Berlín

En la última viñeta del dúo cómico de dibujantes alemanes que está detrás de las tiras cómicas War and Peas se ve al robot trabajando a destajo con un soldador en el taller. Debe estar haciéndose unos genitales.

"Atracción" se llama la broma. Es una prueba de que tener sexo con robots no es nada radicalmente nuevo para los seres humanos. De hecho, la idea de tener máquinas como compañeros de cama lleva décadas instalada el imaginario colectivo. De ello dan cuenta infinidad de historias de la cultura popular. El sexo con robots, cuando llegue, pillará a pocos por sorpresa.

La autora alemana Sophie Wennerscheid, una crítica cultural que de un tiempo a esta parte se concentra en estudiar la sexualidad, el deseo y sus implicaciones éticas cuando se desafían tabúes, figura en la lista de personas que, desde ya, avisa sobre la importancia de la relación que guardan el sexo y los avances tecnológicos. "Los robots vienen..." se titula uno de los capítulos de su último libro, Sex Machina, un volumen que aparecía recientemente en la lista de bestsellers del mercado editorial alemán.

La escritora alemana Sophie Wennerscheid acaba de presentar 'Sex Machina'

Wennerscheid sitúa el origen del interés humano por los robots no muy lejos de la fascinación que ya sentía por su propia obra, en la mitología griega, Pigmalión. Este escultor se enamoró de su propia obra, que representaba la idea de la perfección en la mujer.

"En el arte, la literatura y en las películas se encuentra esa idea de personas que, a través de la tecnología, viven situaciones así, aunque ya no sea una estatua de marfil, sino muñecos o robots", dice a EL ESPAÑOL Wennerscheid.

Algún tipo de fascinación han de sentir los clientes del artista Matt McMullen, quien vende muñecas de gran realismo a las que se puede dar un uso sexual. La última innovación de McMullen es una cabeza dotada de inteligencia artificial que se instala en el cuerpo de sus muñecas de silicona con la que el usuario también puede relacionarse a cambio de varios miles de euros.

Los productos de McMullen están a años luz de ser como los míticos "replicantes". Así se llamaban los robots llevados al cine por el británico Ridley Scott en la célebre película Blade Runner, de 1982. Pero hace falta pasar por las muñecas de McMullen antes de llegar a algo parecido a los robots que Scott filmara después de que, en 1968, el estadounidense Philip K. Dick escribiera la novela de ciencia-ficción ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?.

"La investigación en robótica está avanzando", comenta Wennerscheid, consciente de la compleja relación que algunos humanos parecen dispuestos a querer mantener con máquinas. "Los robots mueven miedo y horror, por un lado, pero, por otro, pasión y fascinación. Porque sabemos cómo los humanos reaccionan pero no cómo lo hacen los robots no. Los robots siguen siendo mucho más extraños", añade.

"Nuevas posibilidades" sexuales

Muchos de esos sentimientos pueden verse en las representaciones que han dado a los robots series televisivas de contenido distópico como la producción británica Black Mirror. En el primer capítulo de la segunda temporada de esa serie, se ve a Martha –la protagonista–, mantener relaciones sexuales con un androide adquirido con apariencia idéntica a la de Ash, su novio fallecido en un accidente de coche.

Vivencias ficticias como la de Martha, las más reales proporcionadas por los robots de Matt McMullen o virtuales como las que facilita hoy día la empresa berlinesa me.mento 3D –que trabaja en proporcionar escapadas sexuales virtuales con actrices porno– son el material sobre el que discurre Wennerscheid en Sex Machina. Para ella, está claro que las máquinas y la tecnología ofrecen "nuevas posibilidades" a la sexualidad humana. 

Habrá quien vea el principio del fin de la sexualidad tal y como la conocemos debido a los cada vez más sofisticados usos sexuales de la tecnología. Pero Wennerscheid no se alarma. "Los robots representan nuevas posibilidades y esto no significa que la interacción humana de siempre vaya a desaparecer", dice la autora de Sex Machina. "La necesidad de comunicar entre personas, de hablarse, de conocer a otras personas, de tener sexo; eso no va a cambiar. Lo que ocurre es que ahora se añaden otras posibilidades a través de la tecnología", agrega.

El peligro de tener sexo con máquinas

Ahora bien, no es ajena Wennerscheid a la problemática que plantea el uso sexual de los robots. "Cuando consideramos a los robots objetos con los que podemos hacer lo que queramos y que siempre están a nuestro servicio dado que podemos programarlos sólo para determinadas tareas, tiene lugar una objetivación. Y cuando ésto lo aplicamos a personas, entonces ahí sí que hay problema", explica Wennerscheid. La existencia de este riesgo mueve campañas contra robots sexuales como la que lanzara en 2015 la británica Kathleen Richardson bajo el nombre de "Campaña Contra Robots Sexuales".

Richardson, profesora del departamento de Tecnología de la Universidad De Montfort de Leicester (Reino Unido) especializada en ética y cultura robótica, lleva años luchando contra la existencia de productos como los de Matt McMullen. En realidad, se insurge contra "cualquier cosa que haga del cuerpo humano un objeto comercial para la compra-venta", según ha explicado la propia Richardson a la revista estadounidense Forbes.

Wennerscheid concede que, en este tema, "el problema ético existe cuando la máquina es considerada únicamente una cosa que hace lo que queramos, porque esta lógica luego puede aplicarse a otras personas". A su entender, "el peligro está en que los hombres, que son los principales consumidores de estos objetos [como los robots de Matt McMullen, ndlr.] puedan tratar como objetos a las mujeres".

Su propuesta es que nos hagamos a la idea de pensar los robots de otro modo. "Habría que pensar horizontalmente estas cuestiones y no hacerlo de forma vertical, sin considerar a unos más importantes que los otros", señala la autora de Sex Machina. Por tanto, una relación sana con robots tiene como conditio sine qua non el atribuir a las máquinas la cualidad de iguales ante los hombres.

Si alcanzar esa igualación ese es el objetivo último de la "revolución sexual 2.0" que Wennerscheid dice que estamos viviendo gracias a la tecnología, parece que todavía queda para que el sexo con máquinas sea sano. Porque, de momento, sentir amor y atracción sexual hacia una máquina hace reír a la mayoría. A War and Peas les quedan muchas bromas por hacer sobre robots y sexo

[Más información: El robot que hace felaciones perfectas: científicos vieron 1.145 vídeos porno para crearlo]

Noticias relacionadas