Atavismos es el recorrido que ha llevado a cabo en estos últimos años el fotógrafo francés Pierre Gonnord. Un camino iniciado en 2005 en Japón y que ha pasado por Portugal, Los Balcanes y recónditos lugares de la geografía española, y en el cual encarna un pensamiento sobre el entorno al que se enfrenta la humanidad, su dignidad y su evolución a través del elemento retrato. “Somos una especie en peligro de extinción pero no lo queremos ver”, dice Gonnord, quien está encantado de haber sido invitado a colaborar en el Museo de la Evolución Humana (Burgos) hasta el 23 de septiembre.

Una muestra que invita a los visitantes a reflexionar acerca de la perpetuidad de los “grupos independientes a la globalización”, como afirma el autor a lo largo de las 30 fotografías que se encuentran en la colección. El énfasis de la muestra se centra en “la reflexión sobre la condición, la capacidad y la sensibilidad humana”.

"Está bien retroceder y remontar hasta el origen del retrato, del primer gesto que empieza con la historia del hombre. Da Vinci dijo que el arte nació cuando el hombre fue consciente de su sombra". El artista opina que “el hombre en su sencillez no ha cambiado tanto, ha cambiado la sociedad. Hay que agradecerle la calidad de vida a la ciencia y a la medicina, pero nosotros en sí estamos igual. Lo que nos hace comulgar lo pasado y lo nuevo, es el arte, la sensibilidad”. Gonnord asegura que hay que dejarse guiar por el talento de los grandes, que la magia del arte se encuentra en “reducir el todo a la mínima expresión y con pocos medios”. A a ello dedica su tiempo.

En el momento de retratar, el fotógrafo evoca al hombre más primitivo "esbozando el contorno efímero de su sombra en la tierra misma, para celebrar su ego, su condición vital y mortal". Trata de convivir y entender desde dentro a sus protagonistas. “He estado en un monasterio compartiendo la cultura de los monjes, en sus casas, haciendo el camino con peregrinos ateos, hasta en una mina a 700 metros bajo tierra”. No juzga, no interrumpe, sólo aprende. Y retrata.

El gesto de reproducir su propia figura, reafirma su existencia. “Un retrato es un reflejo y va mucho más allá de la persona”. Es una forma de "rebelarse también e inventar la eternidad". Quiere que sus fotografías perpetúen la esencia de los grupos que están destinados a desaparecer. Por esto, para Gonnord no importa tanto saber cómo empieza la historia del retrato, sino "la larga representación humana que seguimos escribiendo".

“El ser humano no tiene únicamente una definición tiene muchas formas”. Es el rostro de cada uno de los retratados lo que cuenta una historia, un momento, una sensación. Cada persona inspira empatía, cariño… dignidad en sus ojos. “El retrato de una persona no es la persona”. Para él, la esencia del retrato reside en que no representa sólo la persona, sino que se multiplica infinitamente para recuperar la vertiente misteriosa y sensible del hombre. Esta es la idea principal que defiende a través de sus retratos.

También pretende reflejar diferentes realidades sociales tanto en el entorno rural como en el urbano. Los protagonistas de la exposición son fruto de un viaje, de un encuentro fortuito, de una parada en su camino. Personas capaces de representar en sus caras el sufrimiento y la realidad de colectivos silenciados. Fuertes personalidades, con duras realidades y con carismas especiales, capaces de representarles a ellos y a su grupo.

Tiene como objetivo que se pueda extraer un sentimiento de cada uno de sus retratos y reivindicar la dignidad de cada individuo. Afirma que le va a llevar toda la vida conseguir esta misión, que los 15 años que ya lleva, son solo el comienzo. Las miradas no mienten y las suyas además, representan.