Diferentes imágenes de Valladolid durante el año 1975

Diferentes imágenes de Valladolid durante el año 1975 Archivo Municipal de Valladolid

Región

Castilla y León en 1975: sin Comunidad autónoma, una despoblación diferente y un sueldo de 22.000 pesetas al mes

La población era algo mayor a la actual, pero sin inmigración, al revés, se realizaba el éxodo del pueblo a la ciudad. No había Junta, había gobernadores civiles.

Más información: Así será la Castilla y León de 2039: menos gente, más población extranjera y hogares unipersonales

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Por un momento vamos a regresar a 1975. Al estilo Carlitos en Cuéntame y con la música de Fórmula V de fondo. El país se preparaba, sin saberlo del todo, para el final de un régimen que lo había marcado durante casi cuatro décadas.

Y en el corazón de España, las provincias de la actual Castilla y León (todavía no se llamaba así) vivía entre la tradición y los primeros movimientos del cambio.

En 1975 Castilla y León no existía como comunidad autónoma. Eran simplemente nueve provincias, Ávila, Burgos, León, Palencia, Salamanca, Segovia, Soria, Valladolid y Zamora, administradas directamente desde Madrid. No había un gobierno regional, es decir, no había Junta, ni estatuto que no llegaría hasta 1983, ni identidad política formal.

Lo que había era una enorme extensión de tierra, gobernada por gobernadores civiles y presidentes de diputación designados por el régimen.

Las ‘regiones’ que había memorizado el país —Castilla la Vieja, León, Castilla la Nueva, Murcia…— comenzaban a diluirse en los primeros debates sobre descentralización que llegarían tras la muerte de Franco. Nadie pronunciaba entonces “Castilla y León” ni tampoco “Castilla-León”.

La suma aproximada de habitantes en lo que hoy es Castilla y León rondaba los 2,6 a 2,7 millones de personas. Y aunque la cifra pudiera parecer alta, el fenómeno que marcaría el futuro de la región ya estaba en marcha: la gran despoblación. Un problema actual pero que viene de lejos.

Actualmente la Comunidad tiene 2.406.016, con 1.183.401 hombres y 1.222.615 mujeres. Eso sí, el fenómeno de la llegada de personas de otros países, como ocurre ahora mismo, no estaba presente, era casi anecdótico.

La llegada de extranjeros era mínima y muy localizada. Por ejemplo, religiosos y misioneros algunos procedentes de Latinoamérica o Italia que trabajaban en colegios, seminarios y órdenes.

Profesores universitarios, con casos puntuales en Salamanca o Valladolid, sobre todo investigadores hispanoamericanos o europeos. Técnicos y personal especializado, Vinculados a empresas como FASA-Renault en Valladolid o a proyectos industriales concretos.

Eran muy pocos, alrededor de decenas o centenares al año como máximo.

La población extranjera en Castilla y León en 1975 no llegaba ni al 1% del total, y en muchas provincias era prácticamente cero. Ahora actualmente es de alrededor del 4,73%, con 105,488 personas a 1 de octubre de 2025.

Los jóvenes se marchaban a Madrid, a Cataluña, al País Vasco o directamente a Alemania y Francia. En los pueblos, quedaban los mayores, y en las casas se repetía una escena cotidiana, la maleta de cartón, la despedida en la estación, los billetes hacia un futuro que no estaba allí.

La población de lo que hoy es Castilla y León se distribuía de manera muy desigual a mediados de los años setenta. León era entonces la provincia más poblada, con alrededor de 520.000 habitantes, seguida de Valladolid, que rondaba los 420.000.

En la mesa presidencial, de izquierda a derecha, Martín Santos Romero; Julio Hernández; José estévez Méndez; José González Regueral y Santiago López

En la mesa presidencial, de izquierda a derecha, Martín Santos Romero; Julio Hernández; José estévez Méndez; José González Regueral y Santiago López

Muy cerca se situaban Salamanca, con unos 360.000 vecinos, y Burgos, que alcanzaba aproximadamente los 350.000.

En un escalón intermedio figuraban Zamora, con cerca de 250.000 habitantes, y Ávila, que sumaba unos 190.000. Palencia se movía en cifras similares, en torno a los 185.000.

Cerraban la lista Segovia, con unos 160.000 habitantes, y Soria, la menos poblada, que apenas superaba los 95.000 residentes, reflejo ya entonces de la despoblación que caracterizaría a la provincia en las décadas siguientes.

Las ciudades que más crecían. Valladolid, León, Burgos y Salamanca comenzaban a concentrar población, actividad económica y los primeros brotes de modernidad. Pero fuera de ellas, la vida seguía anclada al ritmo pausado del campo.

