Cualquiera que hubiese contemplado a Herbert Henry Woollard y Edward Arnold Carmichael en plena acción habría concluido al primer vistazo que aquellos dos hombres se entregaban a prácticas sadomasoquistas inusuales, sobre todo para una época más pacata que la actual. Pero cuando uno de aquellos dos médicos londinenses hechos y derechos le agarraba al otro un testículo para después cargar sobre él pesos crecientemente molestos, no lo hacía por perversa delectación, sino por la ciencia.

Continuando una larga tradición de autoexperimentación científica, Woollard y Carmichael tenían un buen modelo del que aprender. Ambos estaban interesados en los trabajos de Henry Head, neurólogo inglés que a comienzos del siglo XX había investigado sobre el dolor seccionándose los nervios de sus propios brazos para estudiar su regeneración.

Los protagonistas de la investigación.

Estudiando los mecanismos nerviosos responsables del dolor, Head había tratado de explicar el llamado dolor referido, un fenómeno que todavía hoy ocupa a los neurocientíficos. Consiste en el dolor que en ocasiones se siente en áreas del cuerpo alejadas de la víscera donde se produce el estímulo doloroso; un ejemplo clásico es el dolor en el brazo izquierdo durante un infarto de miocardio. Otro caso típico es el llamado dolor del miembro fantasma, el que las personas con amputaciones sienten en la extremidad que han perdido.

Estudiando las lesiones causadas en la piel por el herpes zóster, Head explicó el dolor referido mediante un circuito nervioso que vinculaba ciertas regiones y vísceras con un mismo segmento de la médula espinal. Pero la propuesta de Head no fue generalmente aceptada por otros científicos, por lo que Woollard y Carmichael decidieron poner a prueba otro sistema, para el que eligieron "una víscera adecuada" y "accesible a la investigación", según escribirían ambos en su estudio, publicado en 1933 en la revista Brain.

Tirar, aplastar, pellizcar y pinchar

Hasta el momento de aquella testicular decisión, las carreras de ambos facultativos habían discurrido por cauces normales y eminentes. Woollard, nacido en 1889, era australiano, médico militar desplazado a Europa durante la Primera Guerra Mundial, herido en combate y condecorado. Al término de la contienda se estableció en Londres, donde se especializó en anatomía y forjó una brillante carrera en el University College London y otras instituciones británicas, con estancias en EEUU y en su país natal.

Por su parte, Carmichael, nacido en Edimburgo en 1896, heredó la profesión médica de su padre, pero al igual que su colega dejó su país para servir en la guerra, tras la cual se especializó en neurología en Londres. Ambos científicos llegaron a alcanzar altas cotas profesionales y a obtener honores y reconocimientos, lo que les mereció obituarios en prestigiosas revistas científicas, a la muerte de Woollard en 1939 y a la de Carmichael en 1978.

Sin embargo, ninguna de estas reseñas biográficas póstumas mencionaba la colaboración entre ambos, ni explicaba cómo se conocieron o durante cuánto tiempo trabajaron juntos. Y, por supuesto, ni mucho menos nos revela cuándo, de qué modo ni en qué circunstancias uno de ellos le propuso al otro algo en estos o parecidos términos: ¿y qué tal si nos aplastamos los testículos...?

Pero lo hicieron, del modo que explicaron en su estudio: uno de ellos se tumbaba con las piernas abiertas, y entonces... "Se tiraba del testículo hacia la bolsa escrotal y se sostenía sobre los dedos colocados bajo él", detallaban Woollard y Carmichael. "Sobre el testículo se posaba un plato de balanza, y los pesos colocados sobre él comprimían el testículo y el epidídimo entre los dedos y el plato. Sobre el plato se colocaban pesos conocidos y se dejaban allí hasta que el sujeto describía qué sensaciones experimentaba y dónde las sentía".

Con este esquema, los dos científicos llevaron a cabo toda una serie de experimentos, en ambos testículos y con una gama de pesos desde 50 gramos hasta un kilo y medio. Pero dado que el objetivo del estudio era indagar en el dolor referido, el procedimiento incluía el bloqueo alternativo de los nervios inyectando el anestésico novocaína en los testículos y el pene para comprobar así cuál era la sensación, tanto en los órganos apisonados como en otras regiones del cuerpo. Para comprobar la sensibilidad en los testículos tras la administración de la anestesia, los investigadores aplicaban además pellizcos y pinchazos con alfileres.

Flema británica

Y tras todo ello, los resultados: las sensaciones registradas por los investigadores variaban desde el "ninguna sensación" para los pesos más livianos, pasando por la "seria molestia", hasta el "fuerte dolor" en el testículo o en la ingle, dependiendo no sólo del nervio concreto anestesiado, sino incluso si se trataba de la gónada derecha o la izquierda: "esto es bastante diferente del caso del izquierdo", fue la escueta declaración del sujeto durante una compresión de su testículo derecho con un peso de 825 gramos. Todo ello descrito en términos asépticos, y sin que al menos el estudio revele ninguna salida de tono de la tradicional flema británica con algún juramento o blasfemia.

Como conclusión, el estudio de Woollard y Carmichael confirmaba la hipótesis de Head, en el sentido de que los dolores referidos aparecían en regiones vinculadas al mismo segmento de la médula espinal que los nervios implicados en la transmisión de la sensación testicular. Pero curiosamente, de los experimentos de los dos científicos se deriva una última observación, y es que incluso anestesiando nervios es realmente difícil anular por completo el dolor provocado por un prensado de los testículos.

En resumen, podríamos decir que este estudio, injustamente omitido en los obituarios de sus autores, hace a Woollard y Carmichael merecedores de un reconocimiento extra por sus sacrificios en pro de la ciencia. Pero en realidad, sería más justo decir que hace merecedor sólo a uno de los dos; en su trabajo, escribían: "Se decidió que uno de nosotros actuaría como sujeto y el otro como observador". El problema es que no sabemos, y tal vez nunca lleguemos a saber, quién fue el torturador y quién el torturado. Este fue un secreto que ambos se llevaron a la tumba, con un par.

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