La evolución de la pandemia de COVID-19 en España en las últimas semanas nos tiene caminando por el filo de la navaja. Por un lado, es indudable que el nuevo coronavirus SARS-CoV-2 está de vuelta: hay 281 brotes activos que suponen más de 3.200 casos, lo que nos devuelve a cifras propias de mayo y previas al fin del estado de alarma. Por el otro, el perfil del contagiado ha cambiado: es más joven que en abril y en un 70% de los casos pasa la enfermedad de forma leve o asintomática, por lo que no incide en el estrés del sistema hospitalario y evita que repunte la mortalidad.

Estos son los datos a los que se aferra el Ministerio de Sanidad: según los informes sobre la Situación del Covid-19 en España que elabora periódicamente el Instituto de Salud Carlos III (ISCIII), únicamente el 8,5% de los casos -unos 2.100 pacientes- ha requerido hospitalización desde el 10 de mayo, y de ellos, solo el 0,6% (unos 160) ha necesitado ingresar en UCI. La mortalidad ha descendido al 0,8%, con la muerte de 217 personas. Pero a finales de abril, pasado el 'pico' de la pandemia, el 46,5% de los casos (unas 81.000 personas) requería hospitalización, con un 5,7% de ingresos UCI y una mortalidad del 7,8%, lo que se traducía en el coste de 15.873 vidas para entonces.

No hay evidencias de que la 'nueva situación epidemiológica', como la definió el director del CCAES, Fernando Simón, responda a un comportamiento diferente del virus. Tiene que ver con la mayor capacidad para realizar tests masivos de la que se ha dotado España y que permiten detectar los casos que no presentan síntomas pero son sospechosos de haberse contagiado. En el descenso de los ingresos en Cuidados Intensivos y en la mortalidad han influido también el avance en la investigación a toda velocidad de los fármacos y protocolos sanitarios para tratar el COVID-19, así como las medidas de distanciamiento, protección e higiene que benefician especialmente a los colectivos vulnerables

Sin embargo, el sistema para la desescalada está lejos de ser perfecto. Según el ISCIII, en España se localiza a una media de cuatro contactos por cada caso positivo, cuando en Corea del Sur, por ejemplo, se rastrean diez. Pero, además, la proporción varía enormemente según la Comunidad: Cataluña, foco de los rebrotes de Lleida y El Segriá, y Barcelona y L'Hospitalet, rastrea entre cero y dos contactos por caso; Madrid es la siguiente en la lista por la cola. Esto conduce a otro dato preocupante: potencialmente, la mitad de los diagnosticados no sabe quién le ha contagiado, o a quién puede haber transmitido el COVID-19.

El elevado porcentaje de asintomáticos en España está provocando por tanto una falsa sensación de seguridad: la enfermedad no será grave para ellos -algo relativo, ya que el COVID-19 puede dejar secuelas hasta en jóvenes sanos- pero este 50% que no refiere contactos positivos conocidos puede estar influyendo en una reactivación lenta pero segura de la pandemia. La capacidad de contagio de los asintomáticos sigue siendo una materia debatida: de considerarla en un primer momento "improbable", la Organización Mundial para la Salud (OMS) ha pasado a mantener en sus guías que es posible pero "aún no se sabe con qué frecuencia".

Otros estudios, sin embargo, señalan que la capacidad para contagiar de los asintomáticos sería equiparable a la de los enfermos más graves; y que llegarían a ser incluso responsables de la mitad de casos de COVID-19 propagados por el mundo. Una revisión de estudios publicada en junio en la revista Annals of Internal Medecine concluía que "las personas asintomáticas parecen dar cuenta de entre el 40% y el 45% de infecciones por SARS-CoV-2, y pueden transmitir el virus a otros durante un periodo extendido de tiempo, puede que durante más de 14 días".

El papel de los asintomáticos en los focos de contagio también ha sido observado en estos últimos meses. Un trabajo publicado en Nature a comienzos de mes y realizado con los habitantes del pueblo de Vo' en el Véneto, donde se detectó la primera muerte en Italia, halló un 42,5% de asintomáticos con una "carga viral indiferenciable" con respecto a quienes presentaban síntomas, por lo que su capacidad para contagiar era similar. En España, otro estudio publicado en Emerging Infectious Deseases establecía que la devastadora propagación del COVID-19 en los geriátricos había contado con un 76% de residentes y un 56% de trabajadores asintomáticos.

A estos datos se suman dificultades endiabladas, como que un asintómatico puede ser en realidad un presintomático, es decir, que terminará desarrollando por ejemplo tos. Las mascarillas pueden contener en gran medida este contagio, pero según el ISCIII, el ámbito más frecuente de exposición (25%) se da en el entorno del domicilio, donde no se mantienen medidas de protección. La franja de edad en la que aumentan los contagios es la más activa socialmente, de los 15 a los 59 años: es fácil imaginar cómo un contacto casual puede propagar inconscientemente el COVID-19 a otra persona que se lo llevará a casa, y de ahí, seguir expandiéndose bajo el radar.

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