Nacho Vegas.

Nacho Vegas. Carmen Suárez.

Cultura Conversaciones pandémicas (XVI)

Nacho Vegas: "Las clases populares deberán dar una respuesta contundente para no pagar la crisis"

“Mientras vivamos en un sistema capitalista, la libertad será más una ilusión que una realidad” / “En la cultura percibo una hiperactividad casi enfermiza" / "Todo apunta a que este gobierno será defenestrado a causa de esta crisis". 

22 abril, 2020 02:32

Nacho Vegas hace años que viene tejiendo para nosotros canciones complejísimas, poéticas, turbias, arrebatadoramente hermosas y viscerales, conectadas profundamente con la naturaleza cambiante, ansiosa e incomprensible del ser humano -que es también sujeto político-. La música es el vehículo, pero su arma más sofisticada es la palabra. Y la conciencia: esa insomne novia vieja. 

Digamos que en las canciones de Nacho Vegas está todo lo que existe, todo lo que es radicalmente cierto pero no se puede medir. Digamos que en sus canciones -como relatos pequeños, punzantes, sórdidos, geniales- están las verdades sobre la sentimentalidad y el pensamiento que la ciencia nunca pudo recoger.

Hoy uno escucha algunos de sus temas más perfectos y siente algo de pánico por aquello que tienen de premonitorios. Ahí Cómo hacer crac: "Cada mañana te despierta la sensación de que hay alguien gritando a tu lado, pero estás solo en la habitación. Y desayunas leyendo la prensa para saber lo que hay que pensar (...) Y en la tele dan la muerte violenta de alguien molesto para la sociedad, y el presentador hace una mueca, y abre la boca y sólo suena un crac".

"Cae la tarde y te atreves a volver a salir, compras pan de Bimbo y dos yogures en el mercadona de Pumarín (...) Han cambiado el significado de algunos verbos como disfrutar, en la calle se hace un gran silencio, pero si escuchas bien oirás un crac. En toda España sólo suena un crac. En occidente sólo se oye un crac".

O Ciudad vampira: "Vivo en la ciudad más triste de este país, es tan triste esta ciudad que por aquí cuando alguien se ríe, lo hace mal (...) En mi edificio siempre hace frío, creo que mis vecinos son vampiros. Ellos creen que lo soy yo (...) Yo me creía muerto, pero hoy sé que estoy vivo y que concibo otro lugar", canta. Y una recomendación que bien vale para cuando se levante el confinamiento: "Saldremos esta noche a destripar y a exigir que nos devuelvan la ciudad".

Es uno de esos artistas que resultan siempre visionarios por lo precozmente que detectaron los síntomas de un mundo enfermo al que mira con ternura, sin abandonar el humanismo. Nacho Vegas construye canciones populares llenas de conciencia social y política -"nos quieren en soledad, nos tendrán en común"- para alumbrar un poco esta selva confusa. Uno le escucha y, de repente, respira más limpio. Hablamos con él sobre los tentáculos del Covid-19: cultura, ética, libertad y capitalismo salvaje. 
¿Qué ha aprendido de usted mismo en este encierro? ¿Y de los demás -del ser humano, en sentido profundo-?

De mí creo que he aprendido a percibir la soledad de una manera diferente. Hay lenguas que tienen dos palabras para referirse a la soledad; en español la otra es "solitud". Aunque es un término que no se suele usar, lo entiendo como esa soledad escogida, íntima e incluso a veces agradable, que es precisamente la que yo necesito para escribir canciones. Pero creo que por primera vez siento de verdad el peso de esa otra soledad, la impuesta, que puede anular a aquella y llegar a ser dolorosa. Como vivo solo, ahora soy más consciente de esa diferencia.  

Del ser humano en un sentido más amplio no sé si he aprendido algo, simplemente he constatado lo que ya sabía, que somos seres frágiles e interdependientes. Resulta curioso que hayamos tenido que aislarnos forzosamente para darnos cuenta de lo mucho que nos necesitamos mutuamente. Un gesto tan sencillo como darle las gracias y desearle un buen día a la persona que te atiende en el súper, por ejemplo, y ver cómo te responden con un buen humor genuino, hace que se mitigue un poco la desazón que nos provoca este aislamiento.

¿Cuál es el pensamiento más extraño que le ha asaltado estos días?

