Noviembre de 2015 quedará tallado en el imaginario de los franceses como el mes en el que el horror invadió París durante una noche fatídica e interminable. Ciento treinta personas perdieron la vida durante los atentados que golpearon la capital en distintos sitios aquel viernes 13. Algunas de las personas que lograron salir con vida de las garras del terrorismo islamista se han volcado durante los últimos meses en la primera fase de un estudio científico sin precedentes, impulsado por el CNRS (Centro Nacional de Investigación Científica) y por el Inserm (Instituto Nacional de la Salud y de la Investigación Médica), en el que se ya trabajan 150 científicos.

El programa 13 de noviembre está dividido en varios estudios y tiene por objetivo investigar la construcción de la memoria tras los atentados de París, la evolución del recuerdo a propósito de los acontecimientos y el modo en que memoria individual y colectiva tienden a retroalimentarse con el paso del tiempo. Para ello, este proyecto contará con el relato de 1.000 personas, a las que neurocientíficos, historiadores o sociólogos escucharán en cuatro ocasiones a lo largo de diez años: en 2016, 2018, 2021 y por último, 2026.

El estudio 1.000

¿Variarán sus relatos con el paso del tiempo? ¿Cómo recordarán dentro de diez años lo ocurrido aquella noche los supervivientes de la sala Bataclan? ¿Existen marcadores cerebrales específicos capaces de predecir qué personas desarrollarán un estado de estrés post-traumático y cuáles no?

Por primera vez a nivel mundial, un cuestionario común ideado por sociólogos, psicopatólogos, neurocientíficos, historiadores y psicólogos ha guiado las más de 900 entrevistas recogidas hasta ahora en la primera fase de este estudio. El carácter multidisciplinario del mismo permitirá la explotación de los resultados por cada una de estas especialidades a lo largo de los próximos años.

"Hemos decidido dividir a esas personas en cuatro círculos diferentes", explica a EL ESPAÑOL Daniel da Rocha, jefe del proyecto 13 de noviembre. "En el primer círculo encontramos a quienes se hallaban en el corazón de la acción, esto es, víctimas, personal que intervino en aquellos lugares o quienes fueron testigos directos de lo ocurrido. Paradójicamente, han sido los que más han participado en el estudio", continúa. En los círculos dos, tres y cuatro se encuentran respectivamente los vecinos de los barrios tocados por los ataques, los habitantes de otros distritos de París y por último los ciudadanos que viven en puntos del país (Caen al oeste, Metz al este y Montpellier, al sur).

"Los testimonios del grupo cuatro van a servir de testigos de la memoria. Son personas que han vivido los atentados a través de los medios de comunicación y de las redes sociales, pero que geográficamente están alejadas del drama. Su vínculo a la memoria del 13 de noviembre es complementario", añade De Rocha.

Realizar este estudio durante diez años permite, además hacer una confrontación de los discursos. El objetivo no es otro que comprender la dinámica de la memoria colectiva e individual a lo largo del tiempo, de qué forma se construyen y cómo se retroalimentan entre ellas. "¿Hay una influencia directa de los medios de comunicación en las memorias individuales? Hoy mismo ya vemos cómo algunos ataques, como el de Bataclan, están mucho más presentes que otros en los medios", cuenta Da Rocha. "¿Significa esto que dentro de unos años no se recordará el ataque en el bar del Boulevard Voltaire, mediáticamente minimizado? ¿Algunos atentados de aquella noche están abocados al olvido?"

Dejar hablar a la emoción

El estudio 1.000, íntegramente grabado en vídeo, está compuesto de dos fases. Durante la primera, el voluntario se encuentra frente a su propia experiencia, y los sociólogos, antropólogos e historiadores allí presentes no imponen patrón ni límite a su relato. Según Da Rocha, este espacio para la palabra en manos de profesionales ha dado lugar a testimonios de dos horas para algunos de los participantes. En otros casos, se han alargado hasta siete horas. "Estos vídeos son explotables hoy, pero serán explotables también dentro de veinte o treinta años por científicos de disciplinas muy diversas. La base de datos es muy vasta y no caduca, puede dar lugar a futuros estudios sobre el comportamiento, los gestos… Por citar dos ejemplos".

Dos personas durante el entierro civil por las víctimas de París. Mstyslav Chernov Wikimedia

La segunda parte del estudio 1.000 se ciñe al cuestionario anteriormente nombrado, que seguirá siendo el mismo en la última fase del experimento, en el año 2026. Las preguntas, secretas hasta hoy para evitar que los participantes lleguen con una respuesta predispuesta, están pensadas para recibir un sí o un no. O en otros casos, respuestas rápidas.

