"¿Qué tipo de hombres somos? ¿Podemos cambiar; queremos cambiar?": estas son algunas de las principales preguntas que plantea Fuerte (Black Birds), el nuevo libro del escritor Roy Galán, un tratado hermoso, delicado, poético y didáctico -no aleccionador, sino luminoso- sobre la convivencia entre hombres y mujeres y sobre toda aquella masculinidad hegemónica mamada y autoimpuesta -los hombres no lloran, los hombres no hablan de sus emociones, los hombres compiten, los hombres no tienen miedo-. No existe una única forma de ser hombre, igual que no hay una única forma de ser mujer. El mundo se abre, de repente. Podemos ser más libres -de nuevo: ¿queremos?-. Podemos dejar de ser lo que han hecho de nosotros, lo que han esperado que fuéramos. Qué tal si, por fin, nos quitamos los corsés. Y elegimos. 

Eras muy pequeño y peinabas a tu barbie en el colegio la primera vez que te llamaron “maricón de mierda”. ¿Que sentiste y qué sientes hoy hacia esa palabra?

Claro, yo vengo de una realidad muy concreta y hay que explicarla: fui criado por dos madres lesbianas. Me gusta decir siempre “lesbianas que se deseaban”, porque tendemos a romantizarlo todo y a veces suena como “bueno, dos ancianitas que se encontraron por la calle y recogieron a un huerfanito y lo criaron”. No, no: dos lesbianas conscientes, con deseo, que nos criaron a mi hermana y a mí. Mi idea del mundo configurada en casa fue muy diferente a la que me encontré después en el “mundo real”, en el colegio, que puede ser un espacio muy cruel. Ahí ya tuve una segunda opinión de lo que era la vida. Yo en casa pedía por reyes una muñeca, me la traían y yo creía que eso era lo normal, no había ningún conflicto.

El conflicto surge cuando me piden llevar un juguete a clase y yo llevo la barbie. De pronto, el cortocircuito: “Hay algo malo en que yo juegue con esto”. Ahí descubrí que me podían hacer daño por ser quién soy. Hay gente que habla de “bueno, no te hagas la víctima, todos sufrimos”… pero crecer con la idea de que lo que tú sientes está mal es terrible. A la hora de configurar tus deseos y tu manera de estar en el mundo. Por eso durante mucho tiempo mi única misión en el mundo fue que nadie me pudiese llamar maricón. Yo quería camuflarme con el resto de la gente, llevar su misma ropa…

Esto de “no te señales” que nos hemos comido históricamente.

Total. Ahora, realmente, la palabra maricón la vivo con… no es que me guste la palabra “orgullo”, así que te diría que la vivo con dignidad. Me gusta haber llegado a no tener miedo de ser la persona que soy.

El colectivo LGTBIQ se ha apropiado para revertir el insulto. ¿Te sientes cómodo con eso?

Sí, sí, me gusta mucho cuando la gente es capaz de reapropiarse de las palabras, es muy interesante a nivel político. Yo tengo casi 40 y es verdad que a mí esta cosa me cuesta un poco, porque es verdad que yo no me llamo a mí mismo “marica”. Estas cosas me encantan verlas pero no he vivido con ello. Es una cosa más intelectual para mí, no tanto de calle o de vida. También depende de quién te lo diga, ¿no?

Hombre, sí. Muchísimo cuidado con eso.

Claro. Como la palabra “zorra”, como ha hecho Bad Gyal: “Tu hijo es una zorra”. Me encanta porque es: “Toma, te la devuelvo, te la pongo como espejo”. Jo, qué sencillo y qué importante: “Esto que tú me estás llamando a mí… ¿y tú qué eres? ¿Tú quién eres?”. Me encanta cuando la gente desactiva el poder de hacer daño de las palabras.

¿Cómo empezaste a defenderte? ¿Cuál fue el punto de inflexión?

El amor. Es una pena, porque no todo deseo está vinculado al amor, ¿no? Al final no deja de ser complicado que el coraje te lo tenga que dar un sentimiento tan cargado de adrenalina, y de tantas cosas…

De tragedia, también. De miedo.

