En 2015, la Organización Mundial de la Salud (OMS) alertó de la relación entre el aumento del riesgo de sufrir cáncer de colon y el consumo de carne roja (como el vacuno, el porcino o el cordero) y, muy especialmente, de carne procesada (embutidos, salchichas y otras carnes envasadas). La carne roja, además, contiene una mayor concentración de grasas saturadas, vinculadas con una peor salud cardiovascular. Por estos motivos, el consumo recomendado desde entonces es de tres raciones de carne blanca y una de roja a la semana.

Hay otra serie de circunstancias que inclinan la balanza hacia un consumo moderado de carne, especialmente en edades tempranas. Unas sustancias proinflamatorias producidas durante el proceso de cocción, los conocidos como AGE (Advanced Glycation End Products o "productos de la glicación avanzada") se relacionarían con un aumento de la sibilancia, y de ahí, a un mayor riesgo de desarrollar asma.

Publicado en la revista Thorax por investigadores de la Escuela de Medicina del prestigioso hospital neoyorquino Mount Sinai, el estudio señala a la carne como uno de los indicadores alimentarios que puede tener implicaciones de salud pública y hospitalaria generalizadas con respecto a la prevención de las enfermedades inflamatorias de las vías aéreas, y especialmente del asma, cuya incidencia va en aumento.

Un AGE es en realidad una proteína o un lípido que pasa por el proceso de 'glicación' al verse expuestos a los azúcares reductores. Estos elementos encuentran en la 'comida basura' y los utraprocesados su vergel particular, ya sea en los productos con azúcares añadidos o precocinados para microondas, pero también en las carnes asadas o la parrilla.

Se conocía su implicación en el desarrollo y progresión de enfermedades de tipo oxidativo, tales como la diabetes, la aterosclerosis (en la que se forman placas en las paredes de las arterias) y determinados problemas neurológicos. Recientemente, investigadores de la Universidad de Nápoles 'Federico II' trazaron el origen de las alergias alimentarias, cada vez más frecuentes entre los niños, también hasta los AGE.

Los investigadores trabajaron con datos de 4.388 niños entre los 2 y los 17 años recogidos entre 2003 y 2006 en el marco de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (NHANES) de EEUU. Se trata de una iniciativa gubernamental de sanidad pública diseñada para evaluar el estatus nutricional y el estado de salud general de los adultos y los niños estadounidenses mediante entrevistas y exámenes físicos. 

Gracias a los datos de la encuesta NHANES, los autores del estudio pudieron evaluar las asociaciones entre los AGEs de origen alimentario y el consumo frecuente de carne, y en base a ello, la incidencia de síntomas respiratorios. Lo que pudieron observar fue que una mayor ingestión de AGEs se relacionaba de forma significativa con mayores probabilidades de padecer sibilancias, especialmente las que implicaban trastornos del sueño, dificultad para hacer deporte, y que implican la necesidad de fármacos. 

"Descubrimos que un mayor consumo de AGEs en la dieta, que se derivan principalmente de la ingesta de carnes, se asociaba con un riesgo mayor de sibilancias, sin importar la calidad general de la dieta o la existencia de un diagnóstico preexistente de asma", explica la Dra. Jing Gennie Wang, autora principal e investigadores del departamento de Medicina Pulmonar, Cuidados Críticos y Sueño en la Escuela de Medicina Icahn del Mount Sinai.

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