Al principio del confinamiento me imaginé a una persona que estuviera pasando por una fuerte depresión y el 14 de marzo llevara varios días ya encerrado en su casa sin ver las noticias ni comunicarse con nadie. Entonces decide suicidarse arrojándose al vacío desde el octavo piso en el que vive. Así que sale a su balcón dispuesto a matarse, pero en ese momento dan las ocho de la tarde y empiezan los aplausos.

Se queda perplejo y piensa que la ovación es por él, pero no sabe si sus vecinos le están animando para que no se quite la vida o para que lo haga, o si simplemente se están riendo de su desgracia personal. Todo se vuelve muy absurdo. Y ya. Bueno, le seguí dando vueltas a la idea por si servía para una canción o un relato, pero luego la realidad superó a la ficción de una manera tan trágica que se me quitaron las ganas de hacer nada con ella. Casi la había olvidado...

¿Qué es el mundo interior; cómo se cultiva? ¿Realmente puede la cultura salvarnos de algo?

No sé cómo responderte a la primera pregunta. El mundo interior de cada uno depende de la percepción que tenga del mundo exterior, y ahora estamos viviendo una situación inédita para todos y difícilmente imaginable hace solo un par de meses. La cultura no nos va a salvar de una pandemia, desde luego, sino la ciencia, el sentido común y la solidaridad, y a ser más solidarios tal vez sí pueda contribuir. La cultura nos ayuda a ver más allá de nuestras narices y aunque no tenga en sí misma un potencial transformador sí resulta liberadora, así que ahora que estamos en esta situación forzosamente asocial y obligados a ver poco más allá de nuestras narices, creo que puede resultar importante en nuestras vidas.

Con todo, yo siempre he defendido la música, literatura, cine, etc. que nos habla de nuestras vidas y nos confronta con la realidad tanto en sus aspectos más bellos como en los más grotescos, frente a esa otra cultura más "de evasión". Sin embargo ahora jamás se me ocurriría mirar con aires de superioridad a quien estos días prefiera ver películas de Disney y escuchar canciones almibaradas. Nunca lo he hecho, creo, pero ahora soy más consciente de lo estúpido que sería.

“Para los desgraciados, todos los días son martes”, cantaban las Vainica Doble. ¿Cómo cree que afectará esta situación a nuestra concepción del tiempo, del trabajo y del placer?

El trabajo no significa lo mismo para alguien como yo, por ejemplo, que para un trabajador al que le han aplicado un ERTE o para una persona que tiene que cuidar de otra que es dependiente. Creo que si algo hemos de aprender de una maldita vez con esta pandemia es que esos trabajos que suelen carecer tanto de retribución económica como de los derechos laborales más básicos, esos que históricamente han recaído casi siempre en las mujeres -la crianza, los cuidados, el hogar...- son esenciales en cualquier sociedad.

No paran nunca, ni durante una catástrofe como esta, porque no pueden hacerlo, porque son trabajos esenciales pero además están ligados a fuertes compromisos, a diferencia de lo que ocurre con el trabajo asalariado y alienante. Es una parte de la clase trabajadora que sin embargo ha sido obviada e ignorada incluso por la izquierda obrerista. Si tomamos conciencia de lo tremendamente necesaria que es y la valoramos en consecuencia como se merece, habrá salido algo bueno de esto.

Al contrario de lo que sucede con el trabajo, el tiempo libre y el placer tendemos a verlos como parcelas de nuestras vidas blindadas a la alienación. Es mi tiempo y es mi placer, nos decimos, y aquí solo mando yo.  Ese es uno de los grandes engaños de este capitalismo salvaje que ha logrado que asociemos ambos conceptos a lógicas de consumo que nos guían sin que aparentemente se resienta nuestra capacidad electiva. Ya no pasamos el tiempo, invertimos nuestro tiempo. Ya no disfrutamos de la cultura, la consumimos. Hemos llegado a normalizar algo que a mí me parece terrible: hablar de consumir música en lugar de escuchar música. No se trata solo de una cuestión léxica, el lenguaje no es inocente y son dos verbos que implican cosas muy diferentes tanto en su dimensión denotativa como en la connotativa, y varían nuestra percepción de aquello a lo que nos referimos.

