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El autismo ha sido noticia recientemente por dos motivos: el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, lo ha vinculado al paracetamol pese a que la evidencia dice lo contrario; mientras que un estudio ha reforzado la idea de que no se trata de un único trastorno.

El neurocientífico español Óscar Marín, que dirige el Centro de Trastornos del Neurodesarrollo en el King’s College de Londres, prefiere prestarle más atención al segundo que al primero: “No merece la pena discutir las aseveraciones porque no tienen ninguna base científica”, dice en su conversación con EL ESPAÑOL.

Este investigador pionero en el estudio del autismo hace justo lo contrario que Trump. De ahí que no incluya el uso de las pantallas entre los factores ambientales de este trastorno del neurodesarrollo porque no hay trabajos que lo demuestren "de forma convincente".

Tampoco existen acerca de cómo pueden influir en la formación de circuitos neuronales. Pero no tiene “ninguna duda” de que afectan al desarrollo del cerebro si se utilizan durante los primeros años de vida porque todo lo que hacemos en este periodo lo modula.

El escritor Antonio Muñóz Molina dijo recientemente que con la depresión, a diferencia de lo que puede suceder con un cáncer de colon, tienes un sentimiento de culpa. ¿Tiene la sensación de que con el autismo sucede lo mismo?

Creo que sucede con todas las enfermedades que afectan al cerebro, que no hemos sido capaces de transformarlas conceptualmente en algo más parecido a lo que ocurre cuando sufrimos un cáncer o una cardiopatía.

Lo entendemos como algo que afecta a nuestra alma y, por tanto, nos cuesta mucho más trabajo racionalizarlo. Como nuestro cerebro nos ayuda a racionalizar todos estos problemas, también nos puede generar esa sensación de culpabilidad.

Pero no hay culpa en nada de lo que afecta al cerebro, son procesos orgánicos que afectan nuestra forma de comportarnos. La depresión es una enfermedad terrible, muy complicada de la que sabemos muy poco y que afecta al núcleo de nuestro comportamiento. No hay que tenerlo como algo de lo que somos responsables, sino como un problema de nuestro cerebro.

¿Cree que algún día se llegará a equiparar a la concepción que tenemos de otras enfermedades?

Cuando hablamos de autismo es una palabra cargada de complejidad. Hablamos de un espectro muy global, que va desde el grado más profundo, con niños que tienen muchísimos problemas y, en el otro extremo, personas con una educación intelectual que en algunos casos puede ser incluso mayor.

Esta última etiqueta no tiene, ni mucho menos, un condicionante negativo, sino que más bien es casi la forma de ser de una de una determinada persona. Por eso no podemos extender ese concepto de ser una persona autista y que eso signifique que tenga unas capacidades mermadas.

Pero en nuestras diferentes formas de ser en nuestra diversidad sí podemos encontrar aspectos positivos. Creo que eso es lo que lo distingue seguramente de enfermedades como, por ejemplo, el cáncer en la que hay pocas personas que puedan encontrar un aspecto positivo.

¿Deberíamos dejar de considerarlo un único trastorno?

Sí. Desde ningún punto de vista se puede entender como una única condición. Es un conjunto muy amplio de un síndrome que confluyen en trastornos del neurodesarrollo. En la clínica no podemos abordarlo cada uno de una forma completamente individualizada.

Seguramente en años la medicina llegue a tener la capacidad de personalizar la medicina de una forma mucho más precisa de lo que hacemos ahora. Pero desde el punto de vista biológico, es muy probable que sean muchos tipos de problemas diferentes.

El éxito de estas enfermedades requiere ir al detalle, entender en qué momento el desarrollo se produce y cuáles son esos problemas del desarrollo que van a converger. Eso nos puede ayudar mucho a mejorar las trayectorias dentro de lo que consideramos un espectro más normal del desarrollo

¿Por dónde pasan a día de hoy esas vías para frenar el desarrollo?

El cáncer es una buena referencia para esta cuestión. Lograr entender cómo se produce cada tipo específico nos ha ayudado a diseñar soluciones para cada uno de ellos. Porque no hay una única terapia, sino que hay decenas ya que se trata de entender exactamente qué es lo que está ocurriendo en cada caso.

En el sistema nervioso, esta complejidad se multiplica por 1.000 porque no solo requiere entender las causas, sino la evolución de la enfermedad. Cada pequeña desviación que se ha introducido va a producir diferentes efectos. Y el cerebro, al ser el órgano más plástico, va a intentar de alguna manera adaptarse a esos cambios.

Entender la enfermedad no es simplemente saber cuáles son las moléculas sobre las que podemos actuar. En el caso del cerebro necesitamos entender un poco más cuál es la trayectoria, las consecuencias de los cambios iniciales y cómo a lo largo del tiempo va a afectar a la función del cerebro, que estará adaptándose a esas condiciones.

