Los investigadores del Grupo de Óptica Atmosférica (GOA), Patricia Martín y Abel Calle, en la base de Marambio.

Los investigadores del Grupo de Óptica Atmosférica (GOA), Patricia Martín y Abel Calle, en la base de Marambio. ICAL

Valladolid

De Valladolid a la Antártida para salvar el planeta

Investigadores de la Uva sostienen, mediante la toma de datos atmosféricos, que el continente helado es un “buen test” para conocer el clima del resto de La Tierra

5 junio, 2022 13:23

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“Lo que pasa en la Antártida es un buen test de lo que le pasa al resto del planeta”. Abel Calle, integrante del Grupo de Óptica Atmosférica (GOA) de la Universidad de Valladolid, sabe muy bien de lo que habla como integrante de una expedición que trabaja desde hace cuatro años en la base argentina de Marambio, donde cuentan con dos instrumentos que permiten tomar datos atmosféricos durante todo el año polar, algo inédito a nivel mundial, en lo que se refiere a zonas polares, y analizar los datos de aerosoles y radiación solar.

Calle, junto a Patricia Martín, Carlos Toledano y Ramiro González, formó parte durante este verano antártico (diciembre-enero) de una estancia de un mes en dos bases de esa zona del planeta: unos en Marambio y otros en la base española de Juan Carlos I, en la isla de Livingstone. “Este viaje tiene interés en estudios de cambio climático. El continente antártico presenta una altísima variabilidad de la reflectancia porque a veces la superficie de esta zona está cubierta de nieve y otra es tierra, porque se ha derretido; de hecho, su cubierta es de permafrost. Si cambia la cobertura de hielo puede tener influencia importante en el albedo y los cambios de temperatura”, sostiene Calle a la agencia Ical.

La labor del GOA es obtener parámetros atmosféricos: aerosoles, cobertura de nubes y datos por satélite, algo que elaboran desde hace cuatro años en Marambio y, por primera vez, en la base Juan Carlos I, a través de instrumentos que allí instalan. En esa zona del Círculo Polar Antártico y Península Antártica se concentra la mayor cifra de bases científicas para analizar las interacciones atmosféricas.

El viaje de este año permitió reemplazar los dos equipos que los investigadores de la UVa tienen en Marambio, donde han implantado aparatos que pueden tomar datos también en invierno, algo “difícil porque requieren rayos solares y durante seis meses allí no los hay”. Por eso, han conectado elementos calefactados para evitar su congelación y así poder medir la radiación solar y lunar durante todo el año polar, algo “inédito a nivel mundial hasta ahora”.

En esta zona del Círculo las temperaturas no son tan bruscas, con entre diez grados negativos y cuatro positivos en verano, mientras que en invierno oscilan entre los 30 y 35 bajo cero. Muy lejos, en todo caso, de los 89,2 grados bajo cero que se alcanzaron como récord extremo en la base rusa Vostok ubicada en el polo sur magnético.

Precisamente, este es uno de los “principales problemas”, el mantenimiento de los equipos a esas temperaturas, “pero están calefactados con un recubrimiento para que no se congelen”. Además, el equipo vallisoletano ha entrenado a dos trabajadores del Servicio Meteorológico Nacional de Argentina, que están en Marambio de forma permanente. “Si hay alguna avería les damos instrucciones y material de respuesta para resolverlo desde Valladolid. Cuando se hielan se bloquean y necesitan movimiento de apuntamiento hacia el sol”, explica Calle.

Datos en tiempo real

De hecho, esta base tiene una ventaja sobre otras, pues en 2014 Movistar, gracias a un convenio con el Gobierno argentino, instaló una antena que permite recibir datos en tiempo real, analizarlos y hacer un seguimiento de las mediciones de aerosoles atmosféricos. “Los aerosoles son un componente tremendamente importante porque en todas las actuaciones del Panel Intergubernamental para la Lucha con el Cambio Climático intervienen varios elementos; y el aerosol es el que menos se conoce en su comportamiento”, justifica el investigador. Aunque el CO2 es el gas de efecto invernadero “más problemático” y principal causante del aumento de la temperatura, los aerosoles “a veces producen un enfriamiento y, otras, absorben la radiación y calientan la capa atmosférica en la que se encuentra”.

En este sentido, Abel Calle sostiene que tiene un “papel importe” en la formación de nubes, pues el vapor de agua es el principal gas de efecto invernadero, “más que el CO2”. ¿Por qué se analiza todo ello en la Antártida? “Muy fácil, lo que allí pasa no se ha generado allí, porque la atmósfera es muy dinámica. Nosotros hemos detectado en esta zona, por ejemplo, aerosoles provenientes de fuegos forestales en Australia. No es extraño, los aerosoles de la emisiones volcánicas, a veces, se emiten a la estratosfera y se dispersan por todo el planeta. Por eso, lo que pasa en Antártida es buen test de lo que pasa al planeta”, reincide, como frase de cabecera.

Hay un gran interés climático en la Antártida por otros motivos: “Si hay deshielo en la Antártida, el menor de los problemas sería que subiera el nivel del agua oceánica”. “Si se altera el equilibrio en la Antártida, y se produce calentamiento, las aguas densas no se hunden y se interrumpe la corriente termohalina, la que transporta flujos de calor a lo largo del Atlántico e Índico. Esta corriente, a su paso por el continente antártico, “tiene que estar en contacto con aguas frías, densas y profundas, y cuando llega a Australia sube y se transforma en aguas cálidas que llevan el calor a latitudes como España”. Por ejemplo, en las costas de Noruega, las temperaturas son “muy benignas” gracias al transporte de calor de las corrientes oceánicas.

El ejemplo de los 80

Calle recuerda que en los años 80 saltó la voz de alarma por el agujero de ozono antártico. El impacto internacional fue tal porque los niveles de ozono allí eran “ínfimos”. “Si hubiera población, todos tendrían cáncer de piel debido a la disminución de ozono”, explica. Los estudios mostraron que el causante eran compuestos de cloro y otros halógenos. “La comunidad internacional reaccionó y ahora el agujero de la capa de ozono se está recuperando”, saludó el investigador, quien lamenta que esta postura “haya ocurrido una vez”, después de que las decisiones políticas hayan tenido impacto tras el acuerdo de Montreal. “Es una gota de optimismo para afrontar la actualidad”, desea.

Sin embargo, el problema actual “es mucho más complicado, pues significaría alterar el mercado energético”, a lo que se suma la guerra en Ucrania, las erupciones volcánicas o las catástrofes naturales, que “no ayudan nada en absoluto”. “Es un problema grave y la sociedad se tiene que dar cuenta. Tienen que escuchar a los científicos. Es decepcionante que la sociedad solo se preocupe cuando hablan los activistas, como Greta Thunberg, que todo es poco, pero hay que escuchar a los científicos”, apeló.

¿Qué hacer?

“Estos fenómenos no se pueden atajar de forma específica”, relata Calle a Ical, quien desliza que el clima cambia por el calentamiento del planeta y los científicos “ya alertan desde hace años de la necesidad de reducir las emisiones de CO2” y de cumplir el acuerdo de París de 2015 para “respetar el límite máximo de aumento de temperatura de 1,5 grados para 2030”. “Estamos en 2022 y las previsiones son que se alcancen mucho antes de 2030. Un aumento de dos grados ya tendrían efectos irreversibles en el planeta”, advierte, para alertar de que “se puede hacer lo que no estamos haciendo: reducir las emisiones y cambiar el modelo energético desde las decisiones políticas”, las cuales un científico “no está capacitado para ponerlas en marcha”.