La leche engorda, sube el colesterol, provoca alergia, sólo debe consumirse en la infancia e incluso provoca cáncer. Tales afirmaciones sin ninguna base científica y de dudosa procedencia, entre muchas otras, pululan por la red y contaminan una realidad muy diferente al tremendismo que se halla en internet y se comparte sin freno en las redes sociales. Pero, ¿qué hay de verdad en ello? 

Contra las mentiras de los falsos mitos, un camino: la información objetiva y contrastada y de fuentes fiables. La que se halla únicamente no en el azar, sino en estudios y análisis científicos y en el conocimiento de los procesos y tratamientos a los que se somete la leche que consumimos en casa.

Es lógico que, con las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías, aumente la preocupación por el origen de los alimentos que consumimos, pero el exceso de información hace que a veces sea complicado filtrar lo veraz de lo que no lo es. Y es entonces cuando se corre el riesgo de dar por válidos bulos que tergiversan la realidad o, directamente, la falsean.

Ante los bulos, la ciencia responde

Muchas de las preocupaciones generadas en torno al consumo de leche giran en torno a su presunto efecto pernicioso en la salud y en algún caso se ha generado un alarmismo y un descrédito infundado. El rigor de la ciencia ha querido responder a esas 'acusaciones' por medio de detallados informes destinados a tranquilizar y a disolver esa injusta mala imagen de la leche.

La mejor defensa es la propia composición del alimento. Según el informe 'La leche como vehículo de salud par la población', publicado por la Federación Española de la Nutrición (FEN) y la Fundación Iberoamericana de Nutrición (Finut), se trata de un alimento "de elevado valor nutritivo ya que contiene prácticamente todos los nutrientes en cantidades relativamente elevadas". "Es una excelente fuente de proteínas de elevado valor biológico", continúa, "y de otros nutrientes como calcio, magnesio, fósforo, zinc, yodo, selenio y de vitaminas del complejo B, así como vitaminas A y D".

"Muy bien", habrá quien piense, "la fórmula es muy completa pero, ¿es la misma leche que llega a nuestras casas?". La respuesta es sí, por mucho que circule la idea de que en las factorías 'pasan cosas' que transforman el producto en algo diferente y lejano a lo aconsejable. Nada más lejos de la realidad: en las centrales lecheras la intervención humana consiste, básicamente, en elevar su temperatura para higienizarla y favorecer su conservación y transporte o su procesado posterior.



Sociedad 'grasofóbica': el miedo a engordar

Y contiene grasa, mucha y perjudicial para el organismo. Esa es otra de las acusaciones. Y tampoco es cierta. Según el porcentaje, la leche puede entenderse como entera (en torno al 3,55% de grasa), semidesnatada (entre el 1,5% y el 1,8%) y desnatada (menor o igual al 0,5%). Pero más que la cantidad, es la calidad lo que importa, y en ese capítulo hay que desmentir lo del aumento del colesterol porque no existe ninguna evidencia científica de que eso sea así.

De hecho, en el documento 'Compendio de las dudas más frecuentes sobre productos lácteos recogidos en la consultas médicas' se responde en parte a esta cuestión relacionando la cantidad de grasa con el "mayor aporte de vitaminas liposolubles A, D, E y K". Además, se deja claro que "los ácidos grasos de la leche son menos peligrosos que otros en relación con el control de la colesteremia".

De la misma manera se censura el presunto excedente de azúcar. Sin embargo, su presencia en la leche se circunscribe a la que incluye en su estado natural y en forma de lactosa, que se metaboliza de manera distinta al azúcar común, generalmente procesada. E incluso las personas que tengan intolerancia a esta proteína pueden disfrutar de variedades de leche sin este componente y con el resto de cualidades nutricionales intactas.

El tema de la grasa y del azúcar concluye en otra preocupación infundada: el de que la leche engorda. Por su propia composición esto resulta complicado. Una de las cualidades de la leche más valoradas estriba en que su equilibrada densidad nutricional se produce con un aporte calórico limitado. Y si ni aún así se puede tranquilizar a la gente también existen las variedades semidesnatada y desnatada que reducen la cantidad de grasa aunque, de paso, también de nutrientes.



Bebidas vegetales: no es leche ni por dentro ni por fuera



La confusión en torno a estos conceptos ha provocado que haya quien opte por consumir bebidas vegetales como sustitutas de la leche. Como refresco está bien pero los expertos puntualizan dos cosas: la primera es que es erróneo denominar 'leche' a estas bebidas, más próximas al concepto de 'zumo' o extracto.

Y sobre todo, porque sea cual sea la base -soja, avena, almendra, arroz, etc.- su composición y aporte no es nutricionalmente equivalente a la leche de vaca y no debe considerarse nunca un sustitutivo de la misma.



La proteína de la leche es de mayor calidad pero donde existe mayor diferencia es el aporte de calcio, donde la leche es imbatible. Se trata de la mejor fuente de este elemento en cantidad y calidad en estado natural, como demuestran estudios continuados; además, su capacidad de absorción es muy superior. Es por ello que es una bebida recomendable a todas las edades, desde los primeros años en los que se está formando el cuerpo a la tercera edad, en la que apoyar el fortalecimiento de la estructura ósea.

No apta para mayores... ni para asiáticos

Ese es uno de los motivos que descartan otro de los falsos mitos en torno a la leche: el que dice que es un alimento que sólo debe consumirse en la niñez. Es cierto que no existe en el reino animal otra especie que la tome en edad adulta. Sin embargo, y aunque el calcio ya es suficiente motivo, el aporte del resto de componentes supone un excelente complemento a la dieta diaria que sólo juega en beneficio de la salud.

El consumo de leche más allá de la infancia le ha permitido al ser humano completar su dieta en momentos en los que la provisión continua de alimentos no estaba garantizada. El factor cultural, por supuesto, también ha influido en esto. Así, en occidente es más habitual el consumo de productos lácteos que en Asia, lo que explica en parte otro de los grandes mitos 'conspiranoicos' en torno a la leche: si en China o Japón no beben tanta leche y viven más años, ¿por qué debemos tomarla nosotros?

Y no, la leche no contiene antibióticos (está prohibido por ley), ni provoca asma, mucosidad, hinchazón de barriga. Tampoco eleva el riesgo de sufrir una enfermedad cardiovascular ni obviamente desencadena osteoporosis o cáncer. Todas estas cuestiones que recurrentemente surgen en redes sociales o artículos pseudocientíficos han sido estudiadas por la ciencia y la respuesta es clara y contundente en todos los casos: son falsos mitos que se combaten con sentido común e información.





'Ciencia y sentido común contra los falsos mitos sobre la leche' es un contenido elaborado con la colaboración del Instituto Puleva de Nutrición.

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