En algunos casos vamos a poder intervenir muy temprano; en otros casos, más tarde. Pero seguramente incluso para el mismo paciente el tipo de intervención tiene que ser diferente.

Con los trastornos del desarrollo del cerebro estamos todavía en esa fase de intentar comprender cómo esos cambios genéticos, de los que cada vez sabemos más, sabemos más, cómo afectan al cerebro.

Entonces será cuando podamos empezar a diseñar estrategias que nos permitan de una manera rectificar esas trayectorias que se van alejando de lo que podríamos llamar la normalidad.

Óscar Marín dirige el Centro de Trastornos del Neurodesarrollo en el King’s College de Londres.

Como especialista en autismo, ¿qué opinión le merece que Donald Trump lo haya vinculado al paracetamol pese a que va contra la evidencia científica?

Es terrible en tantos aspectos, sobre todo viniendo de un de un país que ha liderado la investigación científica durante los últimos 75 años. Es algo tremendamente irresponsable por parte de una persona con tantísimo peso político en el mundo hacer declaraciones de este tipo.

Sabemos que las recetas mágicas no existen para arreglar ningún problema. Y cuando nos instalamos en ese tipo de soluciones vamos por mal camino. En realidad, aplica a casi todos sus discursos, no solo a la parte científica.

Creo que no merece la pena ni siquiera discutir las aseveraciones porque no tienen ninguna base científica. Cuanto menos tiempo perdamos en rebatirlas mejor para todos. Es el mundo que nos ha tocado vivir, el del realismo mágico.

Cualquier científico sabe que una de las cosas más importantes es movernos de las correlaciones a las causas para que las correlaciones que se puedan establecer no sean espurias sino reales, con una base científica.

Quizás lo más problemático de lo que sí tenemos evidencias causales es que las embarazadas cuando tienen procesos infecciosos el riesgo a sufrir un trastorno del neurodesarrollo se incrementa.

¿Cree que en España existe el riesgo de que haya ese discurso político que vaya contra la evidencia científica?

Si pasa en Estados Unidos, puede ocurrir en cualquier país democrático del mundo. No hay más que elegir a las personas que tienen capacidad de tener estos pensamientos. Y en todo el mundo, incluido España, existen esas personas que de alguna manera pueden ignorar la evidencia.

Pero tengo mis dudas de que ese discurso sea por ignorancia. Creo que hay un deseo político de atacar la evidencia científica, las universidades, los centros de investigación y el pensamiento racional.

Por eso tenemos vigilantes en Europa porque no estamos, ni mucho menos, excluidos de poder caer en ese terreno. Ya nos ha ocurrido en el pasado y por qué no puede pasar en el futuro.

Teniendo en cuenta que los primeros dos años de vida es uno de los dos periodos particularmente sensibles en la formación de circuitos neuronales, ¿cómo puede afectar el uso de las pantallas?

Todavía no tenemos todavía estudios que demuestren cuál es el impacto real de las nuevas tecnologías en el cerebro. Debemos ser prudentes.

Lo que no cabe ninguna duda es que afectan al desarrollo del cerebro porque todo lo que hacemos durante los primeros años de vida modula nuestro cerebro, como sucede en todos los primates pero en los humanos en particular.

El desarrollo del cerebro es un proceso muy lento. Pero tenemos la ventaja de estar protegidos por nuestra familia, lo que nos permite aprender como esponjas de una manera tan increíble durante los primeros años de vida.

La ventana de plasticidad que tenemos los humanos se cierra mucho antes que en otros animales. Por eso la primera etapa es tan importante para el aprendizaje.

Ya hay evidencia de cómo de temprano somos capaces de responder al lenguaje de una forma bastante más completa de lo que se pensaba inicialmente. O cómo somos capaces de entender las matemáticas desde mucho antes de lo que pensábamos. En Francia están revisando los planes de estudio para que haya un mayor beneficio de la plasticidad.

Del mismo modo, todos los traumas que tengamos en esa fase temprana van a condicionar mucho cómo somos después. Existen muchas evidencias de que personas sometidas a condiciones traumáticas son más propensas a desarrollar después problemas de ansiedad, depresión o trastornos mentales.

Todo lo que nos ocurre muy temprano afecta mucho a cómo se configura nuestro cerebro, así que, sin duda, los teléfonos, la capacidad de prestar atención a más de una cosa o la capacidad de interaccionar va a influir en nuestro cerebro. Aunque, por el momento, es difícil saber hasta qué puntos esas consecuencias pueden ser positivas o negativas porque no tenemos estudios.

¿Entre los factores ambientales que pueden dar lugar a trastornos como el autismo podrían encontrarse las pantallas?

