Julio posa junto a un Nacimiento en la sede de AEBE en Valladolid

Julio posa junto a un Nacimiento en la sede de AEBE en Valladolid J.I.F.

Valladolid

Julio, 20 años sin celebrar una Navidad en Venezuela: “Mi deseo es democracia para mi país y elecciones para España”

Llegó a España en 2006. Aquí homologó su título en la Universidad de Valladolid, nació su hija y creó una nueva vida. Pero hay algo que nunca terminó de traer consigo: la posibilidad de volver con normalidad a su país. Así celebra la Navidad un venezolano a 7.000 kilómetros de distancia.

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Para Julio, como para millones de venezolanos, la Navidad no es solo una fiesta. Es una promesa pendiente, la de volver a casa algún día, pero poder hacerlo sin miedo y en libertad. Ese es el deseo para 2026. Lo tiene claro.

Cuando la Navidad se vive lejos, por obligación, duele. Julio tiene 56 años y lleva afincado desde hace casi dos décadas en Valladolid. Gentilmente nos abre las puertas de la asociación AEBE para charlar con EL ESPAÑOL Castilla y León.

Ahora, el mes de diciembre no es solo una fecha marcada por luces, villancicos y cenas familiares, es también el mes en el que los anuncios de turrones y de loterías nos dicen que hay que juntarse, que hay que ser felices y compartir ilusión. Él, como muchos de sus compatriotas, no puede.

“Vivir fuera de donde naciste es duro”, dice sin dramatismos pero con dolor y firmeza. Julio nació en Caracas, es abogado y profesor universitario. Su historia, como la de tantos venezolanos, está atravesada por una paradoja. Es hijo de emigrantes españoles que encontraron en Venezuela un país de oportunidades, y hoy es él quien tuvo que emigrar para proteger a su familia y su libertad.

Llegó a España en 2006. Aquí homologó su título en la Universidad de Valladolid. Aquí nació su hija, en Salamanca. Aquí construyó una nueva vida. Pero hay algo que nunca terminó de traer consigo, la posibilidad de volver con normalidad a su país.

“España era el país más parecido a la Venezuela que yo conocí por eso lo elegí”, explica. “Una Venezuela democrática, imperfecta pero libre, donde existía división de poderes y Estado de Derecho. Esa Venezuela desapareció con el chavismo”, critica.

Y llega la Navidad

“Allí es triste”, dice sin rodeos. Familias rotas, mesas incompletas, hijos y nietos desperdigados por el mundo, ya que hay 8 millones que han tenido que marcharse. “Antes pasábamos todos juntos la Navidad en una casa. Yo llevo veinte años sin vivir eso”. Ahora, en Venezuela, apenas se consigue lo justo para sobrevivir. Algo para la Nochebuena, algo para el 31, son los dos días más grandes de la Navidad.

Aquí, en Valladolid, la Navidad es íntima.Julio, su mujer y su hija. A veces viajan a ver familiares, pero otras se quedan. Cocinan juntos. Y mezclan sabores: hallacas venezolanas, vino español, tradición híbrida. “Somos como un coche Toyota”, dice con una sonrisa. “Ni eléctrico ni de combustión”.

El cuerpo está aquí, pero la mente, muchas noches, está allí. Pensando por qué no puede volver, por qué aún hay quien defiende al régimen. “Una dictadura no tiene color”, insiste. “No es de derecha ni de izquierda”.

¿Sueña con volver a pasar una Navidad en Venezuela? Sí. Pero solo cuando haya un cambio. “Yo voy cuando haya libertad”. Cree que llegará. No sabe cuándo. Pero cree. Habla de presión internacional, de justicia, de responsables que deberán rendir cuentas. “Tenemos un presidente legítimo”, afirma. “Y el mundo lo sabe”.

Habla con sus padres cuando hay luz, cuando hay señal, porque como ocurrió en España hace meses, hay apagones. Su madre se niega a salir del país: “Dice que ya solo saldrá de su casa con los pies por delante”. Su padre se vendría, pero "manda ella", apunta.

Allí tiene a sus padres, a su hermana, a sus sobrinos, a amigos de toda la vida. Aquí, en España, tiene a su mujer, a su hija y a una familia repartida entre Valladolid, Sevilla, Madrid, Barcelona y Cantabria.

