Después de ocho años sin tocar la herida, Salvados de Jordi Évole dedicó un programa al franquismo. A partir de los presos políticos que trabajaron como mano de obra gratuita para el régimen en las infraestructuras, el programa chocó con la Ley de Memoria Histórica en todos los testimonios que recogió, ningún historiador entre ellos. Como es habitual en los guiones de los reportajes de Salvados, un protagonista centra la narración a la que se suman otras derivadas. En este caso, la perla del capítulo ha sido Luis Ortiz, vasco de 99 años, esclavo del franquismo a los 19. Su memoria y lucidez desvelaron causas pendientes del Estado con aquellas víctimas y lecciones de los supervivientes para la ciudadanía.

Olvidar no es avanzar

Luis se queja en la entrevista con Évole del problema que ha sido para él que ninguna administración haya reparado los daños a los presos políticos. “He dormido siempre muy dolido. Pero ahora creo que lo vamos a conseguir”. Asegura que los gobiernos en democracia no se han atrevido a reparar el dolor por miedo a perder votos. “La gente dice que para qué recordar estas cosas. Es lamentable. Estos señores han puesto lo que les ha dado la gana en los libros de texto”, dijo y añadía que los archivos todavía guardan muchos secretos.

Así que, ¿para qué recordar? Esa es la tarea de la Historia y del historiador, limpiar el relato de secretos, imposturas, mentiras y delirios. "Para eso sirve la Historia: no descubre el sentido de la existencia, pero descubre quién hizo qué. Es una obra humana, no divina, por fortuna, y siempre expuesta a revisar". Esto es lo que apunta el historiador Enrique Moradiellos (Oviedo, 1961) en La historia contemporánea en sus documentos (RBA). “Es un componente integral de la noción de ciudadanía, porque asume su responsabilidad en los actos y la participación en la gestión pública”.

Todos tenemos nuestras opciones ideológicas, pero no hago de ellas una esclavitud

Siempre ha defendido la Historia como una tarea humana, interpretativa y limitada a las pruebas. De ahí que reconozca la labor subjetiva como parte de la construcción del proceso histórico. “No hay una verdad única, porque la verdad histórica es falible”. Bien por fallos en el análisis, bien porque aparecen nuevas pruebas que desmontan lo establecido. Un historiador está obligado a amortiguar las pasiones partidistas: “Todos tenemos nuestras opciones ideológicas, pero no hago de ellas una esclavitud”.

Recordar es reparar

Dice Luis Ortiz, el superviviente con el que se encuentra Jordi Évole, que “tenía miedo de morirme y que se olvidara”. Y lo dice en pasado, dando a entender que el bache del silencio se ha superado. ¿Por qué se decidió tapar la represión franquista? El sacrificio que se asumió por el retorno de la democracia fue la impunidad, el silencio y el olvido a cambio de poner fin a la dictadura. “Las consecuencias del pacto de silencio y de la amnistía de 1977 también afectan al ámbito de la historia y que, por lo tanto, lo que la política ha decidido borrar, la historia no lo puede tratar”, escribe el historiador Francisco Espinosa Maestre. Entre la posibilidad de consultar los documentos del Servicio Histórico Militar a comienzos de los años ochenta y la apertura a la investigación de la documentación judicial militar en 1997 pasan cerca de veinte años.

Las décadas transcurridas desde la muerte de Franco parecen tiempo suficiente para colocar donde corresponde la memoria de una violenta dictadura

Para vencer la oposición al golpe de Estado y borrar cualquier tipo de discrepancia, “en el haber de Franco hay que consignar, al menos, 130.727 ejecuciones, 500.000 presos -de los que miles fallecieron en prisión-, 300.000 depurados y otros tantos sometidos a la represión económica”. “Estos son datos objetivos que no admiten interpretación, pues han sido investigados por decenas de historiadores que los han identificado con nombres y apellidos”, escribe Santiago Vega, doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Complutense, en su libro La política del miedo. El papel de la represión en el franquismo (Crítica). “Las décadas transcurridas desde la muerte de Franco parecen tiempo suficiente para colocar donde corresponde la memoria de una violenta dictadura no suficientemente condenada”, añade.

Saber para ser libres

En el interior del bar en el que trascurre la entrevista, con la lumbre encendida, Luis Ortiz se muestra animado y con esperanzas de que la Guerra Civil pierda la opacidad de una vez por todas. “Vamos a conseguir que se sepa. A la gente relativamente joven le hablas de nuestra guerra y no tienen ni idea de lo que fue la Guerra Civil. Que lo sepan”. ¿Para qué? “Para que mejore la nación. No la nación, la humanidad, porque todo esto también se puede beber fuera de España”. Este periódico ya informó de las tareas pendientes en los planes educativos actuales.

Tenemos la obligación de ensañar y divulgar el largo y tortuoso proceso que nos ha traído la democracia, la tolerancia y la convivencia pacífica

Julián Casanova y Carlos Gil son dos de los historiadores que más se han empeñado en la divulgación de la Historia contemporánea entre las nuevas generaciones. Juntos firman la Historia de España en el siglo XX (Ariel), en el que señalan lo siguiente: “El conocimiento histórico debe salir del ámbito académico y llegar a un público más amplio, a una nueva generación de españoles que no tiene una experiencia de primera mano del siglo que hemos abandonado y que necesita comprender la complejidad de los fenómenos del pasado para abordar mejor los problemas del futuro. Los historiadores no somos anticuarios encerrados en los archivos, de espaldas al mundo en que vivimos. Tenemos la obligación de ensañar y divulgar el largo y tortuoso proceso que nos ha traído la democracia, la tolerancia y la convivencia pacífica. Una historia inacabada. Como dijo Azaña, en la plaza de toros de Madrid, en un discurso pronunciado en septiembre de 1930, “la libertad no hace felices a los hombres; sencillamente los hace hombres”.

La verdad no tiene intereses

Luis Ortiz se muestra muy crítico en la entrevista al valorar la aplicación de la Ley de Memoria Histórica. Dice que los gobernantes la tienen “en un cajón y no la sacan”, por miedo a perder votos. “Se oculta todo, eso se archivó. Y es necesario que la gente empiece a querer saber”, cuenta a Évole con dos vasos de agua entre medias. La Historia es el apoyo esencial en la aplicación correcta de la Ley de 2007 y una actuación urgente y sin andamiaje historiográfico incide en la grieta, como se ha podido ver en el Ayuntamiento de Madrid. Conocer el pasado no pronostica lo que ocurrirá, pero arma cautelas, vigilias contra las creencias y los intereses políticos.

La Historia no debería ser un arma arrojadiza de unos contra otros

En ese sentido, Roberto Fernández, catedrático de Historia Moderna y rector de la Universidad de Lleida, y último Premio Nacional de Historia por su libroCataluña y el absolutismo borbónico, explicaba a este periódico que la patria del historiador es la verdad. Para alcanzarla, el historiador debe mantenerse al margen de los intereses ajenos que pretenden malinterpretar y usar en beneficio propio los acontecimientos históricos. Para que el lector le pierda miedo a la Historia, los historiadores deben mostrar su credibilidad e independencia.

“Todos los ciudadanos tienen derecho a una verdad inalienable”, explica Fernández. Son los historiadores quienes reconstruyen los hechos y los que levantan los velos que ocultan la verdad. Por eso, el único interés de la Historia y los historiadores es estar al servicio de la ciudadanía y al margen de los intereses partidistas que la desvirtúan. “Deben servir para que el conocimiento objetivo del pasado una a los pueblos. “La Historia no debería ser un arma arrojadiza de unos contra otros”, defiende el historiador.

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