Sí, pero claro, esa valentía te la dan estados alterados de la conciencia, como el amor. Yo me enamoré y en casa no tuve ningún problema, obviamente, no había ni que decir que me gustaban los chicos.

Fue del chico de Barcelona que cuentas en el libro.

Sí. Me sentía capaz de todo y me dio igual. En Barcelona nos cogimos de la mano, yo venía de un lugar muy pequeño y… pensé “guau, ¿y si me pasa algo?”. Por ese aprendizaje que traía. Es terrible también. Pensaba: “No puedo demostrar cariño porque esto puede generarme violencia”. Es muy complicado. Crecer con la idea de que el amor va cosido al miedo. Es una sensación que no debería estar ahí, porque el miedo es normal que venga por otras cuestiones, como “¿saldrá bien, no saldrá bien?”, pero no por un miedo externo, de terceras personas. Y ahí tuve también que hacer mi descarga de homofobia interiorizada, que la tenía, por supuesto, porque en mi adolescencia me construí queriendo ser un “hombre-hombre”, un hombre “de los de verdad”. No creas que no me costó después estar a gusto con mi tono de voz, con mi mano, con cómo me expreso… con mi forma de andar… toda esa cosa de analizarse a uno mismo todo el rato. “¿Soy lo suficientemente masculino?”.

Dentro del colectivo también existe la llamada “plumofobia”, que también es una forma de misoginia.

Claro: cosas que están “mal” porque son femeninas. Los seres humanos hemos sido educados para entender que lo femenino es algo que denostar constantemente. Es algo vulnerable, es algo frágil, y si es frágil puede ser herido. Todos los hombres configuramos la masculinidad a través de la creación de un “otro”, y ese otro siempre pasa por no ser mujer. “Soy más hombre cuanto menos mujer soy, o cuanto menos me parezco a las mujeres”.

El “no plumas” es una consigna dentro del mundo gay, y cuando vas avanzando y sales de tu armario, ves que hay otro armario, y otro armario, y otro armario… Entiendo que haya cosas que no te gustan, no hay que forzar, pero: ¿por qué no te gustan? No te gustan porque rechazas todo lo que es femenino. Existe mucho dolor ahí. Siempre digo que deberíamos pedirle al colectivo una palabra de “cuidado”, como “por ahí no”, o “vengo de un lugar muy concreto y no es justo que reproduzcas una opresión”. Como la sororidad de las mujeres. Todo esto son dinámicas de poder. El poder lo atraviesa todo. Y la gente herida puede usar el poder para no volver a ser atacada.

¿Qué tipo de educación sexoafectiva está faltando en los colegios?

¡Toda! (risas). Tanto que hacer. Ahora sí que hay gente dando charlas, como la Psico Woman, que es una terapeuta estupenda que va a los institutos y habla de sexualidad, de afectividad… pero es algo que está haciendo ella, que no hacen los centros por sí mismos. Justo el otro día veía el canal de Youtube de OT y todos los anuncios que salían eran de Durex, que me parece muy bien, lo ve mucha gente joven; pero sobre enfermedades de transmisión sexual. Siempre se nos ha educado en el miedo.

En lo punitivo: “Os vamos a castigar si deseáis, si tenéis relaciones...”.

Exacto. “No folles porque puedes enfermarte”. Que está muy bien tener conciencia de eso, pero, ¿y el placer? Parece que el placer es un tabú, y crecemos con la idea de que hay algo malo en follar. Pues con ese tabú se crean situaciones muy incómodas y muy violentas. Mira, nos vamos a morir y probablemente follaremos (a no ser que seas asexual): son cosas que sabemos que nos van a pasar. ¿Por qué no hablar más de ello? Hay que hablar de la muerte y del sexo desde la infancia para aprender a morir y aprender a follar. En las relaciones heterosexuales se producen (por mis amigas lo sé) situaciones que con un poco más de información, que con algunas herramientas para gestionar ciertas cosas… podrían haber sido diferentes. Los hombres hoy en día tienen una educación sexual basada en la pornografía: como método de educación es terrible. No hay un aviso de “oye, esto es ciencia ficción”.

