Todo el mundo conoce la célebre historia del cautivo de Argel, dentro de la más noble de las obras escritas en lengua española: El Quijote. En este pasaje, de notables tintes autobiográficos, Cervantes cuenta cómo uno de los personajes es apresado por el rey de Argel y confinado en una cárcel africana para después sufrir diversas penalidades que habrían de llevarle hasta el fin de su cautiverio. Durante su encarcelamiento, conoce diversas razas y nacionalidades, por lo que se hace imprescindible crear un código común para que la comunicación sea posible.

Don Miguel, con su maestría habitual, define este código así: "Una lengua que en toda la Berbería y aun en Costantinopla se halla entre cautivos y moros, que ni es morisca ni castellana ni de otra nación alguna, sino una mezcla de todas las lenguas con la cual todos nos entendemos". Es, por tanto, la lengua un código común para establecer una comunicación. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, este código se ha instrumentalizado de tal forma que tiende a utilizarse con intenciones torticeras, dando pie a mitos que no le corresponden. 

Es muy habitual escuchar cómo un tipo de perfil político independentista se ha referido siempre a él como castellano

El hecho de que un hispanohablante crea que hay unos dialectos inferiores a otros es uno de esos mitos. Volvamos al párrafo inicial, a la experiencia del cautivo en El Quijote. Si la lengua se define es un sistema de comunicación, un conjunto de signos y de reglas que permite formular y comprender mensajes, ha de considerarse que ha cumplido su función en el momento en el que ha conseguido lo esperado: comunicar.

Por eso, no es inferior ningún código cuando esta comunicación se ha conseguido. Del mismo modo, tampoco hay dialectos superiores. ¿Quién no ha escuchado alguna vez aquello de "el mejor castellano se habla en Valladolid"? Absurdo si nos atenemos a los parámetros ya explicados: ¿acaso dos pucelanos se entienden mejor entre ellos que dos onubenses? Cualquier síntoma de prestigio está construido sobre cimientos extralingüísticos, nada más.

El mito de la variedad superior 

Ya ha cruzado por el texto la afirmación de que varios mitos sobrevuelan el idioma con fines no demasiado limpios. Sin ir más lejos, la etiqueta que se le coloca al idioma ya es objeto de diferentes juicios que no se ajustan a la realidad. ¿Se llama idioma español? ¿Se llama castellano? Es muy habitual escuchar cómo un tipo de perfil político independentista se ha referido siempre a él como castellano, creyendo o haciendo creer a su votante acérrimo que la etiqueta "español" es errónea, quizás por evitar que la imperial letra eñe cruce por su discurso.

Del mismo modo, también puede verse al patriota de turno con los dos carrillos repletos al pronunciar las sílabas: i-dio-ma-es-pa-ñol. Sin embargo, la Academia, órgano -supuestamente- encargado de velar por los parámetros comunes a todos los hispanohablantes, dice al respecto:"Para designar la lengua común de España y de muchas naciones de América son válidos los términos castellano y español [...] El término español resulta más recomendable por carecer de ambigüedad, ya que se refiere de modo unívoco a la lengua que hablan hoy cerca de cuatrocientos millones de personas [...] resulta preferible reservar el término castellano para referirse al dialecto románico".

La lengua no cumple con ninguna función estética, que le pregunten a Cervantes cuánto importaba la apariencia lingüística en aquella lejana cárcel africana

Otro mito que cruza por según qué zonas es aquel que deja sobre el hispanohablante el tufo de que la lengua que se habla en las zonas bilingües es el español y el resto, ya sea el gallego en Galicia o una lengua indígena en México, son dialectos. De nuevo, intenciones malévolas aparte, nos encontramos con una premisa falsa. Todas son lenguas que han de gozar del mismo reconocimiento, porque de nuevo el prestigio que supuestamente se les asigna está basado en simples convenciones sociales o políticas.

Otra mentira muy manida tiene que ver con la "apariencia" del castellano. “Es que el ceceo es muy cutre”, “es que el tono los barrios del extrarradio es muy feo”... nada de eso es posible. La lengua no cumple con ninguna función estética, que le pregunten a Cervantes cuánto importaba la apariencia lingüística en aquella lejana cárcel africana, sino que se trata fenómeno social e histórico que el hablante esgrime de manera tácita.

Otros mitos hispánicos 

Hay más mentiras sistemáticas instaladas en el imaginario. Por ejemplo, más o menos todo hispanohablante cree que los primeros bosquejos del castellano fueron encontrados en las Glosas Emilianenses, allá en La Rioja del medievo. Sin embargo, parece que esta génesis retrocede unos cuantos años para colocarse en Burgos, en concreto en ciertos manuscritos de Santa María de Valpuesta.

El propio Menéndez Pidal ya se había referido a estos primeros documentos, conocidos como Cartulario de Valpuesta, décadas ya. Pero dejemos este mito, más anecdótico que otra cosa, para adentrarnos en otros con más enjundia, como por ejemplo aquel que compara la complejidad del español con el resto de lenguas: “Es que el español es mucho más fácil que el inglés”, “es que la escritura del chino mandarín es mucho más compleja que la nuestra”... Para desmontar este mito supongamos que frente a nosotros se coloca un gallego hablante monolingüe, y supongamos además que se enfrenta a la posibilidad de aprender castellano o inglés. ¿Qué lengua le resultaría más fácil de asimilar?

Obviamente la lengua española, por compartir con la gallega más rasgos y atributos. Luego el aprendizaje de una lengua está asociado a otras variables como la lengua materna e incluso la proximidad geográfica. También es frecuente encontrarse con hablantes que creen que "todo el mundo tiene acento menos yo". ¿Qué es hablar sin acento? Desde luego, si nos referimos al rasgo tonal, sería necio pensar que alguien habla sin esta cualidad. Si nos referimos a la variedad dialectal pura y dura, es evidente que el código de cada uno de los hablantes goza también de unas características propias que lo diferencian del resto. Es decir, nos encontramos ante otra falacia extendida. 

¿Qué es hablar sin acento? Desde luego, si nos referimos al rasgo tonal, sería necio pensar que alguien habla sin esta cualidad.

Por el texto ha cruzado de manera metafórica Cervantes, el hombre que abrió este texto y que se encargará también de cerrarlo, pues el mayor representante de la lengua que hoy nos ocupa sabía, perfectamente, que de la efectividad de aquel código que compartían en Argel, de lo ágil que fuese utilizándolo, dependía la posibilidad de regresar con vida a la península. Dejando los mitos aparte y centrándonos en el caso que centra la actualidad, es necesario transmitir la idea de que sólo de comunicar vive una lengua (además del propio Cervantes), y que el resto de mensajes asociados al prestigio responden, como en el caso del excónsul, a criterios extralingüísticos a menudo torticeros.