De qué se vivía

Castilla y León era, en esencia, un territorio agrario. El trigo, la cebada y el centeno dominaban las vegas y páramos, y la ganadería marcaba el paisaje con vacas en León y Salamanca, ovejas en casi toda la región.

El campo seguía siendo el modo de vida de miles de familias que todavía no habían visto llegar la mecanización que transformaría el sector con la democracia.

En la industria, sin embargo, ya se intuía un cambio. FASA-Renault, en Valladolid, aceleraba la modernización urbana y laboral.

Las cuencas mineras de León y Palencia seguían vivas, aunque el futuro ya se vislumbraba incierto.

Burgos y Valladolid despuntaban con metalurgia, papel, textil y química ligera.

Franco en Valladolid

Franco en Valladolid Archivo Municipal

La agroindustria —harineras, bodegas, azucareras, lácteas— era el músculo silencioso que sostenía la economía local.

Mientras Cataluña o el País Vasco desarrollaban industria pesada, Castilla y León avanzaba más lentamente, pero avanzaba.

La educación superior también tenía su propia geografía: Salamanca, con su histórica universidad, era un hervidero de estudiantes —unos 20.000 o 25.000— que llenaban las calles y facultades de Derecho, Filología, Medicina o Ciencias.

Valladolid contaba con una universidad en expansión, entre los 15.000 y 20.000 alumnos.

En las demás provincias, surgieron colegios universitarios dependientes de Valladolid: embrión de lo que serían las universidades de León, Burgos o Soria años después.

Las aulas vivían un ambiente contradictorio: formales y vigiladas, pero a la vez llenas de inquietud y deseos de apertura. Las mujeres comenzaban a tener más presencia, sobre todo en Magisterio, Letras y Medicina.

El coste de la vida

En 1975 la modernidad entraba lentamente en las casas. Una televisión de doce pulgadas costaba unas 10.750 pesetas, lo que hoy serían unos 64 euros. Pero no nos engañemos: para una familia con un salario medio de 22.000 pesetas al mes —poco más de 130 euros actuales— aquello no era poca cosa.

El salario mínimo rondaba las 8.400 pesetas (unos 50 euros). La economía se resentía aún por la crisis del petróleo de 1973, y la mayoría de las compras importantes —un televisor, un frigorífico, un coche— se pagaban a plazos, palabra que se convirtió en la contraseña de la modernización.

Los barrios nuevos en las ciudades crecían entre bloques grises y coches Renault o Seat, en su mayoría, aparcados en batería. El comercio local, las tiendas de ultramarinos y el pan del día componían una rutina sencilla, sin grandes lujos, donde las familias estiraban cada peseta.

Aunque es cierto que también llegaban los supermercados a los barrios. Para el primer hipermercado, por ejemplo Continente en Valladolid, hubo que esperar a 1981.

En el ambiente se respiraba una mezcla de silencio y expectación. 1975 fue el año de las primeras movilizaciones laborales, de un cansancio social evidente y, finalmente, de la muerte de Francisco Franco, que abrió el portón de la Transición.

En ciudades universitarias como Salamanca o Valladolid se percibía una efervescencia contenida: reuniones discretas, publicaciones clandestinas, sindicatos que resurgían bajo la mesa.

Cultura

Algunos temas culturales no han cambiado. Por ejemplo la Semana Santa. Es y era uno de los principales eventos culturales del año y estaba profundamente ligada a las ciudades. En Valladolid, ya estaba considerada una de las Semana Santa más importantes de España; muchas de las procesiones actuales ya existían en 1975.

Zamora conservaba su carácter nocturno y austero, muy apreciado incluso entonces por estudiosos y fotógrafos. León y Salamanca tenían una combinaban procesiones de cofradías históricas con otras más recientes surgidas en los años 40–60.

En 1975 la Seminci, es decir el Festival de Cine de Valladolid, ya llevaba casi dos décadas celebrándose (comenzó en 1956) y se había convertido en una muestra de cine de autor, con un perfil más intelectual que comercial.

Volver a 1975 es mirar a una Castilla y León que ya no existe. En este caso la de los campos interminables trabajados a mano, de los pueblos llenos de vida, de los jóvenes que partían a la fábrica o a Europa con una mezcla de miedo y esperanza.

Eso sí, este año fue el de la polémica. En abril, antes se celebraba en esta fecha, se emitió La Naranja Mecánica. La obra maestra de Kubrick. Pues bien, hubo que negociar con la Junta de Censura y con el propio cineasta

La región todavía no era comunidad autónoma, pero sí era un territorio con identidad silenciosa y una forma de vida que estaba a punto de cambiar para siempre.El resto de la historia se está escribiendo.