El guionista Diego San José.

El guionista Diego San José. Efe

Cultura Conversaciones pandémicas (XIX)

D. San José: "Ojalá con las banderas se hicieran mascarillas y la gente use las del signo contrario"

“No sólo aplaudimos a los sanitarios por gratitud, sino por miedo a necesitar sus cuidados mañana” / “Es asfixiante que ante una pandemia mundial digamos que vamos a salir mejores”. 

27 abril, 2020 02:37

Noticias relacionadas

De estos cocos, pocos: Diego San José es uno de nuestros guionistas más brillantes, entrenado para pulsar esos puntos de placer, transgresión, contradicción y sorpresa de la comedia. Ha trabajado en Vaya semanita, El intermedio, Qué vida más triste o La noche de José Mota. En 2009 entró de lleno en el cine español con Pagafantas, película por la que recibió en el Festival de Málaga el Premio al Mejor Guion Novel, compartido con Borja Cobeaga. Con su inseparable compañero también ha currado en la taquillerísima Ocho apellidos vascos y en su secuela Ocho apellidos catalanes. Ojo a Fe de etarras -¿recuerdan aquellas polémicas de Netflix que ahora parecen de otra vida?-, a Superlópez y a Vota Juan. 

Diego San José contesta a nuestras preguntas sobre el coronavirus recordando que, ante este éxtasis del positivismo, “todo es menos frustrante si entendemos que nos van a pasar cosas horribles y que hay que vivirías como tal”. 

¿Qué ha aprendido de usted mismo en este encierro?

Absolutamente nada y me niego a sentirme un fraude por ello. Me parece agotador tener que aprender de todo. No entiendo a toda esa gente que están aprovechando este encierro para aprender cosas, de sí mismos y de los demás. No sé cómo lo hacen. Este confinamiento consiste básicamente en vivir encerrado en pijama mientras comes lo primero que pillas en la despensa para no bajar al supermercado, es decir, un día cualquiera en la vida de un guionista. Si no fuera porque fuera parece el apocalipsis, esto sería un día cualquiera de mi 2017. ¿Qué voy a aprender en estas condiciones? Nada. A limpiarme las manos bien. Nada.

¿Y de los demás -del ser humano, en sentido profundo-?

No es nuevo, pero ha sido la confirmación de algo que me deprime mucho. Vivimos en una obsesión permanente por buscar el lado bueno de las cosas como si no pudiésemos vivir experiencias enteramente malas. Creo que todo es menos frustrante si nos acostumbramos a que nos van a pasar cosas horribles que hay que vivirlas como tal. Ya fue bastante inmaduro que a la crisis del 2008 le llamásemos “oportunidad en chino”, pero que incluso ante una pandemia mundial digamos que vamos salir siendo mejores, que hasta en una situación como ésta no nos demos el margen de empeorar un poco, es un poco asfixiante. Creo que una vez que asumes que podemos convivir con la tragedia pura, te liberas de una carga tremenda.

¿Cuál es el pensamiento más extraño que le ha asaltado estos días?

Pues supongo que todos hemos tenido algún momento de bajón en el que se nos han pasado por la cabeza cualquier barbaridad. A mí me vino el impulso de escribir algo sobre el coronavirus, una película, una serie, lo que fuera. Afortunadamente, ahora me encuentro bien y fuera de peligro. 

¿Qué es el mundo interior; cómo se cultiva?

El mundo interior es un concepto que existía tímidamente y se llevaba con prudente pudor hasta que Instagram lo ha hecho de dominio público. Se cultiva compartiendo frases de Paulo Coehlo, José Mujica y Manolito Gafotas que no conocías cinco minutos antes. Lo que yo entiendo por mundo interior no es más que un diálogo conmigo mismo que suele dar una versión limitada e insegura de mí mismo que no alcanza para frase de Instagram.

¿Realmente puede la cultura salvarnos de algo?

Yo creo que no y sería injusto exigirle tanto a algo. Para mí la cultura, sobre todo en estos momentos, tiene la misma función que tenía tu madre cuando chasqueaba los dedos para despistarte después de hacerte daño. Una distracción para que se te olvide que vas a echarte a llorar. La cultura no nos salva de los problemas reales, pero te puede ayudar a convivir con ellos. A mí con eso me vale. 

“Para los desgraciados, todos los días son martes”, cantaban las Vainica Doble. ¿Cómo cree que afectará esta situación a nuestra concepción del tiempo, del trabajo y del placer?

Creo que saldremos de esto valorando mejor cada segundo de nuestra vida, disfrutando más nuestro trabajo y saboreando los pequeños placeres. Los tres primeros días. A partir del cuarto, volveremos a vivir la vida como potros en una estampida hacia ningún lado.

Esta crisis, ¿le ha vuelto más humanista o más misántropo?

