“Así que, de momento, nada de ‘adiós, muchachos’, me duermo en los entierros de mi generación: cada noche me invento, cada día me emborracho, tan joven y tan viejo… like a Rolling Stone”. Aquí los versos finales de una de las canciones más hermosas, autobiográficas y vitalmente transversales de Joaquín Sabina, Tan joven y tan viejo, lanzada ya en 1996. Miren cuánto tiempo lleva escribiendo su obituario el maestro: lo hacen siempre, siempre, los que han vivido mucho más deprisa que el resto. Parecen pensar que cada año más es un año regalado, pura dádiva en una existencia intensa.

Anoche, en el Wizink Center, el de Úbeda volvió a darnos un susto, y lo cierto es que en los últimos tiempos nos tiene más que acostumbrados. El lunes, Serrat y él habían dado un concierto inolvidable en el mismo estadio, parte de su gira No hay dos sin tres, reseñado por este periódico: de hecho, era Joan Manuel el que parecía más cascado -le fallaba la voz cada dos por tres, dejaba versos sin cantar, se le intuía agotado-, pero Joaquín lucía en plena forma. Sin embargo, ayer martes, en el segundo concierto en la capital de su vida, Sabina sufrió un percance que aterrorizó a todos los presentes -y a los que fueron informados rápidamente por redes sociales- sólo a la media hora de arrancar el evento y ha tenido que ser operado por un pequeño derrame cerebral. Justo el día de su 71 cumpleaños

El vídeo ya impacta: el artista estaba hablando del Mediterráneo en honor a su amigo Serrat. “Fui a conocer al Mediterráneo, que es un señor muy viejo y muy cascado, muy sucio, lleno de huevos, de plásticos… hasta de cuerpos de pobres inmigrantes subsaharianos a los que la culta, noble e ilustrada Europa deja morir como a ratas”, relataba, con el aplauso de los suyos. “El caso: que fui a preguntarle si le gustaba la canción que le había dedicado Serrat, y me dijo que no tenía la menor idea de qué era eso. Que no la había escuchado en su vida. Que a él le gustaba el reguetón”.

En ese momento, desapareció del plano, como si se lo hubiese tragado la mismísima tierra: se había caído del escenario, deslumbrado por un foco. Enseguida lo sacaron de allí en camilla. Pese al terror inicial volvió a salir de ésta, meramente con un hombro malherido. Lo canta él mismo en Lágrimas de mármol: “Superviviente, sí, ¡maldita sea!, nunca me cansaré de celebrarlo!”.

Una "mala salud de hierro"

No es la primera vez que Sabina experimenta una situación tan límite. Ya se jacta siempre él de su "mala salud de hierro". En 2001 sufrió un derrame cerebral que fue clave para él: para intentar cambiar de vida y superar su rutina de tabaco, whisky, coca y dieta de presidiario, como contaba Julio Valdeón en la biografía Sabina, sol y sombra. Él lo bautizó como ‘marichalazo’. Después llegó la depresión, y su casa dejó de ser ese centro de operaciones de Tirso de Molina donde habitaban putas, maleantes, camellos, perlas de todo tipo. En 2011 empezó a suspender conciertos -tres en EEUU- por problemas intestinales; en julio de 2013 canceló su participación en un acto en Zaragoza por un “mareo, quizás por el calor”.

En diciembre de 2014, abandonó un concierto a pocas canciones del final y explicó que le había dado un “Pastora Soler”, por lo que muchos lo atribuyeron a una crisis de pánico escénico. Más tarde lo desmintió: dijo que eran náuseas, vómitos, problemas de estómago. En 2015 canceló dos conciertos en Canarias por una tendinitis en el pie izquierdo, dolencia que le había obligado a recurrir a un bastón.

Lo niega todo

En 2018, con la gira de Lo niego todo, suspendió dos conciertos en México “por un golpe en el ojo, con fuerte hematoma e hinchazón”, algo que se había dado por un “pequeño mareo” a causa de “unas molestias en el oído”. Ese mismo abril fue ingresado para tratarse de una tromboflebitis y suspendió cuatro conciertos que fueron reubicados a la cola de la gira. El último disgusto se dio en junio de 2018, cuando interrumpió un concierto en el Wizink a la hora y media por “una disfonía aguda consecuencia de un proceso vírico”. A partir de ahí, se vio obligado a cancelar los cuatro conciertos restantes del tour.

Básicamente, se quedó mudo antes de poder reconocer ante su querido público: “No están ustedes viendo un buen concierto por mi parte hoy”. La pregunta es inevitable: ¿debe Sabina dejar de dar conciertos; ha llegado la hora de retirarse del ruedo? Más, con los últimos acontecimientos: una caída que, afortunadamente, no ha desembocado en la peor de las situaciones. “Nos vemos en mayo”, dijeron Sabina y Serrat a los suyos anoche. Los asistentes podrán volver sin pagar una nueva entrada. Hasta entonces, y por mucho más tiempo, aguante, Joaquín, carajo.

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