No hay un aperitivo más internacional que un puñado de patatas fritas; sencillo y sabroso. En España, por supuesto, tampoco nos libramos de esta afición tan deliciosa y, a la vez, tan peligrosa para mantener un peso corporal saludable. La Universidad de Harvard nos deja un triste dato sobre nuestro alimento favorito: las patatas fritas son el alimento más relacionado con la obesidad, más, incluso, que la bollería y las galletas.

Por esta razón, debemos dejar las patatas fritas para ocasiones especiales. Sin embargo, no es fácil porque están por todas partes como guarnición o aperitivo y, además, son muy baratas. En cualquier supermercado o tienda de alimentación podemos encontrar una bolsa repleta de patatas —y aire— por poco más de un euro. Aunque son vegetales, las patatas fritas no cuentan como una pieza de verdura, aunque, probablemente, ya lo sospechabas.

En realidad, da igual de qué manera cocinemos las patatas: la Universidad de Harvard no las considera como una verdura, en cuanto a sus nutrientes. Mientras que las verduras no suponen un problema para el azúcar en sangre y están repletas de minerales y vitaminas, las patatas tienden a subir nuestra glucosa y no contienen demasiados micronutrientes que, además, con la cocción suelen desaparecer.

Cuanto menos, mejor

Ahora bien, las patatas no tienen por qué desaparecer de nuestra dieta si las tomamos cocidas, asadas o al vapor y siendo conscientes que se asemejan a algunas fuentes de carbohidratos como el pan. Una patata cuenta con 88 kilocalorías por cada 100 gramos, pero el problema es que esta cantidad de energía se multiplica cuando las consumimos fritas y de bolsa: estas últimas pueden suponer más de 500 kilocalorías en la misma cantidad.

Por si fuera poco, las patatas fritas se pueden encontrar ahora en los supermercados con sabores poco convencionales: que si campesinas, que si vinagreta o, incluso, con sabor a huevo frito. Además de los problemas típicos que conllevan las patatas fritas de bolsa, estas están elaboradas con un gran número de ingredientes y, muchos de ellos, no son saludables. Es decir, son productos ultraprocesados.

¿Cómo se hacen estas patatas? Tal y como contaba Francisco Tinahones, presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (Seedo), es frecuente encontrar aditivos saborizantes, glutamato monosódico, excesos de azúcares y sales y, en un porcentaje bajo, el alimento cuyo sabor quieren emular. Por ejemplo, las patatas campesinas sí que llevan cebolla, pimentón, tomate, ajo y perejil; pero en una proporción baja y en polvo.

Sabor jamón

Sin embargo, no hay caso más llamativo que el que protagonizan las patatas con sabor a jamón e, incluso, cualquier snack con este reclamo. Estos productos no contienen nada que haya salido de un cerdo y, de hecho, son aptas para vegetarianos. Es decir, no llevan jamón, sino un "aroma a jamón" que se elabora con los ingredientes más insospechados porque ninguno es carne animal.

Sal, lactosa, glutamato monosódico, inosinato y guanilato disódicos, proteína de soja hidrolizada, preparaciones y sustancias aromatizantes, queso en polvo y aroma de humo son los ingredientes que forman este trampantojo de jamón. "El sabor a jamón se obtiene de lo que se ha llamado saborizantes. Los que se utilizan en la alimentación están regulados y no son perjudiciales, pero cualquier experto en Nutrición los desaconseja", explica Tinahones en este artículo de EL ESPAÑOL.

Si nos comemos una bolsa de patatas fritas —algo que, por desgracia, no es descabellado—, estaremos consumiendo más de 900 kilocalorías: es decir, algo más del 40% de las calorías que necesitamos en un día. "Las patatas fritas tienen un escaso efecto saciante porque tienen una cantidad pequeña de fibra. Además, cuando se toma como un snack, el consumidor no se centra en lo que come. La combinación de estas dos circunstancias provoca una ingesta compulsiva".

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