Publicada

Las claves

“Vivo en Nueva York. Estudié mi carrera en Londres y, buscando trabajo, acabé instalándome aquí”. Así comienza el testimonio de una joven neurocientífica gallega en una entrevista difundida en la cuenta de TikTok del divulgador Julio Pazos, donde explica cómo es vivir y trabajar en uno de los epicentros mundiales de la investigación biomédica.

Su trayectoria ilustra la realidad de muchos científicos españoles que han buscado fuera del país las oportunidades que la investigación nacional no siempre ofrece.

Desde su laboratorio en la Gran Manzana, trabaja en una fundación dedicada a “buscar terapias para el Alzheimer, esclerosis múltiple utilizando células madre”. Una línea de trabajo puntera, con gran proyección médica y alto nivel de exigencia técnica.

El vídeo, que ha alcanzado miles de visualizaciones, destaca por la claridad con la que la investigadora habla de un tema poco habitual en el ámbito científico: los sueldos.

Sin dramatismos ni triunfalismo, pone cifras concretas a la vida de un investigador en una de las ciudades más caras del mundo, ofreciendo una perspectiva poco conocida de la ciencia cotidiana.

Antes de doctorarse, explica, su salario “rondaba entre 70.000 y 80.000 dólares al año”. Esa cantidad, que puede parecer elevada, se considera normal en Estados Unidos para perfiles altamente cualificados en instituciones biomédicas.

Tras completar el doctorado, la cifra crece de forma notable: “Si trabajas en Estados Unidos, mucho más, en Europa menos, pero en Estados Unidos como entre 100.000 o 120.000”.

La comparación con Europa es inevitable en su relato. “En Europa los sueldos son más bajos”, comenta, una frase que resume la diferencia estructural entre ambos sistemas científicos.

En Estados Unidos, el acceso a la financiación privada y la valoración del talento permiten sueldos más altos, aunque acompañados de un coste de vida proporcionalmente mayor.

La neurocientífica describe con realismo esa otra cara del éxito. “Para vivir bien en Nueva York no hay realmente un límite. Cuanto más tengas, mejor, porque es carísimo”.

De hecho, añade que “de alquiler pago 2.000 dólares al mes”. Aun así, considera que con un salario de entre 70.000 y 80.000 dólares “vives bien, te permites buena vida, pero es un salario como normal”.

Una constante salida de científicos españoles

Su testimonio pone rostro a un fenómeno creciente: el talento científico español que emigra para continuar su carrera en mejores condiciones. En los últimos años, la falta de estabilidad y la escasa inversión en I+D han impulsado a miles de investigadores a buscar oportunidades fuera, especialmente en países como Alemania, Reino Unido o Estados Unidos.

Los datos oficiales del Ministerio de Ciencia confirman que España destina alrededor del 1,4 % del PIB a investigación, muy por debajo de la media europea.

Esa brecha repercute en la contratación y en las condiciones salariales: un investigador predoctoral en España suele percibir entre 20.000 y 25.000 euros brutos anuales, mientras que en Estados Unidos los salarios de partida triplican esa cifra.

El contraste se amplía en las fases posteriores. En España, un investigador posdoctoral raramente supera los 40.000 euros anuales, mientras que en Estados Unidos los sueldos para ese mismo perfil oscilan entre 90.000 y 120.000 dólares. A ello se suma la diferencia en la estabilidad de los contratos y en los recursos disponibles para la investigación.

La neurocientífica gallega no presenta su caso como una historia de éxito individual, sino como un reflejo de un sistema que valora la ciencia de forma desigual.

Su trabajo, centrado en el uso de células madre para combatir enfermedades neurodegenerativas, combina investigación básica y aplicación clínica. Un reto, en definitiva, que exige preparación, financiación y, sobre todo, dedicación a largo plazo.