El escritor romano Plinio el Viejo, en su monumental enciclopedia Historia natural, redactada en la segunda mitad del siglo I y que reunía todo el saber humano de la época, menciona un truco utilizado por los trabajadores del cinabrio, un mineral compuesto de azufre y mercurio tóxico que se trituraba para fabricar un pigmento rojo destinado a las pinturas murales, para no inhalar el polvo nocivo: emplear una suerte de mascarillas hechas con pieles de vejigas blandas de animal.

    La referencia del erudito, que moriría en el año 79 asfixiado por los gases volcánicos del Vesubio, es la primera evidencia de protección respiratoria (artesanal) que se conserva, la más antigua de la historia. Otra pista más sobre el espíritu pionero e ingenioso de los romanos. Siglos más tarde, en pleno Renacimiento, Leonardo da Vinci recomendaría el uso de paños húmedos sobre la boca y la nariz para combatir la respiración de agentes infecciosos.

    Son solo dos ejemplos, uno de la Antigüedad y otro de finales de la Edad Media, que evidencian los inventos del ser humano para proteger el aparato respiratorio. Ahora que la pandemia del coronavirus ha convertido las mascarillas en un complemento obligatorio de nuestras vidas, este es un recorrido histórico —y gráfico— por las distintas máscaras protectoras que se han empleado para combatir enfermedades como la plaga o los efectos de los gases venenosos utilizados como arma desde la Gran Guerra.

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    La máscara de la plaga

    Esta curiosa máscara con forma de cabeza de pájaro y un largo pico es una de las más antiguas que se conservan. Fue creada en Alemania o Austria entre mediados del siglo XVII y mediados del XVIII como un mecanismo de protección para los médicos que trataban a los infectados por la plaga, enfermedad que se desató en Europa en la década de 1340 y continuó golpeando al continente durante siglos. Está hecha de terciopelo, cuero y ojos de cristal y el doctor iría acicalado también con un larga prenda y unos guantes gruesos.

    Museo Histórico Alemán
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    Máscara de humo Nealy

    En 1877, en Inglaterra se inventó y se patentó como un respirador la máscara de humo Nealy, un modelo más refinado de la propuesta de Da Vinci en el siglo XV. Consistía en una esponja empapada de agua que se colocaba sobre la boca para actuar como filtro del gas y una bolsa en forma de depósito que se colgaba al cuello. Apretando el saquito, el agua subía y volvía a mojar esta suerte de mascarilla.

    CDC
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    El primer respirador de Gibbs

    A finales del siglo XIX se creó esta mascarilla como defensa ante la inhalación de polvos venenosos, destinada fundamentalmente a los trabajadores de las industrias. Si bien no parece un modelo demasiado complejo, sería la base empleada en las décadas posteriores para desarrollar un respirador mucho más eficaz.

    Gasmaskbunker
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    La Gran Plaga de Manchuria

    Entre el otoño de 1910 y la primavera del año siguiente, una devastadora peste neumónica provocó más de 60.000 muertes en esta zona del noreste de China. El doctor Wu Lien-teh, tras descubrir que la enfermedad se propagaba por el aire, desarrolló máscaras quirúrgicas con capas de gasa y algodón, modificando los modelos que había manejado durante su formación en Cambridge. Otra variante fueron esta especie de cascos que se aprecian en la imagen.

    Wikimedia Commons
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    La Gran Guerra

    La I Guerra Mundial fue la primera contienda de la historia en la que se emplearon gases químicos como arma. Se calcula que estos vapores provocaron la muerte de unas 90.000 personas. Ambos bandos tuvieron que ingeniar máscaras antigás para evitar el exterminio de sus ejércitos.

    IWM
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    Máscaras para soldados, civiles... y animales

    Los gases tóxicos convirtieron las trincheras de la I Guerra Mundial en un infierno para los soldados y sus medios de transporte, los caballos. Pero la nueva amenaza invisible también se cernió sobre la población civil: aquí un equipo de fútbol británico jugando con máscaras antigás.

    Wikimedia Commons
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    Y estalla la gripe española

    Las mascarillas se convirtieron en un accesorio imprescindible durante la pandemia de la gripe española, iniciada en la primavera de 1918 y que se cobró la vida de unos 50 millones de personas —un cómputo mayor que los soldados y civiles muertos durante la I Guerra Mundial—. Policías, enfermeras, barberos, barrenderos... las ciudades adoptaron un aspecto desconocido hasta el momento, que no encontrará parangón hasta los tiempos actuales del coronavirus.

    Wikimedia Commons
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    El aparato respiratorio de Gibbs se perfecciona

    En 1920, la Oficina de Minas de Estados Unidos, formada una década antes para combatir los elevados índices de mortalidad de los mineros, certificó el primer respirador, obra del ingeniero e inventor W. E. Gibbs. Este aparato de respiración autónoma de circuito cerrado funcionaba con oxígeno comprimido y un depurador de cal sodada para eliminar el dióxido de carbono. Pero los mineros no fueron los únicos en utilizarlo: ante el devastador panorama provocado por la Gran Guerra y la pandemia de la influenza, departamentos de bomberos, sanitarios, aviadores, el sector de la industria e incluso la marina recibieron sus modelos.

