Una tortuga con una pajita de plástico incrustada en sus fosas nasales es la protagonista de un vídeo que ya suma cerca de 40 millones de reproducciones en YouTube.

La grabación que la bióloga marina Christine Figgener subió a la plataforma en 2015 se hace insoportable a los pocos segundos de reproducción. La tortuga se retuerce de dolor mientras intentan extraerle el plástico. Un testimonio que ayudó a encender la cruzada social contra las pajitas de este material que se acumula en los océanos.  

Tras constatarse los graves daños causados a los ecosistemas marinos, las empresas de restauración se están poniendo las pilas para acabar con las tan criticadas pajitas de plástico. Un objeto cuyo tiempo de vida no pasa de unos minutos, que es complicado de reciclar, que puede tardar hasta 500 años en descomponerse y que a menudo acaba en vertederos o en playas. 

Aunque este producto solo sirve para beber más rápido, en España se consumen como si fuera un artículo de primera necesidad. Según cálculos de Greenpeace, cada español utiliza unas 110 pajitas al año, lo que supone un consumo total de 13 millones al día en todo el país. Pensar en el reciclaje como la solución es solo una ilusión de acuerdo con la tasa de reciclaje de envases plásticos. Un estudio de esta organización la sitúa en un escaso 25,4% en España. 

Pero las alternativas de papel que celebran cafeterías y restaurantes de comida rápida, aparentemente menos contaminantes y más fáciles de reciclar, no son tan sostenibles y están lejos de ser una solución real a la crisis de los residuos. Parecen más una fórmula para tranquilizar la conciencia del consumidor concienciado o para que las empresas cumplan con las nuevas normas antiplástico. Este problema lo ilustra muy bien el caso de McDonald's

Las nuevas pajitas de papel que la empresa estadounidense empezó a distribuir el pasado verano en Reino Unido, y que ahora han llegado a España, aún no son fáciles de reciclar y tienen que desecharse, por ahora, en el contenedor de la basura general. Según reconoció el gigante de las hamburguesas, aunque los materiales son reciclables, su grosor dificulta su procesamiento para el reciclado. Como el papel o el cartón no son buenos conductores del líquido, se optó por utilizar gran cantidad de celulosa para dar más consistencia al tubo, lo que también las hace menos biodegradables. La opción de hacerlas más finas no agradó a los clientes porque el cilindro era demasiado blando, se doblaba y la bebida acaba sabiendo a papel. 

Según apunta el Instituto de Productos Biodegradables de Estados Unidos, las pajitas de papel no siempre se degradan tan rápido como se esperaba, a pesar de haber sido recibidas como una opción mucho más ecológica que las de plástico. "Más de 60 millones de toneladas de materiales biodegradables (restos de comida, papel mojado y sucio— como pajitas de papel—, hojas y pasto)" se mandan a los vertederos del país donde se quedan como momificados, según apuntan desde su web

Cultura de usar y tirar

Aunque en su origen la pajita se fabricaba con materiales orgánicos, en la década de los setenta se pasó a los plásticos, como el polipropileno y el poliestireno, porque resultaba barato y efectivo para la industria. Pero si la vuelta al papel no es tan sostenible, ¿de qué sirve todo esto? En el caso de Europa, esta alternativa a base de celulosa trata de dar respuesta a la normativa que prohibirá a partir de 2021 la venta de envases de plásticos de un solo uso como pajitas, bastoncillos para los oídos o cubiertos, entre otros productos. 

Según un informe de la Comisión Europea, los cubiertos y las pajitas son el séptimo plástico de un solo uso más común entre la basura hallada en las playas europeas. 

Desde la ONG ecologista española Amigos de la Tierra España señalan que volver al papel significa perpetuar el uso de envases de usar y tirar que están llevando al planeta a una situación inviable. "El papel es una alternativa mejor que el plástico pero no es la solución, sino materiales duraderos que se puedan reutilizar constantemente sin que haya que desecharlos", explican a EL ESPAÑOL. Algo que debe extenderse a las bolsas y botellas de plástico, briks, latas de bebidas, removedores, cápsulas de café desechables, vasos y cubiertos de usar y tirar.

La producción de pajitas de papel desechables traslada el problema sobre los bosques y, además de conducir a su deforestación, sigue siendo un proceso muy contaminante. Además, como hemos visto, muchas pajitas de papel en el mercado ni siquiera son compostables o reciclables.

Las de metal o bambú podrían ser mejores para el medio ambiente, si se usan con la frecuencia suficiente. Pero los restaurantes alegan que había altas tasas de robo, lo que llevaría a tener que comprar material nuevo regularmente, lo que supondría un empleo considerable de energía. La opción de las pajitas comestibles llegan pisando fuerte, pero aún no está muy extendida. 

Como señalan en The Atlantic, de todo esto se desprende que no es fácil ser verde, al menos si se trata de serlo a base de comprar cosas. "Los productos comercializados como ecológicos a menudo no son tan ecológicos (...) reemplazar ciertas formas de consumo con otras formas marginalmente mejores no va a salvar al planeta", expone un artículo de opinión de la publicación estadounidense.

Por otro lado, aunque el uso de pajitas de papel pueda conducir al consumidor a la falsa sensación de que lo que están haciendo es suficiente, también puede servir de trampolín para cambiar otras prácticas. Un par de ejemplos: volar en avión solo cuando sea necesario o renunciar al coche.

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