La Cultura y los políticos tienen una complicada relación de amor y odio a partes iguales. Algunos directamente de odio como el exministro Montoro, pero en general siempre dicen amarla y querer defenderla, aunque luego siempre sea la peor tratada en los presupuestos y la primera pisoteada en los discursos.

A nuestros representantes les gusta lucirse en sus exposiciones en público, y para eso no hay nada más pintón que meter la cita de un autor, hablar de una película o mencionar a ese poeta amado por todos. ¿Cuántos políticos han citado El Quijote? Quizás sería mejor preguntar cuántos no lo han hecho, aunque luego la realidad se abre camino y son pocos los que se lo han leído, tal como comprobó este periódico cuando en el cuarto centenario de la muerte de Cervantes se acercó al congreso para preguntar unos datos básicos sobre la obra magna que todos aseguran conocer pero pocos lo demostraron. Ni el entonces ministro, Íñigo Méndez de Vigo, ni Patxi López ni Toni Cantó quisieron o supieron responder a cuál es el nombre verdadero del Quijote.

El domingo, en otro aniversario, fue Pedro Sánchez el que se lió con un error que se hizo viral. Al recordar a las 13 rosas en el día de su asesinato publicó un tuit con todos sus nombres una fotografía en blanco y negro en la que parecía que estaban aquellas heroínas, aunque al fijarse de cerca uno apreciaba rostros conocidos como el de Pilar López de Ayala o Verónica Sánchez, las actrices que interpretaron los papeles en la película de Emilio Martínez-Lázaro.

El presidente confundió realidad y ficción en la que no es su primera patada a la cultura en redes sociales, ya que hace un par de años publicó en la red social "Desde Soria cuna de Machado, todo mi reconocimiento al trabajo de profesores y condolencias a familiares y amigos", escribió Sánchez. Todo en orden si el poeta no hubiera nacido en Sevilla. Desde el partido justificaron a su líder echando la culpa a su equipo de comunicación.

Pero si alguien ha sido el centro de las burlas de la cultura esa ha sido Esperanza Aguirre, que en su época al frente de la cartera cometió varias pifias, muchas de ellas en televisión en una época en la que fue musa de las bromas del programa Caiga quien caiga. Fue frente a sus cámaras cuando quedó en evidencia al no conocer al director más taquillero del momento: Santiago Segura. También dijo que Airbag no era una película española, y hasta preguntó a la madre de Dulce Chacón que dónde estaba su hija en un homenaje en 2006 cuando la escritora había fallecido tres años antes. La leyenda de ‘Espe’ creció tanto que hasta se creó una leyenda negra con una metedura de pata cultural que nunca ocurrió aunque muchos digan haberla visto. Aquella en la que creía que Saramago era una mujer cuyo nombre era Sara Mago.

Rivera e Iglesias se lían con Kant

El lenguaje también ha sido motivo de muchas pifias. Lejos quedan las miembras de Bibiana Aído, y más cerca las portavozas de Irene Montero, ambas defendidas como un pulso al machismo del lenguaje. La que no pudo defenderse de ninguna forma es la actual vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, cuando el senador Van-Halen, en una discusión sobre cine español en 2005, se refirió a una expresión dicha por ella con un ‘Calvo, dixit’. La ahora también Ministra de Igualdad se lió y contesto al miembro del PP diciendo que para ella, él "nunca será Van Halen, ni Dixi ni Pixi; será su señoría", en referencia a los míticos dibujos animados. Ella terminó declarando que no es que no le entendiera, sino que tiro de “ironía andaluza”.

La nueva política tampoco se ha librado de meter la pata culturalmente. Tanto Albert Rivera como Pablo Iglesias se equivocaron al mencionar a Kant en un debate en la Universidad Carlos III moderado por Carlos Alsina. Allí, al ser preguntados por un alumno sobre su opinión sobre la filosofía y pedirles una recomendación de una obra, se vinieron arriba y terminaron embarrados. Iglesias comenzó muy seguro diciendo que “sin lugar a dudas, Ética de la razón pura”, una obra que no existe. Su título real es Crítica de la razón pura.

Rivera terminó peor parado. Comenzó diciendo que en el mundo del derecho de donde él viene, Kant “era un referente”, así que cualquiera de su obra valía. Al ser repreguntado por una obra específica tuvo que confesar: “No he leído a Kant ningún título concreto”. Es lo que ocurre cuando la política se usa más como arma arrojadiza en vez de disfrutarla.

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