Consumimos algo porque es un producto que forma parte del mercado, mientras que escuchamos porque queremos prestar atención. Este consumismo había conseguido convertir la cultura que "consumimos" en un signo de distinción personal, como si fuera un look o una forma de vestir, en detrimento de lo que yo considero su función primordial: ser un elemento de cohesión social a la vez que de formación humanística individual. Precisamente ahora que no solo está limitada nuestra movilidad sino también nuestro consumo, tal vez podamos aprovechar para replantearnos el papel que juegan en nuestras vidas la cultura y el ocio.

Esta crisis, ¿le ha vuelto más humanista o más misántropo?

Para mí tener fe en el ser humano es casi una obligación, sin un mínimo de ella no podría escribir canciones. Eso sí, luego le puedes añadir toda la mala hostia que quieras, pero no creo en el valor de la misantropía bajo ninguna circunstancia; incluso pienso que Cioran escribía para poder lidiar con ella, no para exhibirla.

Y el cinismo, que muchas veces no es más que postureo pseudomisántropo, en otras ocasiones puede resultar un buen prisma tras el que radiografiar las zonas más turbias de nuestra sociedad, pero en momentos como este no solo no sirve para nada sino que seguramente nos sumiría en un desamparo que puede llegar a ser muy cruel. El otro día un periodista conocido y más bien progre difundía en una red social un vídeo en el que se veía a una mujer que parecía estar siendo presa de un ataque de pánico siendo reducida de forma violenta por dos policías.

Ella gritaba angustiada pidiendo ayuda mientras los vecinos que grababan el vídeo desde su ventana la increpaban con todo tipo de insultos y jaleaban a la policía. El periodista acompañaba el vídeo con un mensaje con alguna gracieta que no recuerdo y acababa diciendo: "Esto es lo que te pasa si incumples las normas", añadiendo tres emoticonos de esos de una cara de demonio sonriendo maliciosamente. Se conoce que el tío estaba disfrutando viralizando un vídeo que a mí me parecía innecesario difundir; todo en él era terrible, el odio de unos vecinos llamando a otra vecina "hija de puta", los gritos de angustia de esta, el abuso policial...

Me da igual el contexto, nada ahí era bonito. Y sin embargo se me quedó más grabado en la memoria que las decenas de vídeos de solidaridad entre vecinos que veo estos días. El miedo es más poderoso que la belleza, por desgracia, por eso debemos buscarla precisamente ahora. Porque es necesaria, y cuando la ponemos en común nos hace más fuertes, al contrario que el miedo, que nos hace sentirnos más vulnerables.

Decía Blaise Pascal: “Todos los males derivan de una sola causa: nuestra incapacidad de quedarnos quietos en una habitación”. ¿Está de acuerdo? ¿Encerrados sacamos lo peor -la verdad- de nosotros mismos, como en El ángel exterminador?

En los últimos años las redes sociales y eso que César Rendueles dio en llamar "ciberfetichismo" provocaron una excesiva fiebre por conseguir visibilidad, por "estar ahí". Para el sector cultural resultaba algo agotador: publica stories en Instagram, actualiza tu Facebook, intenta ser trending topic con tal hashtag... No estoy ni mucho menos en contra de las redes sociales y de hecho las uso, pero son una herramienta de comunicación y como cualquier otra herramienta lo que importa es el uso que hagas de ella. Puedes usar un taladro para colgar un cuadro en tu casa o puedes volverte un psicotaladrador y llenar de agujeros tu pared hasta llegar a destrozar la del vecino, como le pasó hace poco a una amiga mía con un vecino tarado. Lógicamente, ahora se ha incrementado el uso de las redes sociales, pero a veces parecen un estercolero por el que no conviene transitar demasiado.

Por otro lado, para la cultura se han convertido en un medio de difusión fundamental en estos momentos de reclusión y en ese sentido son algo positivo siempre que no las confundamos con meros escaparates en los que exhibirnos para no dejar de estar en el candelero. A mí, que como artista tengo una proyección pública más bien limitada, me llegan casi cada día peticiones para hacer lives, vídeos con mensajes o canciones, actuaciones en streaming, etc... Pero cuanto más me lo piden menos me apetece hacerlo. Como cantaba Rafa Berrio, que por desgracia se nos fue hace nada, se puede creer en la virtud de la desgana, y como decía Pascal en la frase que citas, quiero aprender a quedarme quieto en una habitación.

