Existe una frase hecha, muy arraigada en la sociedad y que nos han repetido desde que somos prácticamente unos niños, que viene a decir que "hay que comer de todo". Se desconoce cuál es el origen de semejante afirmación, pero en los últimos tiempos, conforme se han ido desarrollando estudios científicos relacionados con la alimentación y la nutrición, esta sentencia ha ido perdiendo el sentido original que tenía. Una dieta variada, realizada incluso bajo la tan cacareada "moderación", no es sinónimo de dieta equilibrada, y mucho menos lo es de dieta sana

Los nutricionistas se han hartado de repetir que comer un poco de todo es un error. Así, saber cuáles son los alimentos que más perjudican nuestra salud, los que más engordan, y eliminarlos de nuestras comidas, es probablemente el primer paso para reconducir nuestros malos hábitos alimenticios. Pero, ¿cuáles son esos alimentos? Es más, ¿cuál es el alimento que más directamente se relaciona con la obesidad? Pese a que parece sencillo, la pregunta tiene su intríngulis. Es complicado realizar un estudio riguroso en el que poder observar en una amplia población sana cómo influye un determinado patrón alimentario en la ganancia de peso. 

Tal vez el más completo que se ha realizado hasta la fecha fue el que publicaron investigadores de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard en la revista The New England Journal of Medicine allá por 2011. El trabajo científico analizó durante más de dos décadas la influencia que tenían los hábitos alimenticios de más de de 120.000 hombres y mujeres sanos de Estados Unidos en su peso. Los científicos, entre los que se encontraban epidemiólogos tan prestigiosos como Walter Willet o Frank Hu, que aquellas personas que habían engordado de una forma más importante eran curiosamente las que consumían en mayor medida alimentos insanos relacionados con la obesidad.

De hecho, los propios autores establecieron un ránking en cuya cúspide aparecen las patatas fritas. Así lo explica el catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad de Navarra, Miguel Ángel Martínez-González, en su libro Salud a ciencia cierta. Consejos para una vida sana (Planeta, 2018): "Es difícil abrir una bolsa de patatas fritas y comerse solo cuatro, no digamos ya ser capaz de parar después de haber engullido una una. Nadie se come una. Y esas bolsas, para colmo, son cada vez más grandes. [...] Estos productos tienen mucha sal y están fritos con mucha grasa de baja calidad. Son lo peor. Almidón que rápidamente se transforma en azúcar, cargado de sal y de calorías extra".

Según cuenta Martínez-González en su libro, y según este trabajo científico, las patatas fritas se encontrarían "más relacionadas con la ganancia de peso que comer bollería, galletas y pasteles, que, según otras investigaciones, aportan la mayor parte de las calorías de la dieta estadounidense". En el otro extremo, entre los alimentos que menos engordan, se encuentran el agua, las frutas, el yogur, los frutos secos y las verduras. "Conviene tener a mano listas con los alimentos que adelgazan y con los que engordan. Los mensajes sencillos son una buena guía para moverse entre el bombardeo incesante de libros sin base científica sobre dietas, manuales detox, los trucos secretos para adelgazar de las estrellas que salen en las revistas y las informaciones de prensa sobre estudios que dicen una cosa y otros que afirman la contraria", escribe el epidemiólogo. 

Así, si echamos un vistazo a las etiquetas de unas patatas fritas Lays Gourmet podemos ver que 100 gramos aportan alrededor de 520 kilocalorías. Unas Rufles Jamón, por ejemplo, contienen 505 kilocalorías en 100 gramos, y unas Lays al punto de sal unas 509 kilocalorías. Del mismo modo, las patatas fritas que nos comemos con un menú grande del Mcdonalds tienen alrededor de 430 kilocalorías. Si le unimos las del refresco y las de la hamburguesa, el kétchup y la mostaza y el helado del postre, el resultado es un menú pantagruélico totalmente excesivo. 

Conviene señalar también que las patatas fritas, ya sean en su versión chips o en su versión french fries, si están excesivamente tostadas, pueden contener acrilamida, una sustancia cancerígena que aparece en los alimentos ricos en almidón y que conviene evitar en la medida de lo posible, tal y como ya advirtió la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (Aesan). Nuestra salud, al final, nos lo agradecerá.