"Aunque todavía es pronto para hablar de resultados, hoy sabemos que las historias son muy diferentes, incluso entre personas que estaban en el Bataclan aquella noche. Cada relato es complementario al anterior, y no podemos olvidar que en este caso son además memorias postraumáticas, lo cual nos lleva a escuchar dos relatos diferentes, incluso en lo que a espacio-tiempo se refiere, tratándose de personas que abordan una misma situación", explica el científico. "Estas diferencias y ese estado de estrés nos van a permitir esclarecer si hay grandes diferencias entre los individuos que recuerdan aquello de forma tan distinta".

Para llevar a cabo el segundo programa, Remember, los científicos han elegido a 183 voluntarios que ya habían prestado su testimonio en el primer estudio. Algunos de éstos sufren estrés post-traumático, otros no. Más de la mitad forman parte del bloque de afectados directamente por los ataques, mientras que el resto (alrededor de 60 personas) provienen de Caen.

Remember

Los métodos utilizados en este segundo bloque no son los mismos que los descritos en el estudio 1.000, puesto que Remember ha sido concebido desde un prisma puramente médico. Gracias a varias entrevistas y a estudios de resonancia magnética cerebral, a los que los protagonistas se someten al tiempo que graban las entrevistas, los investigadores buscan comprender el verdadero impacto del shock postraumático en la memoria. Más concretamente, se trata de trazar la correlación entre este shock y el resurgimiento incontrolable de pensamientos invasivos. Pero los neurocientíficos tienen una esperanza con este segundo estudio, la de identificar durante los próximos años los marcadores cerebrales que se asocian al trauma.

"Los voluntarios de Remember se exponen a varios exámenes", cuenta a EL ESPAÑOL Francis Eustache, director de Neuropsicología y Neuroanatomía Funcional de la Memoria Humana y codirector del programa 13 de noviembre. Ya han explorado a 183 personas a través de resonancia magnética por imágenes (MRI) y diversos exámenes psicopatológicos y neuropsicológicos. "Se trata de comprender los mecanismos que entran en juego en el estrés postraumático", explica Eustache. "Es decir, vamos a considerar que el síntoma de este trastorno son las intrusiones que se imponen en la memoria del sujeto".

Una mujer deja un recuerdo a las víctimas del atentado. Chesnot Getty

Estas intrusiones se traducen en forma de imágenes y pensamientos, así como de elementos sensoriales de diversa naturaleza. Un ejemplo sería el ruido de una sirena, o un fotograma de lo vivido aquella noche en primera persona o, en el caso de los voluntarios del sur de Francia, a través de la televisión. "No es la escena como tal la que se impone en el cerebro de un testigo que sufre de estrés postraumático, sino un elemento de la escena que se impone y que desencadena reacciones emocionales y afectivas, cambios de humor o sobresaltos: la persona que lo sufre tiene la impresión de volver a vivir ese mismo momento", explica Eustache. "De hecho, ellos mismos van a identificar rápidamente cuáles son los índices que activan estas imágenes y van a organizar su vida en función de ellos, para evitar entrar en contacto con este tipo de imágenes que reaparecen en su cerebro". Si la escena traumática ocurrió en un lugar cerrado, esta persona evitará frecuentar este tipo de sitios, como medios de transporte, por ejemplo.

Las pruebas de MRI buscan medir la anatomía de cada uno de estos cerebros y más concretamente regiones como el hipocampo, encargada de almacenar los recuerdos. Este área del cerebro forma, además parte del circuito límbico, un sistema de señales nerviosas encargadas de generar emociones. El MRI, cuenta el codirector del programa, también estudiará la amígdala cerebral de estos sujetos, es decir, el núcleo de neuronas en el que residen nuestras emociones básicas, también responsable de los recuerdos traumáticos. "Vigilando de cerca todos estos datos, vamos a analizar dos redes diferentes. En la primera, veremos cómo aparecen las intrusiones en el cerebro del testigo, mientras que la segunda está pensada para que éste sea capaz de oponerse a estas intrusiones", explica, especificando que las intrusiones no son, en ningún caso, imágenes ligadas a los atentados de París.