    CDC
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    La II Guerra Mundial

    El Zyklon B, el gas utilizado por los nazis en los campos de exterminio para ejecutar la Solución Final, fue el arma más escalofriante de la II Guerra Mundial. Sin embargo, y al contrario que en la Gran Guerra, ni las fuerzas del Eje ni los Aliados emplearon de forma sistemática los vapores tóxicos contra las posiciones enemigas. Aun así, los soldados contaron con aparatos respiratorios mucho más eficaces. También la población civil: en la segunda de estas imágenes aparece un matrimonio británico en su casa en 1941 con máscaras antigás en la cabeza.

    Wikimedia Commons
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    La protección de los bebés

    Durante la II Guerra Mundial también se registraron escenas como esta, en Reino Unido: una madre con su bebé recién nacido, ambos todavía en el hospital, pertrechados con una máscara y una suerte de escafandra antigás. La pandemia del coronavirus ha arrojado una postal similar: neonatos, en este caso de Tailandia, con viseras de protección para esquivar el virus.

    IWM / Reuters
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    La Gran Niebla de Londres

    En diciembre de 1952, el centro de Londres y un radio de 32 kilómetros quedaron sumidos bajo una densa niebla provocada por un frente frío sin viento y la quema de combustibles fósiles de baja calidad. Se generó un fenómeno denominado como 'smog', una mezcla de niebla y humo, una boina altamente nociva para la salud que obligó a los británicos a convivir varios días con mascarillas de tela.

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    Ratas de túnel

    Así se nombró en la Guerra de Vietnam a los especialistas estadounidenses que se internaron en los túneles construidos por el Vietcong para explorarlos, obtener información de inteligencia, acabar con el enemigo y proceder a su destrucción. Habitualmente estaban llenos de trampas, y a veces impregnados de gas, por lo que era necesario portar máscaras protectoras.

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    La Guerra Fría

    La amenaza de una guerra nuclear entre Occidente y la URSS fue constante durante la segunda mitad del siglo XX. Este es un prototipo de máscara antigás GP-5 de fabricación soviética que se empezó a repartir a la población en 1962 y estaba destinada a proteger de las partículas de la radioactividad. Tenían un efecto protector de 24 horas.

    DDR Museum
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    El desastre nuclear de Chernóbil

    El 26 de abril de 1986, el estallido del reactor de la planta nuclear de Chernóbil liberó toneladas de material radiactivo que se propagaron por todo el continente. Los primeros bomberos llegaron con lo puesto, con un material ridículo, muriendo pocas horas después. A medida que las autoridades soviéticas se fueron dando cuenta de la envergadura de la tragedia —extremo que trataron de ocultar—, entregaron a los liquidadores un equipamiento más adecuado, aunque muchos no lo utilizaron. "Al cabo de un par de días nos dieron como unas máscaras antigás, pero nadie las usaba", relata uno de los soldados soviéticos en el libro 'Voces de Chernóbil', de Svetlana Aleksiévich.

    Reuters
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    El regreso de la guerra química

    En la Guerra entre Irán e Irak (1980-1988) se retomó el uso de agentes químicos como arma. Hacia el final del conflicto, Saddam Hussein, el líder irakí, ordenó atacar con gas mostaza y gases nerviosos sarín, tabun y VX a la población kurda en Halabja, provocando una masacre de al menos 5.000 muertes. En la imagen, un soldado iraní con una máscara antigás durante la contienda.

    Wikimedia Commons
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    Fukushima y el 11-S

    En las últimas décadas, las máscaras parecen estar asociadas a catástrofes y desgracias. La primera imagen corresponde a científicos japoneses visitando las instalaciones de la central nuclear de Fukushima arrasada por un tsunami en 2011. La otra es de una década antes, de las consecuencias del ataque terrorista contra el corazón de Nueva York. Muchos de los bomberos y trabajadores recurrieron a estos elementos de protección para no asfixiarse entre los escombros y la marabunta de polvo provocada por el derrumbe de las Torres Gemelas.

    Reuters / New York National Guard photo
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    Armas químicas en la Guerra Civil de Siria

    El uso de gases químicos —el sarín, por ejemplo— como arma de guerra regresó una vez más en la contienda civil siria. En varias ocasiones, según constató la ONU, el gobierno de Bachar al Asad empleó estos gases contra los rebeldes. Las máscaras antigás protagonizaron numerosas imágenes de la contienda que ha devastado al país.

    Reuters
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    La nueva normalidad del coronavirus

    Las máscaras y mascarillas vuelven ahora a formar parte de nuestra vida, convertidas en un mecanismo de protección frente a la propagación del coronavirus. Estas imágenes ya ocupan una página del álbum de la Historia.

    Reuters