Hace nueve años que no vuelve a Venezuela. Antes viajaba cada tres. Ahora no. No por falta de amor, sino por miedo. “Cuando llegas allá tienes que estar callado, no puedes abrir la boca”.

Mientras tanto, seguirá celebrando la Navidad desde la distancia. Cantando villancicos que él no canta, pero escucha. Pensando en el Belén que su padre monta cada año en su país.

Por eso cuando se le pregunta por su deseo para 2026 o regalo de Reyes, allá en Venezuela se pide al niño Jesús, él lo tiene claro: “Democracia para mi país y elecciones para España”.

Lo político

Habla del fallecido Hugo Chávez con la seguridad de quien ha vivido el proceso desde dentro: la reforma constitucional, los referéndum, la deriva autoritaria. Recuerda especialmente aquel intento de arrebatar la patria potestad a las familias para entregársela al Estado. “Eso lo pararon las mujeres venezolanas”, afirma con orgullo. “Dijeron: mi hijo es mío”.

Desde entonces, asegura, todo fue a peor. Elecciones amañadas, instituciones secuestradas, un Consejo Nacional Electoral al servicio del poder. “Un tío mío fallecido aparecía como votante”, cuenta con ironía amarga. “Como Jesucristo, que resucitó para votar por Chávez”.

Con Nicolás Maduro, dice, la situación se agravó hasta convertirse en lo que define sin rodeos como un narcoestado. “Venezuela está invadida, pero no ahora: desde hace años”. Enumera presencias extranjeras, mafias, intereses cruzados. Y sobre todo, una destrucción silenciosa: “Han destruido el país sin una sola bomba”.

Le preocupa España. No por alarmismo, sino por experiencia. “Ya vi esta película”. Recuerda a un cliente cubano que, cuando Chávez solo era candidato, le dijo: “Me huele a quemado” comparándolo con lo que vivió con Castro en Cuba.

Años después, Venezuela cayó. Ahora, Julio dice sentir ese mismo olor en Europa. Defiende con firmeza la división de poderes, la independencia judicial, los contrapesos democráticos. “Sin eso, no hay democracia”. A él, en estos momentos, España le huele a quemado.

Futuro

Para Julio, en la Venezuela actual ya no queda ideología, ni revolución, ni relato. “Lo único que importa es el dinero”, sentencia. Dinero que, según su opinión, "nace del petróleo, del narcotráfico y de un sistema de corrupción que ha creado una élite obscenamente rica mientras el país se hunde".

“Los nuevos millonarios venezolanos están repartidos por el mundo”, explica, “comprando pisos al contado en barrios como el de Salamanca, en Madrid, o moviendo fortunas por bancos europeos”. Fortunas, insiste, manchadas de sangre: la de estudiantes asesinados, presos políticos, familias rotas. “No es izquierda ni derecha. Es el dios dinero. Y cuando lo roban, lo primero que hacen es invertirlo en Miami”.

Cuando habla de las narcolanchas, la indignación le sube al tono. “Eso no es pesca”, dice con ironía. “¿Quién ha visto a un pescador con cuatro motores potentes?”. Julio compara lo que ocurre en España con lo que conoce de Venezuela y no ve diferencias: mafias organizadas, rutas del narcotráfico, estructuras protegidas por el poder. Le duele especialmente la situación de la Guardia Civil.

“Me da mucha pena que no se les dé el respaldo necesario”, lamenta. “Que una narcolancha embista a unos agentes y ellos no actúen por miedo a las consecuencias es una locura”. Para nuestro protagonista, al crimen organizado no se le combate con medias tintas. “Eso es una mafia, igual que en Venezuela”.

En ese contexto, menciona sin rodeos a Donald Trump. Julio ve con esperanza cualquier presión real contra el régimen venezolano. “Ojalá ese bloqueo sirva para un cambio”, dice.

Cree que el chavismo no saldrá jamás por las urnas porque las ha vaciado de sentido. “Esto no se arregla con elecciones amañadas”, afirma. Y ante quienes auguran un conflicto sangriento, responde con convicción: “No sería un Vietnam. Sería como cuando los aliados liberaron Europa. La gente saldría a la calle a agradecerlo”. Porque, asegura, el pueblo venezolano no defiende al régimen: sobrevive a él.