Hay músicos que están haciendo cosas muy chulas estos días desde sus redes y eso está guay, pero tampoco pasa nada por no hacer nada, valga la redundancia. Percibo estos días una hiperactividad que por momentos me parece casi enfermiza: haz cosas, no pares, no dejes de "generar contenido", esa expresión que me resulta tan odiosa... El turbocapitalismo ha provocado que nos cueste mucho parar, pero hay ocasiones en que es sano hacerlo. Espero que sea obvio que no me refiero a toda esa gente que está trabajando a destajo y arriesgando sus vidas en estos momentos.

¿Cree que los ciudadanos españoles han mostrado responsabilidad individual? ¿Qué valor le da a ésta?

Estamos siendo en general razonables y racionales, por suerte no somos simios. La responsabilidad individual es difícil de mesurar en estas circunstancias, porque por un lado media el miedo (a contagiarte, a que te multen), y el civismo, es decir, el respeto a las normas de convivencia, es ahora obligado y extremo, no caben matices. Un civismo extraño en el que si te cruzas en la calle con otra persona cuando vas a hacer la compra alguien cambia de acera. Pero por otro lado, somos conscientes de que esto no es ni mucho menos una película de ciencia ficción sino todo lo contrario, el mundo real mostrándose en toda su crudeza y casi diríamos que poniéndonos a prueba.

Por una vez ocurre algo que nos puede pasar a todos, y aunque si hace unos meses alguien nos hubiera dicho que íbamos a estar así habríamos creído que se trataba del argumento de una mala serie de Netflix sobre un futuro cercano distópico, lo que de verdad está ocurriendo es que hemos dejado atrás muchas de nuestras ficciones personales para volvernos auténticamente realistas.

Decía Jovellanos que la sociedad era algo en lo que "cada uno pone sus fuerzas y sus luces y las consagra al bien de los demás", y eso está ocurriendo de forma muy visible, por supuesto en toda esa parte de la clase trabajadora que está currando para salvar vidas y para que no falten los servicios básicos, pero también en el activismo que sigue luchando como puede, exigiendo medidas para que la crisis socioeconómica derivada de esta catástrofe no la pague la gente de abajo. Eso es la sociedad tal y como la contemplaba Jovellanos, y no una guerra tal y como nos quisieron hacer ver algunos.

¿Qué idea tiene ahora mismo de la libertad? ¿En qué se canjea?

No parece nada descabellado pensar en que sobre esta crisis polifacética planea una nueva "doctrina del shock" que, de una manera parecida a lo que ocurrió tras los grandes atentados en occidente de las últimas décadas, traiga como consecuencia una patada en la boca a nuestras libertades individuales. Y como entonces, tratarán de canjearnos esos recortes en la libertad por una mayor sensación de seguridad que será solo eso, una sensación, pues la amenaza de una nueva pandemia seguirá existiendo como existió siempre.

Tal vez aprendamos a estar más preparados, pero ese aprendizaje no tendrá nada que ver con las restricciones de las libertades individuales, cuyo único fin es que el poder tenga un mayor control sobre la ciudadanía, bien sea a base de infundir miedo, bien a base de intromisiones en nuestras vidas privadas. En definitiva, sería terreno abonado para algo más parecido a un régimen autoritario que a una democracia.

¿Qué lectura política y económica hace de esta crisis? ¿Qué cree que sucederá? ¿Cómo valora la gestión del Gobierno?

Se percibe una suerte de euforia en la gente que piensa -o pensamos- que esta situación está creando entre la población una enorme toma de conciencia de la necesidad de tener un sistema de sanidad público (y universal) sólido, que ojalá se haga extensible a todos los servicios públicos y cuestione a los defensores de las privatizaciones. Los más optimistas pueden pensar que el dogma neoliberal se derrumbará, pero yo creo que recibirá un inofensivo zarandeo, como mucho. Nadie puede asegurar que una pandemia que esperamos superar en cuestión de meses vaya a acabar con un paradigma hegemónico que lleva cuatro décadas instalado entre nosotros como si fuera un virus que sí sabe, y mucho, de clases sociales.

