Todo era más sencillo al principio. Cuando la aspiración política era la supervivencia y con una minoría bastaba. Entonces, los referentes musicales eran sencillos, porque eran los suyos. Los que escuchaban en casa, Los chikos del maíz. Pero Podemos empezó a crecer y sus aspiraciones también. Los referentes culturales ya no servían para un proyecto que quería ser mayoritario para gobernar el país. ¿Cómo incluir sin excluir, cómo cambiar España sin cambiar? Este domingo se lo demandaron desde el público del paraninfo de la Facultad de Filología de la Universidad Complutense: “¿Cómo haremos que Podemos se parezca a nuestro país para que nuestro país se parezca a Podemos?”.

Las preguntas iban a parar a la mesa, donde el músico Nega (Los chikos del maíz) y el filósofo Germán Cano trataban de acordar para qué sirve la cultura en un aparato político. En el patio de butacas escuchaba Pablo Iglesias y su cohorte. El propio Nega reconoce que Los chikos del maíz no es suficiente, pero tampoco Vetusta Morla (usaron sus letras de La deriva en campaña): no hay que convencer a los convencidos y con cinco millones de votos no basta para gobernar.

Según crecen sus ambiciones políticas, muta su relato cultural. Piensan en una máquina de propaganda aliada con músicos como Coldplay o Bruce Springsteen. En su defecto, en España, Camela o Estopa, apunta Nega. Podemos quiere ser mainstream. “Podemos es más Coldplay, tiene un perfil demasiado concreto”, comenta el rapero.

Contra lo previsible

Por eso, asegura, debe aspirar a Springsteen, para ampliar el radio de acción y captación, para salir del nicho. “El boss gusta a todo el mundo. No venceremos cuando todos escuchen a Los chikos del maíz, sino cuando los que escuchan a Camela y Estopa se unan a nosotros. Nos tenemos que salir de los acordes marcados, porque siempre van a preferir el original a la copia”, explica Nega en alusión a la música pop, la de siempre, la que se hace con cuatro acordes. Pero también se refiere a los acordes previsibles de Podemos.

En las jornadas dedicadas a la cultura, en la Universidad de Podemos, ha quedado patente que el modelo cultural del partido ha quedado paralizado. Por un lado, en los Ayuntamientos donde gobierna no ha podido encajar su nuevo modelo técnico de políticas culturales en las estructuras de la administración. Por otro lado, las guerras culturales con la oposición por encajar el nuevo contenido en las ciudades han castigado y amedrentado la regeneración prometida en menos de un año.

En otra de las ponencias, Jazmín Beirak, parlamentaria en la Comunidad de Madrid, aclara que esas guerras culturales por el contenido y el símbolo han paralizado los debates por la reforma de las administraciones culturales. “Yo prefiero girar la tuerca más en lo material y técnico, que en lo simbólico. No era tan importante las tres reinas magas como cambiar la institución. El debate sobre la hegemonía y el contenido es importante, pero está tapando otros debates como el de las políticas culturales públicas”, dice Beirak.

Lo común en lo público

El ruido despista la esencia, que como dice la parlamentaria, no se han resuelto problemas en las instituciones como la transparencia, la rendición de cuentas, el retorno social, la concurrencia pública, el acceso a la cultura o la relación con el tejido social. Beirak aspira a estructuras más flexibles capaces de relacionarse de otra manera con “lo de afuera”, lo común, aunque sea conflictivo. “La cultura no existe si no hay conflicto”.

El Nega se refiere en su charla a este asunto: imponer una hegemonía a otra no es el objetivo, porque “la hegemonía es conservadurismo”. “Yo lo que quiero es intervenir la economía, no llenar conciertos”. Explica que la ansiedad por encontrar himnos y símbolos no es lo prioritario, que surgirá después pero no al tiempo que el proceso político. “A la cultura se le otorga una potencialidad de cambiar estados que no es así”, reconoce.

Germán Cano niega esa posibilidad: “¿Se puede cambiar la sociedad sin las fuerzas de la cultura? Creo que no”. ¿La solución? “Tenemos que parecernos un poco al mundo que queremos cambiar para cambiarlo”. El filósofo cuenta que el debate por buscar un grupo al que acercarse demuestra la incapacidad que tiene el partido para articular un discurso desde la estética. “Estamos utilizando la cultura como un arma, en lugar de utilizarla para articular una sensibilidad colectiva”, dice.

Cuestión de estética

“¿Debemos dejar de enseñar los dientes en la lucha? ¿Se puede construir apelando exclusivamente a la rabia? Yo creo que no. La cultura no puede adoctrinar, ni que le diga a la gente lo que tiene que hacer”, añadió Cano, quizá en referencia a las declaraciones en campaña de Íñigo Errejón, que pidió a los creadores una cultura a la medida del proyecto de Podemos.

Sobre las guerras culturales y la imposición de una nueva hegemonía cultural distinta a la del “régimen del 78”, el periodista Carlos Prieto explica que “ahora los gestos costumbristas son una victoria pírrica”, porque son muy fáciles de imitar por el adversario. “ Las derivas estéticas de las guerras culturales dan para poco, como herramienta de transformación social no sirve. Si el PP tiene que poner a un rastafari en el Congreso, lo va a poner”.

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