Evocar a Plácido Arango es como atravesar el túnel del tiempo a lo largo de la historia. Era un homo universalis. Un polímata. En su caso, lo que más valoró en vida fue que la riqueza nunca estuviera reñida con la cultura. Y jamás jugó con las apariencias. Plácido era reversible. Lo que veías es lo que era. Un hombre culto, generoso, inteligente, amante de las artes, multimillonario y visionario.

En la mentalidad popular española era el hombre que creó la cadena Vips, pero tras esas tiendas-restaurante se escondía una personalidad tan poliédrica como fascinante. Hijo de emigrantes asturianos que emigraron a México para labrarse un porvenir, a partir de una pequeña empresa textil fundaron la primera cadena de supermercados del país azteca, Aurrerá, germen del primer Vips en 1969. Aquella aventura empresarial se tradujo en una lluvia de millones en pesos mexicanos, dólares, pesetas, euros…

Lejos de vivir del cuento como otros cachorros de la jet set internacional, se doctoró en Ciencias Económicas por el Instituto Tecnológico Autónomo de México. Con estos conocimientos, logró multiplicar el patrimonio familiar hasta alcanzar los 4.000 millones de dólares en el 2011, que en aquel momento equivalía a la quinta fortuna de México.

Al contrario que otros billonarios americanos, Plácido jamás apostó por la ostentación. Siempre quiso tener un perfil social bajo, incluso cuando se codeaba con grandes nombres, desde el rey Juan Carlos I a Elizabeth Taylor o Nelson Mandela. Además de la empresa, el arte y la cultura fueron sus grandes pasiones. Fue presidente de la Fundación Príncipe de Asturias (1987-1996), presidente del Patronato del Museo del Prado (2007-2012), vocal del Patronato de la Biblioteca Nacional y de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, benefactor del Museo de Bellas Artes de Asturias y patrono del Metropolitan de Nueva York, entre otras prestigiosas instituciones.

Esa relación inquebrantable con el arte se tradujo en una gran generosidad. En 1991 donó 80 grabados de la serie Caprichos de Goya al Museo del Prado y en 2015 volvió a donar otras 25 obras maestras de Zurbarán, Goya, Herrera el Mozo o Pedro de Campaña con derecho a usufructo vitalicio. A su querida Asturias también le tocó una buena tajada del pastel pictórico ya que el Museo de Bellas Artes de Asturias comunicó en 2018 que había recibió 33 obras maestras de entre los siglos XV y XX, entre las que destacaban los nombres de Zurbarán, Solana, Zuloaga, Diego de la Cruz, Tàpies y, como no, su pareja, Cristina Iglesias. Curiosamente, al Principado también han llegado otras fortunas notables del país azteca como las de Carlos Slim, Enrique Peña Nieto o Antonio del Valle.

Plácido Arango (i), durante la inauguración de una muestra sobre Velázquez en el Prado en 2007. Gtres

La colección privada de Arango se componía de unas 300 obras y según la revista Art News, en el 2012 estaba considerado como uno de los 200 mayores coleccionistas del mundo. Entre los artistas que figuran ese tesoro privado están El Greco (una Inmaculada y Santo Domingo en oración), Murillo (Magdalena penitente y una Inmaculada), además de algún Dalí, Miró, Gris, Tàpies, Goya, etc. Pero como su nombre no era tan mediático como los Thyssen o las Koplowitz, su nombre no solía aparecer en la prensa.

Gracias a sus contactos en el gremio artístico consiguió que a mediados de los ochenta, el ilustre conservador y restaurador John Brealey dejara durante un año su puesto en el MET (Metropolitan Museum of Art de Nueva York) para desplazarse al Museo del Prado para que siguiera de cerca la restauración de Las meninas de Velázquez.

Gracias a su labor humanística, cultural, empresarial y social, a lo largo de su vida el empresario asturmexicano recibió algunas de las condecoraciones más prestigiosas de nuestro país como la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica, la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio, la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil, la Medalla de Oro de Asturias o el Premio Juan Lladó.

Pilar fundamental del arte

En el plano sentimental, su corazón perteneció a tres mujeres. La primera, su esposa Teresa García-Urtiaga, madre de sus tres hijos, Plácido, Maite y Paco, al frente de la Fundación Aladina. Después llegó Cristina Macaya, viuda del millonario Javier Macaya. Durante sus diecisiete años de relación, Plácido fue también su Pigmalión financiero. Gracias a sus sabios consejos, Cristina añadió innumerables ceros a sus cuentas corrientes y siguió tejiendo una enmarañada rede de contactos internacionales que a día de hoy siguen citándose en secreto en Es Canyar, su fabulosa masía de la Sierra de Tramontana en Mallorca, a escasos quilómetros de la mansión que Michael Douglas intenta vender sin éxito desde hace varios años y que perteneció al archiduque Luis Salvador de Austria.

Esta relación se cimentó, principalmente, en la austeridad y la discreción. A ambos les gustaba disfrutar de la tranquilidad de la isla, no en vano se la conoce como 'la isla de la calma', eran unos apasionados de la naturaleza y les encantaba tener tertulias sobre arte, cultura o filosofía. En el paraíso de Es Canyar era fácil ver, pero no fotografiar, a los príncipes de Kent –Miguel es primo hermano de Isabel II-, Jack Nicholson o Bill Clinton. Tal fue su pasión por la isla, que con el tiempo el empresario compró dos mansiones en Formentor.

Plácido Arango y la reina Sofía durante la visita de la primera dama de Vietnam a España en 2009. Gtres

Macaya tiene un don especial para las relaciones públicas. Se le da bien la gente. Es tan atractiva como inteligente, educada y divertida. Si le robaran la agenda es como si atracaran el Banco de Inglaterra. Sus contactos son tan secretos como su fortuna. Y gran parte de ella cimentaba por obra y gracia de Plácido, que supo invertir donde mejor convenía. El amor se les acabó, pero no la amistad. Como 'ex' dicen que le obsequió con una mansión en La Moraleja, un apartamento en Nueva York y 2.000 millones de pesetas de la época (12 millones de euros) porque Cristina no había reclamado nada y, como amigo, siguió ayudándola a incrementar su patrimonio.

Tiempo después se cruzó en su camino la que se convertirá la horma de su zapato hasta el final de sus días, la escultura Cristina Iglesias (63), Premio Nacional de las Artes Plásticas en 1999. Se conocieron cuando Plácido era patrono del Museo del Prado y como si Cupido hubiera salido de uno de sus cuadros, vivieron tan felices como escurridizos ante los flashes de los paparazzi. A veces, en las historias de amor, el azar afianza la relación y, en este caso, hay que añadir que la artista donostiarra creó el portón-pasaje de bronce que abre la ampliación del Museo del Prado.

Vivían aislados del mundanal ruido en La charca del valle, la finca de Valdemorillo que el empresario poseía cerca de Madrid. Allí, la pareja encontraba la tranquilidad tan ansiada ante su ajetreada agenda social. Da la casualidad que Cristina es hermana de Alberto Iglesias, el fiel compositor de las bandas sonoras de las películas de Pedro Almodóvar, ganador de 11 Goyas y nominado a 3 Oscar de Hollywood.

Cristina es una de las escultoras más prestigiosas y reconocidas a nivel mundial. Su obra está expuesta en los museos más exclusivos del mundo como el MOMA de Nueva York, el Pompidou, el Guggenheim, la Tate Gallery, el MACBA o el Reina Sofía.

Sin duda, con Plácido Arango se ha ido uno de los pilares fundamentales del arte y la economía de nuestro país.

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