Busto de Benigno de la Vega- Inclán en la Casa-Museo de Miguel de Cervantes, en Valladolid.

Busto de Benigno de la Vega- Inclán en la Casa-Museo de Miguel de Cervantes, en Valladolid.

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Benigno de la Vega-Inclán: el marqués que dio forma al turismo en España

A él se debe también la introducción de concepto museístico de Casa-Museo, donde la evocación a la época de los moradores prevalecía sobre las obras expuestas

2 abril, 2023 07:00

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Benigno de la Vega-Inclán y Flaquer, nació en Valladolid, en el seno de una familia militar. Su abuelo, por ejemplo, que tenía su mismo nombre, desarrolló una recta carrera castrense llegando a ser mariscal de campo y siendo nombrado ministro suplente del tribunal de Guerra y Marina. Por otro lado, su padre, Miguel, ingresó en caballería, y era conocido por su oposición a los carlistas. A la muerte de Prim, en 1874 fue nombrado jefe del Estado Mayor de todos los ejércitos del Norte, donde siguió combatiendo a los carlistas, ascendió a teniente general, y favoreció bastante el retorno a España de Alfonso XII. En agradecimiento a ello, el propio monarca le otorgó el título de marqués de la Vega-Inclán en 1878.

Benigno era el segundo de cuatro varones y el título de su padre pasó a él tras la muerte de su madre y alguna disputa con su hermano mayor…

Desde Valladolid, marchó con su familia a Madrid a estudiar Bellas Artes, pero a pesar de asistir a alguna lección de paisajismo impartida por Carlos de Haes, se impuso la tradición familiar e ingresó en infantería de Marina primero, y en la Academia de Caballería de Valladolid después, donde alcanzó el grado de alférez en 1881. 

Sus destinos profesionales estuvieron ligados a los de su padre, a cuyo lado estuvo como ayudante de campo en Puerto Rico. Fue una experiencia muy enriquecedora que le permitió conocer bien los acontecimientos políticos, económicos y sociales que caracterizaban la relación de España con sus colonias americanas.

A la muerte de su padre, regresó a España y fue nombrado ayudante del mariscal de campo José Almirante y Torroella, una ocupación sosegada que le permitía viajar por España. Fueron años bohemios en los que frecuentó círculos literarios, artísticos y nobiliarios y en los que trabó amistad con personajes influyentes de la sociedad andaluza y madrileña.

Los viajes eran algo muy apreciado por Benigno. Hasta 1905 estuvo recorriendo Europa, y escribiendo, una de sus inquietudes. Al volver a España, se instaló en Toledo y compró la que fue vivienda de El Greco. Se la ofreció al Estado para su gestión y fue nombrado primer Comisario Regio del Turismo y de la Cultura Artística y Popular en 1911. De esta forma, el II Marqués de la Vega-Inclán iniciaba casi sin querer un proceso, apoyado por la Corona, con el que se pretendía obtener riqueza y prestigio internacional para el país. La falta de recursos económicos provocó que tuviera que poner algo de su bolsillo y que se viese obligado a gestionarlo de manera más personal, pero la buena labor derivaría años más tarde en el paso de dicha comisaría regia de Turismo hacia un Patronato Nacional de Turismo, creado por Primo de Rivera.

La idea del proyecto era que el monumento, en su sentido amplio, junto con el paisaje circundante, fueran el núcleo de la atracción turística. De este modo, las actuaciones llevadas a cabo se debían dirigir a una mejora sustancial de las carreteras, a revalorizar la cultura del arte, el paisaje y las tradiciones españolas, a una promoción más eficaz de los atractivos turísticos mediante publicaciones, exposiciones y congresos, y, sobre todo, a la creación de una variada red de alojamientos con carácter. Así nacieron los Paradores de Turismo, una de sus fundaciones más memorables, siendo el primero el de Gredos, levantado en 1928.

A él se debe también la introducción de concepto museístico de Casa-Museo, donde la evocación a la época de los moradores prevalecía sobre las obras expuestas, como la de El Greco en Toledo, o la de Cervantes en Valladolid, creadas en 1910 y 1916 respectivamente.

Creador de museos y centros de cultura y, por tanto, restaurador de monumentos, sentó doctrina inclinando el debate entre los partidarios de restaurar y los que deseaban tan sólo conservar, tras intervenir en el Patio del Yeso del Alcázar de Sevilla, con la intención de frenar los infortunios que se estaban produciendo en la Alhambra. Fue además el primero en llevar a la práctica en España las teorías en la materia defendidas desde la Institución Libre de Enseñanza, que alcanzarán rango legal con la Ley del Patrimonio de 1933.

Fue además coleccionista, marchante y mecenas. Vendió numerosas obras del Greco, Velázquez y Goya, muchas falsas, debido a su excesivo entusiasmo y al poco avance historiográfico, obteniendo así fondos para continuar con sus proyectos, pero con la intención también de seguir dando a conocer el arte español fuera de nuestras fronteras. Donó al Estado el Museo del Greco, la Casa de Cervantes y el Museo Romántico, financió a su cuenta y riesgo la actividad de la mencionada Comisaría Regia del Turismo, que era pública, y, como remate, legó todos sus bienes a dichas fundaciones, es decir, al Estado español, convirtiéndose en uno de los mecenas más fecundos de su tiempo.

No sabemos si pretendía o no suplir las deficiencias estatales en materia turística y cultural inventando estas fórmulas de gestión con recursos propios y ajenos. Lo cierto es que no le faltó apoyo, no solo por parte del rey, sino que también Archer Milton Huntington, hispanista fundador de la Hispanic Society of América en Nueva York, financió alguna de sus ideas. Incluso la reconocida Institución libre de Enseñanza le ofreció la base ideológica presente en sus escritos, haciendo que Benigno entrara en ese círculo de españolistas que querían modernizar el país desde diferentes vertientes.

A sus sesenta y ocho años, fue designado miembro numerario de la Real Academia de la Historia, y ya septuagenario y con la salud mermada, siguió dedicándose no solo a sus fundaciones sino a nuevos proyectos como la compra y puesta en marcha del Real Balneario de la Isabela, e incluso, al inicio de la Guerra Civil, se ofreció para las tareas de traslado de las obras del Museo del Prado a Ginebra.

En 1942 fue nombrado Académico de Bellas Artes en la Real Academia de Bellas Artes San Fernando, pero no llegó a pronunciar el discurso de ingreso porque falleció en enero de ese año.