Tú vas a ver Jurassic Park y dices “bueno, los dinosaurios se extinguieron”. Pero esto… no es sexo. El porno no es el sexo. Eso hace que los hombres den por supuesto lo que las chicas esperan que ellos hagan. Sin hablar, que es lo terrible. Y las mujeres han sido socializadas en la complacencia, en no resultar nunca conflictivas. Construirse bajo la mirada masculina y ser agradables para esa mirada. No ser la chica que pone pegas. En la intimidad ahí se genera un choque brutal: a lo mejor un chico invita a una chica a cenar y ella piensa que le debe algo, y por no hablar acaban haciendo cosas que las chicas no quieren…

Cuántas veces, en la adolescencia, ha pasado esto de “bueno, he subido a casa ya de alguien, como he subido tengo que acostarme con él o me llamarán calientapollas”.

Exacto, pero eso es por la historia que traemos en los hombres. Qué bonito sería que esa historia se reconociera o se resignificara. Los chicos tienen que saber qué supone ser chica en el mundo. Todo este discurso de “ya no se va a poder follar, hay que usar un burofax”… bueno, hablemos, ¿no? Que el consentimiento no es algo tácito, no es algo eterno, las personas cambiamos, cambiamos nuestros deseos y voluntades incluso a cada instante y se puede preguntar: “Oye, ¿va bien, no va bien? ¿Te gusta? No tienes que hacer nada que no quieras hacer”. Y eso no le quita magia ni morbo al momento. De hecho, se lo suma. El respeto siempre suma.

El sexo es un lugar para hacer lo que quieras siempre con consentimiento, pero no vamos a dar por sentadas a las personas… y normalmente son las chicas las que arrastran eso y se van solas a su casa con eso encima. Eso es un temazo y no lo hablamos. ¿Cuántas chicas hay destrozadas porque le pasó tal cosa y vuelven a su casa y no lo pueden contar a sus padres porque ellos no saben que han follado? Ahí, benditas amigas. Y cuando no se produce un embarazo no deseado. ¿Cuántas de mis amigas han tenido que ir a por la píldora del día después solas? Solas. Ellos no se hacen responsables, siempre parece que se alejan del acto.

En el libro también hablas del chantaje del condón.

Al final se presupone que la única responsable que la única responsable de todo lo que te pueda pasar eres tú. Y si ya le unimos el miedo a lo que sea… la consecuencia es terrible. “Venga, venga, es sólo una vez, yo controlo”. Siempre buscan la manera de convencer a la mujer para hacerlo de la manera en la que les dé más gusto. Tío, es que eso no está bien en ningún sitio.

Y se ha cedido por miedo de “¿y si le dejo de gustar?”.

Exacto. Pues si eso lo vinculas ahora a mi orientación sexual es lo mismo. “¿Y si me dejan de querer?”. ¿Cuántas cosas hace la gente por eso? ¿Cuánta violencia se ejerce sobre lo demás por eso? ¿Cuántas cosas te dejas hacer por esa cuestión? Es un tema muy importante, sobre todo esa idea de que la responsabilidad cae sobre ellas y ellas, además, sienten vergüenza. “¿Cómo le voy a decir que estoy embarazada?”. Lo viven con culpa.

Culpa hasta el final del proceso.

Sí, porque dicen “yo me dejé”… es increíble. Hay que hablarlo para desconfigurar estos lugares. Qué importante es poder conversar. Y qué fracaso que, por ejemplo, tu hija vaya a practicarse un aborto sola porque no puede contar contigo. Yo trabajaría toda mi vida para que mi hija siempre que tuviera un problema supiera que puede contar conmigo, independientemente de que me parezca bien o mal. Me parece terrible generar más soledad a la propia soledad.

¿Qué crees que se esconde detrás de la masculinidad hegemónica?

El silencio masculino, que es una cosa demoledora. Para ellos y para quienes les rodean. Yo he estado con hombres que cumplían ese tipo de masculinidad y yo pensaba que eran hombres misteriosos, qué maravilla (risas)

Caímos en el viejo truco de “es un chico enigmático”.