Ahora parece que por arte de magia algunos políticos neoliberales se han vuelto keynesianos, lo cual tampoco sería precisamente "un gran salto adelante", pero es que ni siquiera es así. Me sorprende ver a dirigentes de Podemos comulgando con las palabras de Luis de Guindos, aunque supongo que lo hacen por tratar de transmitir un mensaje de unidad. Pero cuando el exministro habló de la necesidad de una renta mínima fue rotundo al añadir que se trataría de una medida "claramente temporal". A mí me recordó a aquel momento en el que anunció la nacionalización de Bankia diciendo sin disimulo que en cuanto volviera a generar beneficios pasaría de nuevo a manos privadas, cumpliendo así con la máxima neoliberal de "socializar las pérdidas y privatizar las ganancias".

A los Chicago Boys nunca les interesó ese delirio de Adam Smith invocando una "mano invisible" que autorregulara el mercado, Milton Friedman y compañía sabían muy bien que necesitaban al Estado para imponer sus dogmas. El neoliberalismo no sobrevive a pesar de sus contradicciones, sino gracias a ellas, por eso no resulta extraño que un titán de de esa doctrina como De Guindos defienda una renta mínima temporal en lo que parece más una pirueta gatopardista que una sincera preocupación por la gente más vulnerable a esta crisis.

Sí que valoro la buena fe de Unidas Podemos al defender el Ingreso Mínimo Vital, incluso que la intervención de Alberto Rodríguez en el Congreso me pareció admirable, pero el carácter temporal de la medida me temo que va a hacer de ella un parche reformista insuficiente, sobre todo cuando vemos que para el Gobierno siguen siendo intocables a nivel fiscal las grandes fortunas, el capital financiero, las empresas con beneficios astronómicos, etc.

Nada que no cupiera esperar del PSOE, que jamás se ha atrevido a moverse un milímetro del marco neoliberal como dicta el poder real, el económico. Pero la situación es tan excepcional y tan cambiante que nadie sabe qué ocurrirá, aunque todo apunta a que este gobierno acabará defenestrado a causa de esta crisis. Como alguien que hasta el año pasado tuvo un pie en Podemos sigo pensando que fue un error que UP entrara en el Gobierno en relación subalterna con respecto al PSOE en vez de tratar de armar una oposición fuerte de izquierdas con otras formaciones políticas que ejerciera de contrapoder.

En su lugar tenemos a una ultraderecha asalvajada hablando de asesinatos y lanzando mensajes de odio, y solo la proyección mediática que tienen políticos como Gabriel Rufián hace que entre todo ese ruido se pueda sentir algún mensaje crítico y solidario al tiempo desde el Congreso. Y claro que se puede hacer todo de otra manera; Adelante Andalucía está ejerciendo una oposición allí propositiva, crítica y colaborativa a la vez, defendiendo políticas sociales y laborares urgentes desde una izquierda que no quiere reformar el sistema sino transformarlo en otro más justo.

¿Reforzará esta crisis nuestra idea de colectividad? ¿Empezará a estar mejor vista la palabra “España”?

España, la palabra, el concepto y sus símbolos es algo que tienen en común todas las derechas del Estado. La liberal, que ha inventado esa cosa espantosa de la "Marca España"; la conservadora monárquica, aferrada a una institución antidemocrática, corrupta y patriarcal que debería desaparecer ya, y la ultraderecha, que añora tanto el aguilucho en la bandera que resultaría tierna si no fueran unos fascistas de mierda. Personalmente no me interesa lo más mínimo perder el tiempo en disputarle el concepto de España a la derecha; toda para ellos. Como decía alguien que no recuerdo en un tuit, disputarle el concepto de España a la derecha es como cuando el Alcorcón trataba de disputarle la posesión del balón al Barça de Guardiola y acababan perdiendo por 11-0.

Nunca compartí ese empeño de Podemos en resignificaciones absurdas como la de patria o España. Pero me refiero solo a que no me interesa ese campo de batalla, no tengo nada en contra de España ni de los millones de españoles que se sienten orgullosos de serlo, aunque también quiero que me dejen no sentirme español si me da la gana y que les permitan dejar de serlo a los pueblos que así lo decidan democráticamente. Pero ese no es el tema ahora, bien. Hace poco una amiga me pasó la versión sin censurar de "Mi querida España" de Cecilia y me parece una canción estupenda para estos días y maravillosa siempre.

