Íñigo Errejón y Pablo Iglesias, en el Congreso de los Diputados. Efe

Las semanas previas al congreso de Podemos están recordándonos mucho a esas series de televisión para adolescentes llenas de pequeñas traiciones, lloriqueos, cartas de amor, recriminaciones y reconciliaciones. Creo que no es tanto la violencia de las disputas lo que más nos llama la atención, como su tono personal, adolescente, lacrimógeno y emotivismo.

Porque, en realidad, es imposible encontrar un partido político relevante en el mundo -ni hoy ni nunca- que no esté atravesado por brutales luchas internas. No hay movimiento ni organización política con dirigentes carismáticos, con cargos en disputa, con corrientes intelectuales diversas que no pase por períodos de tensiones y enfrentamientos cruentos. Esto incluye a veces el uso de espías (partido demócrata en EEUU), de bulos en la prensa (partido republicano en EEUU) o incluso de amenazas y violencia física (peronismo y radicalismo en Argentina). Es parte del funcionamiento normal de la política profesional, donde están en juego sueldos y puestos de trabajo. A nadie le extraña: es un componente propio de esta categoría profesional.

¿Por qué en el caso de Podemos hay tanto lamento, tanto pedir perdón, tanta “vergüenza por el enfrentamiento entre compañeros” y tanto miedo a la desintegración del partido? Desde fuera da la sensación de que si no se lamentaran tanto, si se mostraran más bien orgullosos, la tensión política interna, una vez resuelta, podría jugarles a favor. Pero a pocas horas de su congreso, las emociones y las relaciones personales son las grandes protagonistas del espectáculo.

Adolescentes romanticones

Habrá explicaciones políticas más sutiles de estos comportamientos, pero quizás no sea irrelevante el hecho de que la mayoría de los militantes de Podemos crecieron en años de gran despolitización en España y consumiendo series de televisión romanticonas para adolescentes. ¿No es Al salir de clase un referente real para los dirigentes y las bases podemitas? ¿No son Pablo, Íñigo, Carolina, Tania, Irene, Rita, Rafa y Luis una pandilla de grandes amigos que se enamoran y se traicionan, que se quieren y se odian, y que no necesitan más que dos o tres capítulos (años) para sentir nostalgia o despecho?

Más allá de estas especulaciones más o menos extravagantes, lo cierto es que los protagonistas de esta telenovela política se justifican de hecho apelando a términos como pasión, amistad, perdón o vergüenza. Justifican o disculpan sus posicionamientos políticos con emociones o relaciones personales.

Emotivismo podemita

En uno de los mejores libros de historia de la ética que se hayan escrito, Tras la virtud, el filósofo escocés Alasdair McIntyre, denunció al “emotivismo” como el gran veneno de nuestra época. El emotivismo es la tendencia a creer que todos los juicios morales (y políticos) están basados en puras emociones o preferencias personales irracionales. Frente al fracaso del racionalismo moderno, que pretendía dirimir (o desarrollar) los conflictos por vía de argumentos refutables, el emotivismo moral termina reduciendo cualquier debate a puras emociones.

Las series televisivas románticas para adolescentes son uno de los muchos vehículos culturales de expansión del emotivismo. Los chicos de Al salir de clase se pelean y se reconcilian sobre todo porque tienen “un gran corazón” o porque “se quieren mogollón”, tía. También en Podemos se describen (y defienden) a sí mismos como “muy apasionados” e incluso como una “máquina de amor”.

Es posible que el tono crítico de este análisis esté equivocado y, en realidad, esta especie de psicopolítica podemita sea solo una puesta en escena, totalmente calculada: una operación más para hacerse protagonistas y dueños del escenario político actual. Si es así, junto a Gramsci, Lenin o Laclau, podrían reconocer como sus referentes a los casi anónimos guionistas de esas míticas series que tantas tardes emotivas les hicieron pasar en su larga adolescencia.