Humanista, porque siempre hay que estar del lado de los perdedores. Hasta ahora habíamos vivido adversidades provocadas por otras personas, bien financieras o terroristas, así que te podía quedar cierto regusto del hombre malo. Pero eso no cabe ahora. Nuestra situación más complicada desde la Segunda Guerra Mundial la está provocando un virus de nombre absurdo sin inteligencia ni capacidad de raciocinio, nos ha puesto en nuestro lugar algo que sólo sabe viajar a través de estornudos y de las heces. Ante esta derrotada tan humillante para el ser humano, sólo cabe volverse humanista extremo.

Decía Blaise Pascal: “Todos los males derivan de una sola causa: nuestra incapacidad de quedarnos quietos en una habitación”. ¿Está de acuerdo? ¿Encerrados sacamos lo peor -la verdad- de nosotros mismos, como en El ángel exterminador?

Yo creo que sería un lujo aprovechar este confinamiento para sacar lo peor de nosotros mismos. Es más, no sería ningún lujo, sería algo comprensible y humano. Flaquear en este escenario me parece la opción más constructiva. Pero tenemos que ponernos todos de acuerdo, hay que llegar a un pacto global para sacar todos nuestro lado espantoso a la vez, porque si hay gente que aprovecha una pandemia para ponerse al día en lecturas interesantes, en depurar su técnica de raha yoga o en recitar micropoesía vía streaming no vamos a poder relajar las formas ni en mitad de la hecatombe.

¿Cree que los ciudadanos españoles han mostrado responsabilidad individual? ¿Qué valor le da a ésta?

Tal vez durante los primeros días, cuando todavía ni el más listo podía calibrar el tamaño de todo esto, sí vimos actitudes más propias de la picaresca que de la responsabilidad. Pero creo que ahí el país fue coherente con su idiosincrasia mediterránea. No se nos puede pedir ser alemanes de un día para otro. Tenemos que ir poco a poco, primero seremos algo franceses, luego un poco belgas, hasta depurar nuestra técnica y llegar a lo que hemos llegado después de dos semanas. Creo que hay que reconocer que, salgamos como salgamos de esto, lo hemos intentado hacer lo mejor que hemos sabido. Incluso hemos desarrollado una Gestapo en los balcones para preservar el buen funcionamiento del Reich.

¿Qué idea tiene ahora mismo de la libertad? ¿En qué se canjea?

Creo que estar confinado es el peor marco posible para reflexionar sobre la libertad. Todos hemos hecho un ERTE a la libertad mientras dure esta crisis. Si me preguntas hace tres semanas, te hubiera dicho que libertad sería poder tomar cualquier opción vital que no perjudique a nadie más. Si me preguntas ahora mismo, te diría que libertad es poder tirar la basura en el contenedor de la acera de enfrente y no en el mío. O virus o libertad, las dos cosas no se pueden.

¿Qué lectura política y económica hace de esta crisis?

Mi lectura política y económica de esta crisis, y en general, de cualquier crisis, es que deberíamos reservar las lecturas políticas y económicas para aquellas personas con la suficiente formación técnica como para hacerlas con un mínimo de rigor.

¿Reforzará esta crisis nuestra idea de colectividad?

Todas las crisis disparan nuestra idea de colectividad porque no hay nada como sentirse vulnerable para darse cuenta de lo importante que son los demás. Y hay algo muy necio en esto, porque esa colectividad viene filtrada por una necesidad individual de protección. Llevamos años sin reparar en nuestros vecinos, en los cajeros o en los camioneros, por no decir nada de la sanidad pública a la que ahora aplaudimos diariamente. Por gratitud, sí, pero también por miedo acabar el día tosiendo y necesitar sus cuidados mañana. Nuestra idea de colectividad es puntual y restringe a valorar a la comunidad cuando podemos necesitarla.

¿Empezará a estar mejor vista la palabra “España”?

Espero que una crisis de este tamaño sirva para relativizar cualquier bandera, del signo que sea. Lo mejor que nos puede pasar todos los días a las ocho de la tarde es que familias que llevan meses con banderas de diferente orientación ideológica colgada del balcón se encuentren participando de algo común. Cuando sufrimos una tragedia de este tamaño te hace pensar que hasta ahora hemos necesitado inventarnos problemas que tal vez no lo eran tanto. Ojalá la tela de todas esas banderas acabe siendo necesaria para hacer mascarillas y la gente termine usando una del signo contrario para tener que taparse la boca.

Una canción, una película y un libro para resistir en cuarentena.

Una canción: Oh Mandy, de Spinto Band.
Una película: Eight Grade, de Bo Burnham.
Un libro: El vértigo horizontal, de Juan Villoro.
Una serie: Vamos Juan, de TNT.

Ya, sé que no me habías pedido una serie.