La plaza Mayor de Toro y Carlos Latorre (Foto: Biblioteca Nacional de España).

La plaza Mayor de Toro y Carlos Latorre (Foto: Biblioteca Nacional de España).

Zamora

El toresano Carlos Latorre, primer Tenorio de España

Después de crecer en el municipio de Toro se marchó a los 14 años a París

4 diciembre, 2022 07:00

Carlos Latorre nació el 2 de noviembre, día de los Fieles Difuntos, de 1799. Creció y jugó mucho en las calles de Toro (Zamora) hasta los catorce años, momento en que su padre, que era un importante administrador de rentas, tuvo que abandonar España por motivos políticos y exiliarse en Francia, para instalarse en París.

Fue en la capital gala donde Carlos continuó su educación y donde empezó a aficionarse a las artes dramáticas y la oratoria, a visitar teatros, a asistir a representaciones y también a aprender los métodos interpretativos de la escuela francesa.

Diez años después, en 1823, con el idioma francés, el cual adoraba, bien aprendido, y con algo de experiencia teatral en París, regresó a España y dio comienzo a su carrera sobre las tablas. El director de teatro Juan Grimaldi, que era francés, lo hizo su protegido y lo dirigió en sus primeros pasos en Madrid, destacando ya en una de las representaciones de Otelo de Shakespeare. Otelo, El Cid, Pelayo… fueron solo sus primeros éxitos, y por todas las compañías de provincias era requerido, siendo Granada la primera que, en 1825, tuvo el honor de entusiasmarse con su actuación.

Precisamente en esa época granadina, al terminar una de las funciones en el Teatro Principal de la ciudad, se estaba vistiendo Latorre para marchar a casa. Recibió en su camerino a varios admiradores, se refrescó, cogió sus cosas y salió. Sus amigos ya le habían aconsejado otras veces que fuera siempre acompañado por alguien, ya que era de noche cuando salía de trabajar. Pero él, sabedor de su corpulencia, ducho como jinete y hábil en el uso de las armas, apenas les hacía caso. Latorre vivía en la calle de San Matías, en pleno Realejo, donde el entramado morisco y las estrechas y oscuras calles eran campo abierto para asaltantes. Caminaba lento Latorre, tapado con su capa esa fría noche granadina, cuando al torcer en una callejuela se le abalanza un sujeto a la voz de “¡Alto, suelta la capa!”. Con calma improvisada y la fuerza de su confianza, el actor empujó al desconcertado bandido, le apretó la cabeza contra el muro y, haciendo uso de su talento y su voz, le susurró al oído: “¡Primero la vida!”. El malhechor cayó confuso al piso y sin poder articular palabra. Carlos siguió tranquilamente su camino a casa, donde contó lo sucedido y pidió a su sirviente que revisara la capa, por si estaba ajada debido al lance. Eso fue todo.

Los éxitos por todo el territorio nacional lo llevaron, en el año 1832, y cuando solo llevaba nueve años de trayectoria, a ser elegido profesor de declamación del Real Conservatorio de Música y Declamación de Madrid, el cual había sido fundado el año anterior por la reina Maria Cristina.

En esos años, Latorre se destacó por interpretar el personaje de Ruggiero en la obra “La conjuración de Venecia”, a Diego Mansilla en “Los amantes de Teruel” y a Manrique en “El Trovador”, que fueron textos que se ceñían bien a su brioso y fornido temperamento. Por eso, Latorre siempre conseguía emocionar a la audiencia y enfervorizarla. Años más tarde, en 1838, lo requieren en París para actuar en francés en uno de los teatros más importantes y meterse nada menos que en la piel de Hamlet, de Shakespeare, haciendo tan buena faena que salió de allí encumbrado.

Por alguna razón de atendimiento familiar, los siguientes tres años se retiró de la escena, pero no sin dejar de aprovechar el tiempo y escribir unas anotaciones sobre el noble arte de la declamación teatral, y que serían sobradamente útiles a los estudiantes del Real Conservatorio. En 1841 ya estaba otra vez actuando.

A finales del invierno de 1844 llegaba Latorre al Teatro de la Cruz de Madrid, y conoció a José Zorrilla, a quien le solicitó escribir algo nuevo, y a ser posible en menos de un mes. Zorrilla tenía veintisiete años, pero ya era muy conocido en el ámbito literario madrileño. El vallisoletano redactó la obra en tan solo tres semanas, y el 28 de marzo el toresano se convirtió en el primer actor en representar a Don Juan Tenorio en España. Infelizmente, según la crítica el evento no tuvo mucho éxito, no solo por la mala elección de la actriz que encarnaba a Doña Inés, que fue Bárbara Lamadrid, buena intérprete, pero quizá algo mayor con treinta y dos años, y no muy guapa, como para hacer ese papel. Otros críticos lo achacan también al resto de los actores, a la mala colocación de la escena, al decorado y la maquinaria, etc. Hasta el propio Zorrilla llegó a tildar de “disparate” su obra tras ese infausto día.

Siete meses más tarde, el día de Todos los Santos, Carlos Latorre, sin amedrentarse por el infortunio anterior, reestrenaba la obra en el Teatro del Príncipe, la plaza más fuerte para muchos (hoy Teatro Español). La rotundidad del éxito que obtuvo hizo que “El Tenorio” se haya seguido representando cada 1 de noviembre, desde hace más de 175 años, en todos los coliseos del país, convirtiendo a este texto en la obra más popular del teatro patrio.

El de Toro era un hombre alto, conocía la esgrima y montaba bien a caballo, y a eso se sumaban su educación y sus modales, que le otorgaban un carisma personal y una presencia en escena excelsas. Poseía además una poderosa y bien afinada voz. A pesar de tocar todos los palos interpretativos, su notoriedad se debió a la calidad de sus papeles trágicos y dramáticos, aunque también sobresaliera en más de una comedia haciendo incluso desternillarse al público. Era un hombre culto, respetuoso con el gremio de actores y afectuoso con sus alumnos del Conservatorio. Podemos decir sin tapujos, que el Romanticismo teatral español tuvo en este ilustre maestro a su máximo exponente.

Carlos Latorre falleció en Madrid el 11 de octubre de 1851, afligiendo hondamente a sus muchos admiradores y dejando al Teatro Español sin su más brillante estrella.