Sí, porque hay una especie de soberbia genuina que es “ay, yo te he visto a ti y sé que en el fondo eres un pintor maravilloso”…

“Yo te intuyo”.

“Y al intuirte voy a darte las herramientas”… todo este relato de “yo te salvo” y del amor romántico. Pero ese silencio es demoledor. Causa mucha desazón y mucho dolor a la gente que intenta comprender a los hombres que no hablan. Es difícil llevar tu vida sin tener un músculo emocional desarrollado y personas con las que hablar. Quizá cuando tienen pareja se lo cuentan más…

O a las amigas del hombre heterosexual, ¿no? Que somos como un invento moderno. Hasta no hace tanto, nos relegaban a nosotras a hablar entre nosotras haciendo punto y a ellos echaban su dominó. Pero ahora pueden contarnos las cosas y abrirse como no se abren entre hombres.

Sí, puede ser, porque entre ellos quedan el domingo a jugar a la Play y después se van de allí sin hablar. Tienen un problema y no lo reconocen. De ahí también esas crisis de los 40, que son tan masculinas (las femeninas vienen de otros lugares más conectados a la emoción)... estas crisis de “vendo a la novia, vendo el coche, vendo el piso” es una crisis de masculinidad. Tiene que ver con que a los hombres se les ha enseñado que son inmortales.

Hay una idea de que van a ser eternos y en un momento se dan cuenta de que no. “Igual no soy omnipotente”, dicen, y buscan un cambio total porque tienen miedo. Es como ese primer vértigo. Y tiene que ver con la idea de que no son enseñados en lo finito, porque lo finito supone conectar con tu vulnerabilidad. Y ojo, a veces si conectan con esa vulnerabilidad acaban cargándola sobre sus parejas mujeres. Hablamos de que debe existir una manera nueva de ser hombre, pero no consiste en echarle tu carga a otras: sobre tu madre o la novia que te hace de mami.

El otro día leía un tweet sobre lo que dices que me hizo gracia. Algo como “estamos llamando ‘nueva masculinidad’ a ser buena persona”. Y dije “total”.

(Risas). Tal cual. Parece que estamos convenciendo a la gente para ser buena persona. A veces me siento como camuflando la espinaca en la croqueta y de darla a comer con un avioncito, joder. Estamos hablando de algo muy básico. Y la gente encima se enfada.

Entonces, ¿a qué deberíamos llamar ‘nueva masculinidad’?

Esta es mi opinión desde mi sensibilidad concreta (también quiero escuchar discursos de hombres que no sean como yo), pero yo creo que pasa por los cuidados. Es fundamental. Pasa porque los hombres aprendan que los cuidados son cosa de todos. Y no un cuidado de protección masculina, no se trata de salvar, se trata de cumplir con tu parte del contrato vital que supone cuidar, igual que cuidan las mujeres, tanto a lo que nace como a lo que muere.

Esa es una responsabilidad a la que hay que apelar. No puede ser que la mujer se encargue todo el rato de los cuidados, y si no lo hacen ellas, lo hagan mujeres más precarias. Y la otra cuestión es la empatía y escuchar activamente. He aprendido mucho escuchando a mis amigas, escuchando cómo se sentían. Y muchas veces los hombres te vienen con “mangina, calzonazos”… porque escuchas con atención a las mujeres. Hay que escuchar de verdad, sin buscar un interés en la otra persona.

Eso me hace pensar en: ¿cuánto tenemos que desconfiar de los aliados heterosexuales? Parece que muchas veces quieren follar. Me da esa sensación… (risas). El concepto, que era interesante, se ha impregnado enseguida de algo muy interesado. No es “te escucho porque te quiero escuchar”, sino “te escucho para acostarme contigo”. Siguen buscando lo mismo pero de otra manera más barnizada.

