La cocina de gas, ya sea gas natural o más comúnmente butano, sigue siendo muy popular en España, con el permiso de las cocinas de inducción y vitrocerámicas. Muchos defienden el uso del gas por una mejor cocción alimentaria, y su uso es seguro. Sin embargo, en casos puntuales, podría no serlo tanto.

Actualmente la evidencia científica sugiere que cocinar con gas podría provocar empeoramiento del asma en niños, aunque no siempre: una campana extractora adecuada y una buena ventilación serían suficientes para paliar el riesgo.

El gas natural es muy fácil de usar, pero la quema del mismo produce subproductos que pueden no ser los más adecuados respecto a la salud humana, y tampoco a nivel medio ambiental. De hecho, el gas natural es un combustible fósil, y se sabe que contribuye al cambio climático.

La mayoría del gas es metano, con trazas de etano, nitrógeno y dióxido de carbono (CO2). Su proceso suele producir mayormente dióxido de carbono y agua, y algunas trazas de otros gases: por cada kilogramo de CO2 (1000 gramos), se liberan unos 34 gramos de monóxido de carbono, 79 gramos de óxido de nitrógen y unos 6 gramos de dióxido de azufre. También se libera formaldehído, aunque ningún estudio ha podido concretar qué cantidad.

Asimismo, la combustión del gas también libera micropartículas de hollín conocidas como PM2.5, por su tamaño inferior a 2.5 micrómetros de diámetro: cocinar con cocinas de gas produce hasta el doble de PM2.5 que el uso de estufas eléctricas. Aún con todos estos datos, el uso del gas es mucho más limpio que la quema de carbón, el cual llega a producir 125 veces más dióxido de azufre y 700 veces más niveles de PM2.5.

La relación entre el gas y el asma en la infancia

Sin embargo, y a pesar de la seguridad que acompaña al uso de gas natural, sobre todo si se compara con el carbón, algunos de sus subproductos pueden llegar a acumularse en un hogar común con el tiempo, produciendo perjuicios en la salud.

Un par de ejemplos al respecto serían el dióxido de nitrógeno y las partículas PM2.5, estando estas últimas particularmente asociadas a problemas respiratorios: se introducen profundamente en los pulmones, y son capaces de transportar toxinas liberadas en incendios forestales o gases del tupo de escape de los motores de diesel, haciendo que dichas toxinas lleguen al sistema respiratorio y torrente sanguíneo humanos.

No está claro, por otro lado, que las cocinas de gas sean el principal problema de salud en los hogares, dado que hay otras fuentes potenciales de contaminación. Los calentadores de gas, por ejemplo, generan emisiones similares a las cocinas; y hay otras fuentes potenciales de liberación de formaldehído, como los muebles, adhesivos y alfombras, que nada tienen que ver con la combusión del gas natural.

En adultos, la relación entre asma y gas natural es cuanto menos dudosa: un estudio basado en datos de la Tercera Encuesta Nacional de Salud y Nutrición de los EE.UU. no encontró ninguna asociación, y un revisión de 45 estudios epidemiológicos tampoco mostró un efecto consistente entre el uso de estas cocinas y los problemas respiratorios en los adultos.

En la infancia, sin embargo, sí hay algunas evidencias. Por un lado, un estudio llevado a cabo en los Países Bajos sí objetivó una correlación entre el uso de gas y mayor riesgo de asma en niños. En este caso se concluyó que habría hasta un 42% más de riesgo de sufrir asma en la infancia sl usar cocinas de gas, hasta un 24% de sufrir asma de por vida, y hasta un 32% más de riesgo de sufrir asma tanto en la infancia como de por vida.

En otro trabajo, en este caso llevado a cabo en Estados Unidos, el uso de las cocinas de gas habría aumentado la cantidad del dióxido de nitrógeno dentro de los hogares, aumentando así mismo la necesidad de usar inhaladores nocturnos por parte de los niños. Sin embargo, no se detectó un claro aumento de los síntomas del asma.

Por su parte, en Australia, dos estudios diferentes han relacionado el uso de la cocina de gas con el asma en la infancia. Por un lado, un trabajo del valle de Latrobe, donde se analizaron 80 hogares con niños de entre 7 y 14 años, sugirió que los niños cuyos hogares usaban cocinas de gas tenían hasta el doble de probabilidades de acabar siendo diagnosticados de asma. Aunque no se pudo demostrar una causa-efecto como tal, pero sí se sugirió que el dióxido de nitrógeno liberado por la quema de gas podría tener algo que ver.

Otro trabajo australiano de 2018 sugirió que hasta el 12,3% de los niños con asma expuestos a cocinas de gas habrían desarrollado su enfermedad respiratoria a raíz de la exposición a las mismas. Aunque, de nuevo, no se pudo discernir si el gas causó el asma o solo agravó sus síntomas.

Cómo reducir el riesgo

Actualmente reducir los riesgos secundarios al uso de gas, ya sea gas natural o bien gas butano, es más fácil que hace tan solo unas décadas.

La mayoría de las casas modernas están mejor aisladas, pero también poseen cocinas de gas con buenas campanas extractoras y una buena ventilación general, siempre y cuando se usen correctamente y de forma continuada cuando se cocina: es totalmente inútil disponer de una buena campana extractora si esta está apagada.

En el estudio australiano de 2018 también se estudio este factor, sugiriendo que el uso de campanas extractoras reduciría el riesgo de asma infantil del 12,3% al 3,4%. Pero, a su vez, este estudio también detectó que el 44% de las personas de Melbourne poseían campanas extractoras y no las usaban con regularidad.

En cualquier caso, o bien se usa la campana extractora, o bien se intenta adecuar la ventilación dentro de una cocina si no se dispone de dicha campana. En ambos casos mejorará el flujo de aire y se reducirían los riesgos, además de reducir la contaminación ambiental de los hogares en general.

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