El poder de la intrusión

"Queremos estudiar la capacidad de las personas para inhibir las instrusiones, y para ello ya estamos utilizando el paradigma conocido como think no think", o en español, pensar no pensar. Antes de someterlos a las pruebas de RMI, el voluntario deberá memorizar parejas de conceptos durante una hora. "Por ejemplo, barco-casa. Barco estará escrito, y al lado aparecerá la imagen de una casa, y la persona va a memorizarlo hasta que se convierta en un automatismo que al leer a la palabra barco le venga a la mente el dibujo de una casa", explica. "Cuando ya hemos medido el nivel de automatización de estas parejas de conceptos, el sujeto entra en el aparato del MRI. Ahí es cuando vamos a dejar que actúen las fuerzas antagonistas. Vamos a mostrarle únicamente la palabra, en color rojo o en color verde. Si le mostramos la palabra barco escrita en verde, vamos a ver su reacción cerebral, el modo en que el circuito de las intrusiones se activa para que aparezca el dibujo de la casa en su cerebro. En cambio, cuando le damos la palabra barco escrita en color rojo, el cerebro debería ser capaz de inhibir las imágenes. Y ahí es cuando veremos si la intrusión se impone al sujeto, o el sujeto logra inhibir esa imagen".

El estudio Remember parte de una premisa: el estrés postraumático genera una distorsión de la memoria que repercute directamente en la vida del afectado y que se halla en el seno de la sintomatología de este trastorno. Pero para entender qué personas serán más propensas que otras a sufrirlo, es necesario complementar los escáneres cerebrales con otras pruebas de carácter psicopatológico. "Proponemos un examen psiquiátrico codificado para comprender la semiología y los trastornos de la persona, pero también para tocar sus antecedentes, su memoria, su historia socio-medica… es decir, su anamnesis", explica Eustache. "Nos interesa saber cuál es el entorno de la persona, si le hace sentirse seguro, si se siente acogido por su familia, si ésta le aporta afecto, si tiene un grupo de amigos, compañeros de trabajo y cuál es su relación con ellos… también nos interesa saber cómo percibe esta persona la actitud del país sobre estos atentados: conmemoraciones, aniversarios…"

A estos exámenes psicopatológicos se añaden los tests neuropsicológicos, es decir, pruebas de memoria, de atención y de control mental. "Esta fase está pensada para tocar directamente el control del comportamiento, para medir con baremos la capacidad que tienen cada una de estas personas para inhibir ciertos pensamientos".

El cruce de datos de estos cuatro exámenes creará además una base de información biomédica que podrá a su vez cruzarse con las entrevistas grabadas durante el primer estudio del programa 13 de noviembre, el ya mencionado 1.000. Es lo que los científicos involucrados en este ambicioso experimento resumen como "el reto sin precedentes de transformar las emociones en datos".

Tanto 1.000 como Remember se inscriben en un cuadro de estudio todavía más amplio, que incluye los estudios de epidemiología que pretenden investigar sobre futuros tratamientos a estos traumatismos, o los relativos a los medios de comunicación, que buscan cuantificar la cobertura de los atentados para determinar su influencia en el recuerdo de los mismos.

En busca de la memoria colectiva

El Centro de Búsqueda para el Estudio y la Observación de las Condiciones de Vida (CREDOC) ha realizado paralelamente un sondeo de diez preguntas a las que respondieron 2.000 ciudadanos franceses en junio de 2016 y que servirán a los científicos para estudiar la evolución de la memoria colectiva de los acontecimientos. Los resultados del primer sondeo vieron la luz a principios de diciembre. Por ejemplo, a la pregunta ¿Cuáles son para usted las consecuencias de los atentados del 13 de noviembre?, el 57% de los interrogados respondieron: "El miedo". De hecho, paradójicamente, el estudio revela que esta respuesta se dio en mayor medida en zonas alejadas del lugar del atentado, como las provincias francesas, y de forma más minoritaria en París y alrededores.

Para Francis Eustache, el contexto va a jugar un papel clave en la evolución de los discursos individuales, y como consecuencia, en la creación de una memoria colectiva. El científico cita como ejemplo el atentado de Niza, una intrusión que influyó en los relatos de los participantes del programa 13 de noviembre. "Todavía no lo hemos cuantificado, pero podemos decir que fuimos testigos de una transformación de las entrevistas", dice el investigador. "Ese fenómeno externo consiguió influir en el estrés postraumático de algunas personas". Será imposible determinar el número de intrusiones ligadas a actos terroristas a los que se enfrentarán las memorias individuales de estos mil participantes en los diez años que durará el estudio.

Los resultados de la primera fase, la relativa a 2016, verán la luz durante el próximo año y los participantes repetirán el experimento en su segunda etapa, con una metodología idéntica, en 2018.

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