “Bueno, esa es una pregunta muy fuerte, porque nos lleva a decir qué es dios”.

Y no se moja, pero la cuestión le sirve para aclarar algo crucial, y es la presencia que hay en su poesía de un diálogo con las místicas universales. “Hay una relación entre el misticismo y la poesía que yo cifro más bien en ‘lo sagrado’. La realidad es sagrada cuando estamos en armonía con ella, lo sagrado no tiene por qué remitir típicamente a lo clerical o anticlerical. Vivimos en un país donde todavía aflora un anticlericalismo decimonónico”, señala. “En la poesía de San Juan de la Cruz, por ejemplo, no vemos ortodoxias, sino un camino abierto y racionalista a la contra con un sentido incluso erótico. Lo sagrado es otra realidad, es un afán de trascendencia que se da mucho en el poeta”.

Poesía como respiración

Algo tiene que haber, ya lo decía él, después de las músicas, después de los poemas que han escrito los seres humanos. Mientras estamos aquí, nos queda recordar con infinito cariño, como hace Colinas en un poema, el primer libro que le regaló su padre cuando él aún no sabía leer. “Yo sentí el placer ese de tener un libro entre las manos. No sé si lo sentimos todavía, el placer de oler y tocar el libro físico, o el placer de llevarlo en el bolsillo. Ese poema es un buen testimonio del sentido humanista que tiene la poesía”, asegura.

O recordar esa noche de cuando tenía veinte años y no podía dormir y se fue de madrugada a casa de Azorín, y allí se encontró con su sobrino. “Esas cosas que se hacen solo a los veinte años. La poesía está en todo. Es una respiración, que es otro concepto que me interesa mucho. La respiración consciente. El que respira, está vivo. Eso nos lleva a su vez a mi interés por los clásicos de Extremo Oriente, sobre todo los poetas y filósofos chinos de los primeros siglos”, revela.

¿Se siente solo el poeta en el mundo moderno; es el poeta un inadaptado en esta rueda de productividad, rentabilidad y utilitarismo? Es más: ¿es el poeta un antisistema? “Ha habido una visión típica de poeta escribiendo con frío en una buhardilla, pero yo prefiero ver el tema con esperanza y pienso que la poesía tiene los lectores que debe tener. Esto no significa que esté en una torre de marfil ni que rehuya la realidad, porque hay mucho de compromiso en la poesía. El poeta trabaja con su voz interior, que reconoce en la adolescencia o en la primera juventud, y por la que apuesta, a la que es fiel con todas sus consecuencias”, desmenuza.

¿Poesía social?

“La poesía es un mensaje radical que a veces exige cierta educación, cierta formación. Pero la poesía nos acompaña a los humanos desde el siglo 25 antes de Cristo, en China, en Sumeria, en Egipto… la poesía es necesaria. Esto de ‘son malos tiempos para la lírica’ o ‘la poesía no se vende’ es irrelevante, porque la poesía es algo más profundo, va unida a los sentimientos humanos desde los orígenes y por tanto no se va a morir. La poesía es un lenguaje”, alicata el autor.

Dice algo muy interesante, Colinas, y es que la poesía social tuvo sentido para él “hasta que tuvimos un parlamento democrático”: “Hacer un poema con lo que se puede decir en un buen artículo no merece mucho la pena, y sería muy fácil. Los políticos siempre citan a poetas muertos”, ríe, con retintín. “Es cierto que en los discursos de los mandatarios en momentos críticos, de repente asalta una cita, unos versos o un versículo de la Biblia. Yo me he asombrado esta pandemia porque estamos fuera de la circulación y no podemos dar nuestras conferencias, pero nos han llamado mucho de las radios y los medios preguntando: ¿qué puede hacer el poeta en estos momentos?”.

Sabe que la gente en la lectura está buscando “caminos interiores”, y que cuando el lenguaje normal no sirve -“el económico, el político, el coloquial, el de la calle”- aparece la poesía. “Podemos decir que vivimos en un tiempo acelerado, materialista, antipoético, pero la poesía es una semilla que puede dar lugar a un árbol”. Y cita a Octavio Paz: “La poesía siempre tiende a estar en la catacumbas, pero de las catacumbas han nacido a veces algunas revoluciones”. Naturalmente, señala, él entendía la revolución como una revelación. “La poesía es la historia de todas las revelaciones y las revoluciones”.

Poesía para los políticos

¿Qué poetas les recomendaría a nuestros políticos para que se iluminasen en estos tiempos espinosos donde estamos, más que nunca, en sus manos? “Quizá a uno que he releído últimamente, que es Yorgos Seferis, premio Nobel, por cierto. Ahí encontramos el espíritu mediterráneo, que es de donde viene nuestra cultura, de las dos orillas del mediterráneo: ahí está poesía sufí, y los libros sapienciales de la Biblia. Y en este momento, en el mediterráneo las cosas son un poco volcán. Así que les recomendaría también a Aleixandre y a Brines”, propone.

“Tengo un poema sobre el tema de la emigración y las pateras. Hay que llevar la ayuda allá a donde no existe. Vienen por necesidad, buscando un paraíso artificial… y dejando atrás a los seres queridos, a la tierra. Su origen, las raíces del ser, su infancia, su adolescencia”, reflexiona, con dolor. ¿Qué hay del amor? ¿Qué sabe Colinas del amor? “Que es polifónico, que puede ser el de la amada, la compañera, o el amor pasión, o el amor fraterno. Me interesa la visión que tiene Dante no ya en la Divina Comedia, sino en la Vita nova, un libro suyo menos conocido. La mujer es un símbolo poderoso de la trascendencia. Remite a lo telúrico, a la tierra, a la fertilidad”.

¿Y del sexo? “Bueno, en la poesía el sustrato erótico es muy fuerte, lo erótico remite a la naturaleza y a los momentos de plenitud. Estoy pensando también en los grandes psicólogos y psiquiatras… el amor puede sanar pero hay un erotismo que puede ser saludable y uno que puede destruir. Es lo que pasa con lo sagrado y religioso. Para Freud era algo que enfermaba y para Jung, algo que sanaba. Todo es como se utilice. Me interesa la vía recta, como dicen los filósofos chinos. Nada en exceso”.

La Tercera España

Le preocupa que los jóvenes no lean a los clásicos. “Es un tiempo en el que no hay maestros. Yo tuve dos, Vicente Aleixandre en el campo literario y María Zambrano en el campo del pensamiento”. Piensa que hay una Zambrano más desconocida que es la que encontramos en su epistolario y en las pocas entrevistas que concedió y que remite a su vida interior, a lo cercana que estaba a la espiritualidad. “Esa Zambrano nos llevaría a la idea de una tercera España, para que por fin dejaran de ser dos. Una tercera España alejada del enfrentamiento, cercana al respeto y a la convivencia”.

“No aprendemos del pasado. No recuerdo quién decía que el español era un pueblo que llevaba siglos queriendo destruirse pero no lo logra. El tema de la guerra civil… decían que cuando murieran los hijos de los que vivieron la guerra todo pasaría, pero seguramente tendrán que morir los nietos”, suspira. “No hay que olvidar el pasado pero no hay que recordarlo para repetirlo. Hay que ser fieles a lo perenne, que es la convivencia y el progreso y la armonía”, clausura. 

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