Castilla y León

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Salamanca

Plaza del Corrillo, el rincón más peligroso donde crecía la hierba

3 noviembre, 2018 10:54

En un mundo tan célere y alocado como el actual apenas sobreviven los recuerdos que van más allá de un lustro. Ésa es la barrera que marca la pervivencia de la información en internet, pero hay otra mucho más valiosa que aún se atesora en álbumes de fotos escondidos en recónditos cajones, esos que ya apenas casi se ven en familia, y sobre todo, una información guardada a fuego en la memoria de quienes vivieron cada momento. NOTICIASCYL tiene en marcha una serie dominical que repasa la evolución de los barrios de Salamanca.

Tras abordar todas las zonas más allá del casco histórico, sólo falta el corazón de Salamanca, el entorno de su Plaza Mayor, pero son tantos los cambios que se han producido en algunas zonas que hasta final de año vamos a repasarlas de forma más exhaustiva. Hoy es el turno para la plaza del Corrillo, un lugar donde crecía la hierba porque apenas nadie osaba atravesarla pero que hoy día es lugar de encuentro social y uno de los rincones más culturales de la capital charra.

Hubo un tiempo en que la ciudad de Salamanca parecía la Verona de Shakespeare. El cruento enfrentamiento entre diversos bandos convirtió la capital charra en un reguero de sangre y venganza que bañaba hasta las aguas del Tormes. Así ha quedado reflejado para la eternidad en la plaza de Los Bandos, pero existe otro rincón del centro histórico que fue incluso más protagonista.

Entre la Plaza Mayor y la Rúa se encuentra el que antaño fue el Corral de San Martín, un espacio anexo a la iglesia del mismo nombre donde se reunían las autoridades municipales y los concejos vecinales debido a su cercanía con el tradicional mercado del ágora charra. De ahí la denominación popular de corrillo, perpetuada en el callejero. Sin embargo, la asamblea abierta que tenía lugar en los soportales se transformó en un espacio cerrado incluso para los más valerosos.

En la segunda mitad del siglo XV la ciudad se hallaba dividida entre el Bando de Santo Tomé, cuya iglesia se encontraba en la hoy plaza de Los Bandos, y el Bando de San Benito, procedente del templo junto a la actual Clerecía. Cual capuletos y montescos, los duelos se repetían cuando alguno de sus miembros osaba cruzar los límites de cada dominio. La plaza del Corrillo se estableció como frontera. Una línea infranqueable, resguardada por cada bando para evitar intromisiones en territorio enemigo. De ahí que nadie la pisara y sólo la naturaleza se atreviera a asomarse. Era el conocido Corrillo de la Yerba.

Concluida la guerra de bandos, la plaza del Corrillo recuperó su antigua función como lugar de reunión, pero más bien de mercaderes y vendedores ambulantes. Y es que la existencia de cinco peldaños impedía el acceso primero de carros y después de coches hasta la Plaza Mayor, por lo que siempre fue una plaza más peatonal. La tradición se mantiene y los entonces pollos, huevos y verduras, que se trasladaron al cercano Mercado Central, han sido sustituidos por pulseras y abalorios, aunque principalmente predomina el sector hostelero. También durante décadas fue este corrillo el escenario para la poesía de Adares, cuya escultura ahora preside una plaza que es uno de los rincones culturales de la capital charra.