Exacto, sí. Como las empresas cuando vieron que los anuncios tradicionales no funcionaban y empezaron a usar la figura del influencer para venderte lo mismo. Al final es muy triste, porque no es algo que se presuponga o no es un prejuicio, es que las chicas lo han notado y lo han vivido porque les ha pasado, porque han visto que era mentira. Es decepcionante. No me tienes que vender ninguna moto, se trata de respetar, de cuidar y de ser tú. Es una mierda que se sigan produciendo estas cosas, es como: “Oye, revísate de verdad”.

Es difícil de detectar.

Yo lo vuelvo a relacionar con la vulnerabilidad real. Es un discurso muy aprendido mentalmente: “Yo sé lo que las tías quieren oír, de toda la vida, pero no lo siento; no he bajado aquí… y me acabarás pillando”. Conseguir lo de siempre es conseguir que las mujeres luego se sientan usadas y mal. No está mal tener un encuentro con quien tú quieras, es la utilización de algo, la estafa. Eso lo reivindico en mi anterior libro: “Cobarde todo aquel que no se compromete con el instante, con el ahora”. Es un miedo a cuidar aunque sean dos minutos, aunque sea mandar un mensaje después. No somos cosas. Parece que cuanto peor tratas a alguien, menos se te puede exigir. No. Tú puedes tratar maravillosamente a alguien y no volver a verlo más.

Como estos hombres que se ofenden cuando hablamos de emplear la empatía a la hora de tener sexo.

Sí, en esa cosa de la desafección total… eso pasa por no cuidar lo follado, que es lo que digo en ese texto. Se trata de: “Oye, ¿te gustó, está bien?”. Son cosas que tienen que ver con “acabamos de compartir algo, porque lo hemos compartido, es obvio, y te mereces el afecto”. El afecto no implica compromiso a la larga, ni una boda, ni nada. Se puede ser afectuoso y ser libre.

¿Cuáles han sido los valores tradicionalmente relacionados con lo masculino y cuáles con lo femenino?

Dos tradiciones sirven de ejemplo: perforar los lóbulos de las orejas a las niñas y no de los niños significa que para ellas los adornos, para ellas la belleza, para ellas lo estético. Sin su voluntad. Ponerle una falda a una niña por sistema… ojalá la falda pudiera ponerse a los niños y rompiéramos un poco eso. La falda no es una falda “súbete al árbol”, no es una falda “corre”, es una falda “tápate que se te ven las vergüenzas”. Es un mensaje de silencio y de quietud para las mujeres. Las niñas buenas son las que están guapas porque tienen pendientes y falda pero están quietas porque hay algo de su intimidad que no se les puede ver. Eso configura tu forma de estar en el mundo. Una falda es un grillete: un "sé guapa y estáte quieta".

Y para los chicos, todo lo contrario: la libertad, la comodidad, la competitividad, el deporte, todo lo que tiene que ver siempre con expandirse al mundo. Es “el mundo es mío y lo piso cuando quiera”. Por eso lo de la inmortalidad también. “Todo lo que veo es mío, me pertenece”. Y ellas, sentadas, con las piernas cruzadas, esperando que un hombre les diga lo guapas que son.

En el libro hablas de la asignación de un tipo de vida (color rosa, falda, pendientes, etc) a partir de los genitales con los que se nace. En este sentido, quería preguntarte qué opinión te merece la teoría queer.

Bueno, yo creo que la teoría queer ha venido a ampliar nuestros parámetros y cualquier cosa que venga a ampliar tiene que ser reconocida y bienvenida. Al final, creo que es muy interesante para nuestras vidas lo que nos enseñen lo que es la performatividad y cuánto de performativo hay en nuestras relaciones. Cuánto de disfraz, de teatrito. Que nos enseñen cómo estamos interactuando es algo cultural, algo aprendido… es muy liberador, porque podemos reconfigurarlo y hacer que nos duela menos, que es de lo que se trata. Porque el mundo no nos viene bien dado a todos, especialmente a las mujeres. La teoría queer es una oportunidad para dejar de alimentar el ego.

Qué interesante esto. Pero, claro, hay sectores fuertes del feminismo que la critican porque piensan que se carga las bases del movimiento. Sí que a un nivel más académico o teórico. ¿Qué opinas de esto? Es uno de los grandes debates abiertos.

