Etiqueta el contenido en calorías de cada producto en los supermercados y los restaurantes sirve para que los consumidores adquieran menos alimentos y bebidas altamente calóricos. Sin embargo, este efecto beneficioso se va perdiendo con el tiempo y ayuda poco a evitar el sobrepeso a largo plazo, según un estudio sobre grandes cadenas que publica The BMJ.

Efectivamente, después de un cambio de hábitos inicial, los clientes fueron gradualmente recuperando su consumo de calorías semana a semana, hasta el punto de que, transcurrido un año, habían vuelto a comer casi tan mal como antes del etiquetado. "Esta medida puede no ser suficiente como para lograr avances continuados en la restricción calórica con la comida servida", apuntan los investigadores.

Poner por escrito el total de calorías de cada producto a la venta es obligatorio para las grandes cadenas de alimentación en EEUU desde mayo de 2018, como estrategia para poner freno a la obesidad. Exceder el límite recomendado de 2.000 kcal diarias para un adulto es el principal factor de sobrepeso en Occidente, por lo que la medida va enfocada a informar al consumidor para que haga elecciones saludables.

La medida está siendo objeto de atención por parte de los investigadores para dirimir hasta qué punto es efectiva: aunque muchos restaurantes ya la han adoptado voluntariamente, Reino Unido pretende que sea obligatoria, y otros estados europeos también debaten imponerla. El problema es que los estudios hasta el momento ofrecen resultados "inconcluyentes" e "incompletos".

Por ejemplo, uno de los beneficios del etiquetado sería colateral: un reciente estudio recomendaba elegir los restaurantes que aplican la medida frente a los que no, porque al tener que 'declarar' las calorías de cada plato, se esfuerzan en que sean más sanos que los de la competencia. Otro trabajo confirmaba que "chivar" qué comidas son las más calóricas no es la mejor manera de conseguir que la gente coma mejor: es mucho más efectivo ofrecer abundantes alternativas saludables.  

En el caso que nos ocupa, los investigadores se centraron en locales de una cadena del sur de EEUU, la zona que registra las tasas más elevadas de obesidad del país. Estos restaurantes se habían adelantado a la ley y ya detallaban las calorías en su carta desde 2017. Además, proporcionaban información semanal sobre sus ventas que los autores clasificaron en épocas de "pre-etiquetado" (de abril de 2015 a abril de 2017) y "post-etiquetado" (de abril de 2017 al mismo mes de 2018).

Así, recopilaron cerca de 50 millones de transacciones en un período de tres años. A continuación, procedieron a analizar los datos: calcularon el total de calorías por cada producto del menú y lo categorizaron en uno de cinco grupos: platos principales, acompañamientos y postres, bebidas azucaradas, bebidas edulcoradas bajas en calorías, y finalmente "condimentos".

Después de ajustar los resultados en base a la media y excluyendo factores estacionales y de festivos, el etiquetado de calorías se relacionó con un descenso de 60 kcal por transacción: un 4% del total calórico adquirido. Sin embargo, se fueron reincorporando semana a semana, por lo que, un año después, la restricción se había limitado a 23 kcal

Hay indicios además de que esta tendencia se producía con mayor rapidez en los consumidores con menor poder adquisitivo. Los autores, con todo, admiten limitaciones como su incapacidad para calcular las calorías adquiridas individualmente, las modificaciones a cada plato -como los condimentos añadidos- o qué cantidad del plato en sí se comía el cliente. Por otro lado, los datos a tres años fueron "robustos": sus conclusiones fueron consistentes tras varios análisis.

Pequeños cambios, grandes efectos

En un editorial que acompaña al artículo, investigadores de la Universidad de Oxford invitan a a fijarse en los importantes mensajes que se pueden extraer del estudio. Por ejemplo, que las calorías no son la única información nutricional, ni la más importante, que deberían detallar los productores de alimentos.

Así, que una compañía decida recortar el contenido calórico de sus productos puede estar enmascarando un aumento de otros ingredientes insanos, como el azúcar o la sal. Tampoco se debe menospreciar, avisan, que este etiquetado pueda aumentar involuntariamente las desigualdades de salud entre grupos socioeconómicos, como apuntaban los resultados.

Por otro lado, por "decepcionantes" que puedan ser la conclusiones, advierten que los pequeños cambios en el consumo de calorías pueden tener grandes efectos sobre la salud de la población. "Se requiere un enfoque múltiple por parte de los gobiernos, y los etiquetados nutricionales deben cumplir su papel", concluyen.  

[Más información: La gran mentira de la comida rápida: no se está volviendo más sana, sino peor]

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