La verdad es que no lo sé. Creo que no existe ningún trabajo que lo vincule de forma convincente. Lo que sí sabemos es que pese a que el autismo tiene una base genética muy importante, hay factores ambientales que también lo son.

Por ejemplo, un diagnóstico precoz nos puede ayudar a implementar algunas pautas de comportamiento como la capacidad de los niños para interaccionar con sus padres. Estas intervenciones son cambios ambientales y pueden tener un efecto muy positivo en la evolución. Hasta ahora, son prácticamente las únicas herramientas que tenemos.

Este año se ha publicado un estudio que señalaba a los trasplantes de células madre como prometedor tratamiento para el párkinson. En el caso de trastornos como el autismo la opción terapéutica más avanzada pasa también por el trasplante.

Creo que ahora mismo en el campo es lo más cercano en ese sentido. En la epilepsia, por ejemplo, se podría recurrir al trasplante de neuronas producidas en el laboratorio para tratarla.

En el caso del autismo, el problema es que seguramente sean muchos los sistemas neuronales afectados. Por eso, en ese sentido, no soy muy optimista de que seamos capaces de atajarlo con una intervención tan dirigida como puede ser controlar un foco específico epiléptico.

Habría que recurrir al trasplante en muchos puntos distintos. Y, hoy por hoy, esto requiere de una sofisticación quirúrgica que realmente no es práctica en el caso del autismo.

Me inclino más por que una vez que identifiquemos cuáles son los sistemas claves, recurrir a terapias técnicas que puedan solucionar problemas muy tempranos o terapias farmacológicas que actúen de una forma más específica.

Nuevamente, la dificultad va a estar en intentar restablecer las trayectorias de desarrollo lo antes posible, lo cual tiene muchísimas aplicaciones éticas por cómo abordarlo, por ejemplo, un ensayo clínico para una población de pacientes muy pequeños para los que no tienes la seguridad absoluta de que vayan a seguir una trayectoria de desviación absoluta.

El autor del estudio acerca del párkinson, Andrés Lozano, trabaja con Neuralink y en la entrevista que le hicimos dijo que ya se podía leer el cerebro y que lo próximo sería escribir en él, dándole nueva información. ¿Le preocupa que el conocimiento que están descubriendo neurocientíficos de prestigio se utilice con fines que no sean terapéuticos?

La ciencia avanza siempre de la misma manera, se abre paso a través de descubrir nuevas posibilidades. Luego es la sociedad la que determina cuáles son admisibles y cuáles no. El caso de la física nuclear es el ejemplo más claro en este sentido.

En el caso del cerebro humano ya podemos escribir en modelos animales. Podemos dirigir el comportamiento de un animal actuando de forma muy específica en determinadas células.

Imagino que llegará un momento en el que tendremos la capacidad de hacer eso en humanos. No creo que vaya a ocurrir a corto plazo, pero desde el punto de vista ético tenemos que estar preparados para lidiar con ese problema.

Cuando pensamos en la necesidad de actuar directamente sobre el cerebro suena a ciencia ficción, parece que no lo hemos intentado nunca. Pero realmente el marketing o las campañas políticas hacen esencialmente eso, aunque de una forma muy rudimentaria.

Cuando se marchó a Reino Unido afeó en una entrevista que no existiera un CNIO de la neurociencia en España. ¿Lamenta que siga sin haber una institución de este tipo?

En España hay centros que son un ejemplo a nivel mundial de la capacidad que tiene el país para producir ciencia muy puntera. Me encantaría que hubiera más centros de neurociencia en España con la libertad y los presupuestos que tienen otros para poder reclutar a científicos extranjeros, que es una de las asignaturas pendientes del sistema científico español.

¿Se vería como candidato para dirigir alguno de estos centros? ¿Entra entre sus planes regresar a España en el futuro?

Tengo muchísimo contacto con científicos en España. Pero en estos momentos estamos muy felices en Londres. No tenemos una necesidad imperiosa a corto plazo de movernos. En España hay investigadores de mucha valía que serían capaces perfectamente de poner en marcha un centro así. Aunque a mí no me importaría echar una mano.

Así como a los cardiólogos les preguntamos qué hacen para cuidar su corazón. ¿Qué hace usted para que su cerebro funcione correctamente?

Intento mantenerme ocupado la mayor parte del tiempo. También intento despejarme del trabajo. Me viene muy bien hacer ejercicio, leer y buscar cosas que me hagan feliz. Por ejemplo, tengo un colega que es matemático y se levanta todas las mañanas haciendo ecuaciones porque es lo que le mantiene con el cerebro despierto. Pero no sé si eso es un poco quizás demasiado.

Creo que lo realmente importante es mantener el balance entre el trabajo y la vida, que es lo que nos da cierta estabilidad y hace que nuestro cerebro funcione mejor.