La Revolución Francesa, quizá el acontecimiento más importante de la Edad Moderna, no solo cambió todo un sistema político basado en estamentos; también propició una encarnizada batalla dialéctica entre los intelectuales europeos. En esta atmósfera de rebelión e incertidumbre, antes de que cualquier cabeza fuese desprendida de su cuerpo, el británico escritor y filósofo Edmund Burke criticó severamente la revolución.

Lo hizo a través de un ensayo redactado en forma de carta titulado Reflexiones sobre la Revolución francesa. Lo más destacable de esta crítica, donde afirma que el derrocamiento de Luis XVI puede traerle al país galo un periodo de inseguridad y caos, fue la reacción de los demás escritores.

Mary Wollstonecraft había nacido en Londres bajo el seno de una familia inestable. Su padre, un alcohólico derrochador, abusaba de su madre delante de Mary y sus hermanas. Esta situación, sumada a las vivencias posteriores de la escritora, le llevaron a cuestionarse la condición sumisa de las mujeres en la sociedad.

La respuesta de Wollstonecraft

Apenas un mes más tarde de la publicación de Burke, Wollstonecraft escribió Vindicación de los derechos del hombre y contestaba a las reflexiones del británico antirrevolucionario. Tal y como explica justo al principio de su análisis, leyó el texto de Burke “más por diversión que por información” y decidió responderle al momento. La escritora no pretendía construir una alternativa a las teorías del inglés; simplemente deseaba dejar en evidencia las contradicciones de su trabajo. “Al abandonar ahora las flores de la retórica, permítanos, Señor, razonar juntos”, inicia Wollstonecraft.

Vindicación de los derechos del hombre

Los irónicos ataques de la escritora fueron más allá cuando decidió desaprobar los demás escritos de Burke. El británico había escrito tres décadas antes la Indagación sobre lo sublime y lo bello, un ensayo que interesó ni más ni menos que a una eminencia de la filosofía como lo es Immanuel Kant. En resumidas cuentas, el concepto de belleza de Burke se relacionó con la pasión y la ternura. Así, la lisura, la pequeñez, lo dulce o lo frágil serían entendidos como cualidades de la belleza. “Una apariencia de delicadeza, e incluso fragilidad casi le es esencial”.

La pensadora vinculó inmediatamente las palabras de Burke a un abuso de poder donde lo ‘femenino' se relacionaba con la belleza. “Puede que haya convencido [a las mujeres] de que la menudez y la debilidad son la misma esencia de la belleza”, comenta Wollstonecraft, y denuncia que su visión sobre lo bello perpetúe que la mujer, lejos de conseguir un hueco en la esfera pública, tenga que “aprender a hablar con discreción, a caminar con tambaleo y apodar a las criaturas de Dios”. 

Pero Wollstonecraft tenía ganas de más. Dos años después de su texto, en 1792, escribió la Vindicación de los derechos de la mujer. En esta nueva obra, considerada una de las primeras feministas a día de hoy, hace hincapié en la igualdad de oportunidades en cuanto a la educación. No fue la primera, ya que dos siglos antes, la madrileña María de Zayas defendería que el acceso al conocimiento no distinguiera de hombres y mujeres: “Porque si en nuestra crianza (…) dieran libros y preceptres, fuéramos tan aptas para los puestos y para las cátedras como los hombres”. No obstante, la forma en la que lo hizo Wollstonecraft, atacando con nombre y apellido a los filósofos de la época, favorecieron la difusión del legado de la escritora británica.

Retórica racional (y feminista)

En este caso, decidiría rebatir al mismísimo Jean-Jacques Rousseau. El filósofo de la Ilustración opinaba que las mujeres debían ser educadas únicamente para saber realizar correctamente su futuro papel de esposas. “Me aventuraré a afirmar que hasta que no se eduque a las mujeres de modo más racional, el progreso de la virtud humana y el perfeccionamiento del conocimiento recibirán frenos continuos”, responde Wollstonecraft. De la misma manera, era reacia a los cánones impuestos puesto que estaban, y más de uno diría que aún están, enfocados a la satisfacción del hombre: “Como a las mujeres se les inculca desde la infancia la idea de que la belleza es su cetro, la mente queda sometida al cuerpo, y, contenida en una jaula de oro, sólo parece servir para adornar su prisión”.

De esta manera, las obras de la británica se caracterizan por un uso de la retórica completamente racional —originalmente atribuido a los hombres— y deja en entredicho las contradicciones de sus coetáneos varones.

Mary Wollstonecraft es considerada por la mayoría de estudiosos contemporáneos como una protofeminista. En el siglo XVIII todavía no existía el término ‘feminismo' —no sería creado hasta el siglo XIX— pero sus escritos fueron tomados como referencia por feministas como Virginia Woolf o Emma Goldman. Woolf llegó a afirmar que “su voz” todavía influía “entre los vivos”.

Wollstonecraft se casó con el también escritor William Godwin y ambos tuvieron una hija. Una hija que, a sus 21 años, escribiría una de las novelas góticas más conocidas de la actualidad. Efectivamente, esa chica se llamó Mary Shelley y publicó Frankenstein en 1818.