Aunque al mismo tiempo se me ocurre que siendo uno de los países más afectados por el coronavirus de todo el mundo, la imagen de España se puede ver dañada de un modo insoportable para gran parte de la derecha, y es por eso que a la oposición le sale bilis y rezuma tanto odio. Es lo que tiene el nacionalismo excluyente, que al contrario que al internacionalismo le importa más la imagen de su "gran patria" en el exterior que la solidaridad ante las muertes y las personas afectadas por esta pandemia independientemente de su nacionalidad. Por eso la idea de colectividad sí que me parece importante ahora más que nunca.

Porque después del confinamiento va a ser necesaria una respuesta colectiva contundente de las clases populares para evitar que sean las que paguen la crisis socioeconómica que sobrevivirá a la sanitaria. Pero siendo honestos, esta catástrofe nos ha sobrevenido en un momento en el que la izquierda anticapitalista e internacionalista, el activismo y los movimientos sociales, todo lo que va resultar fundamental, no se encontraba en su mejor momento en la mayor parte de los escenarios.

Solo el ecofeminismo estaba teniendo una gran capacidad movilizadora, pero ya se ha encargado la derecha de cargar las tintas sobre el 8M señalándolo de forma aberrante porque claro, aunque ese fin de semana los estadios de toda España estuvieran llenos, atacando al deporte no conseguirían sacar el rédito político e ideológico que sí obtienen culpando al feminismo, algo que les importa al parecer mucho más que la tragedia en sí.

Y esas horas bajas que vivíamos en la izquierda con vocación transformadora ha coincidido con el auge del fascismo social y político, por eso no debemos dejar de pensar en el peor de los escenarios posibles, aquel en el que la ultraderecha aprovecha una crisis de esta magnitud para ganar aún más terreno.

Y por eso tampoco podemos amedrentarnos y sí demostrar que somos capaces de dar una respuesta colectiva a la situación que tenemos enfrente desde una perspectiva de clase, ecofeminista, antirracista y antifascista, con el único objetivo de salir de esta consiguiendo transformar este mundo, esta sociedad, en algo más igualitario y libre. Sé que suena naif, pero es un horizonte que no debemos perder de vista para conformarnos, en el mejor de los casos, con el mal menor. No podemos permitir que esto lo haya cambiado todo para que al final nada cambie.

¿Cree que esta crisis reforzará la idea de “clases sociales”, y, más allá de eso, de “lucha de clases”? Es decir: ¿esta crisis nos iguala a todos en la desgracia o nos aleja respecto a nuestra situación económica?

Antes hablábamos de libertades individuales, pero si nos referimos a la libertad en un sentido amplio no creo que la cosa haya cambiado; la condición sine qua non para que realmente haya libertad pasa por un orden social igualitario, y mientras vivamos en un sistema capitalista que genera y justifica desigualdades la libertad de las personas será más una ilusión que una realidad.

Esto se pone de manifiesto aun en una pandemia que paradójicamente nos amenaza a todos por igual al tiempo que vuelve a poner de relieve la lucha de clases: el confinamiento que para una familia rica que viva en una finca de varias plantas rodeada de jardines resulta poco más que un fastidio, para otra familia en un piso de 50 m2 de un barrio obrero, en una situación laboral precaria y con niños que hace dos días ni siquiera podían salir a la calle un rato, puede resultar algo tremendamente angustioso. Y si en muchos casos no sucede así es porque aún persisten redes comunitarias de apoyo mutuo que funcionan como pueden en medio del confinamiento demostrando, como decía Camus precisamente al final de La peste, que si algo se puede aprender en medio de las plagas es que hay en el ser humano más cosas dignas de admiración que de desprecio.

Una canción,una película y un libro para resistir en cuarentena.

Canción: "Mi querida España", de Cecilia, en su versión sin censura; aquí dejo un enlace. 

Película: Naked, de Mike Leigh. Recomiendo verla en VOSE sin ser yo ningún talibán de la versión original, pero esta pierde mucho doblada. En España la titularon Indefenso; no sé si hice alguna asociación subsconsciente con la situación actual pero es una película enorme.
Libro: La historia, de Elsa Morante. Sencillamente porque es la que estoy leyendo yo y está siendo una maravilla, y porque además ahora no hay excusas para no enfrentarse a una novela de casi 1000 páginas.