Guau, ese es el gran temazo. Yo reivindico muchas veces el derecho a no saber o a dudar. Pero con respecto a esto, sí que tengo claro que la identidad no es un capricho y que la vida de las personas importa más que las teorías. Me duele ver cómo hay personas que siguen siendo oprimidas nuevamente por parte de otro grupo que también ha sido oprimido. Pongamos en el centro la vida de las personas. Las personas necesitan lugares que habitar. No podemos tratar estas cosas desde las academias como si fueran conejillos de indias. A veces me da la sensación de que estos temas se tratan así. Con todas las dudas que puedo tener al respecto, hay algo que tengo clarísimo, y es que las mujeres trans son mujeres. Intentar sembrar dudas en eso es de una falta de humanidad brutal. Sin más. No es justo lo que se hace. No es justo.

¿Qué nos llaman cuando nos llaman “putas”?

Uy, qué pregunta, me gusta. Mira, existe un mandato de masculinidad, que de eso habla Rita Segato, una feminista, y ese mandato de masculinidad es una especie de ojo que siempre está sobre los hombros de los hombres, porque ellos tienen que dar explicaciones al resto de hombres. Como si existiese una especie de diálogo invisible entre ellos. Se mandan mensajes, aunque no sean verbales. Me gusta poner el ejemplo ese de que un chico intenta ligar con una chica en una discoteca, ella le dice que no, él insiste, ella le dice que no, él insiste, y al final ella se acaba inventando que tiene novio para que la deje en paz. Eso significa que los tíos respetan más la propiedad de otros hombres que la voluntad de las mujeres. Eso es un diálogo invisible.

Yo creo que cuando llaman “puta” a una mujer están mandando un mensaje a otros hombres: y es “mujer que se deja follar”. Y en el fondo, sigue existiendo ese estigma, porque fíjate cómo es el discurso: siempre es “mira lo que se ha dejado hacer ella”. Ella como objeto, no como sujeto activo. Es un objeto al que yo consigo hacerle algo, o que se deja hacer algo. Y cuando se llama “puta” a una mujer, se la marca con “se deja hacer”. Es terrible. Una mujer que se deja follar, para la sociedad, sigue siendo una puta. Porque las mujeres son madres, hermanas y santas que dan a luz sin follar según la tradición judeocristiana. No se tolera y está en el imaginario y en el inconsciente. “Mala mujer que se dejó hacer eso”.

Otra palabra que se intenta subvertir, a mi juicio, con menos éxito.

Sí. El otro día leía un texto de una amiga muy bonito que hablaba de tres consejos que le dio su madre. Eran: para falsificar un DNI necesitas un cepillo de dientes, nunca te subas en una moto con chanclas y nunca llames puta a otra mujer. Me pareció precioso. Como un cartelazo. En primero de clase, en la pizarra: “Nunca llames puta a otra mujer”.

¿Qué hay del paradigma del “macho ibérico”? ¿Está obsoleto?

Guau. Yo creo que no. Me gustaría pensar que sí.

Ahí tenemos a Abascal.

Sí, pero también en más ejemplos cercanos, que a veces nos vamos como al extremo. Pero me gusta decir que el feminismo es sumamente positivo para los hombres, porque les va a librar de esa carga de tener que ser los líderes o salvar al mundo de un meteorito. Llorar y decir “tengo miedo de que el mundo se acabe”. Pero bueno, ahí estamos algunos para señalar cuáles son los comportamientos que ya no son para nada sexys, como el del macho ibérico. A nivel estratégico, está bien empezar a decir “oye, los hombres delicados son sexys”.

Es un “relájate”, ¿no? Frenar esa tensión por tener que demostrar algo. ¿A quién?

Al resto de hombres. “Relájate, los hombres no tienen que poder con todo, no eres menos hombre por no poder con todo. De hecho, eres más humano y eres más libre”. Me gustaría preguntarle a los machos ibéricos: ¿realmente has sido el hombre que tú querías ser o el que te han dejado ser?